lunes, 20 de noviembre de 2017

23 - ASÍ TE CUENTO DE UNA FOTO NAVIDEÑA





¿Recuerdas aquellos días previos a la Navidad en la Alameda Central?, en el corazón de la Ciudad de México, en ese enorme jardín con muchas fuentes, esculturas de grandes maestros y gente, mucha gente, porque para muchos era importante ir a tomarse la fotografía con Santa o con los Reyes Magos.


Como tú sabes, la Alameda Central está situada a un costado del Palacio de las Bellas Artes, desde donde se puede admirar la Torre Latinoamericana, por mucho tiempo el edificio más alto de la capital mexicana. Aún ahora, si transitas por Avenida Juárez, puedes admirar dicha alameda que rodea el Hemiciclo a don Benito Juárez, un precioso monumento, deslumbrante por su blanquísima arquitectura.


Cuando los primeros hijos de don Manuel y doña Lupita éramos unos chiquillos, nos emocionaba ir a la Alameda y en especial, ¿te acuerdas la ocasión en que teníamos la ilusión de fotografiarnos con los Reyes Magos?  Salimos con papá, abordamos un autobús que en aquellos días iba semi vacío, no como ahora que ese transporte va repleto.


Mi mamá nos había arreglado para la ocasión. Mi cabello largo había sido peinado con trenzas. Mis hermanas Yola y Tere lucían cabello corto e iban abrigadas con sus abrigos de terciopelo rojo, bien que lo recuerdo. Nuestro hermano Víctor iba enfundado en una chamarra* y yo un abrigo “beige”, que no cerré correctamente y en la fotografía parece que le faltara un botón, algo que por mucho tiempo me reproché.


Nuestra mamá se había quedado en casa con la nueva bebé, Maru. Era la época invernal y no era cuestión de sacar a la niña a exponerse al frío.


Arribamos a la Avenida Juárez y al pisar el territorio de la Alameda, empezamos a admirar los fastuosos arreglos que cada grupo de “Reyes” o “Santas” habían instalado para atraer a sus clientes, en medio de la algarabía de los paseantes que se daban el lujo de la vida al transitar entre esos seres que se habían esmerado tanto en sus vestimentas y escenografías.


Bueno, tú ya conoces cómo viste Santa, pero para los pequeños era sorprendente ver a los “Reyes” vestidos a la rica usanza oriental. Para los que apenas empezábamos a ir a la escuela era muy novedoso ver aquellos espléndidos ropajes, los turbantes, las largas barbas de Melchor y Gaspar y más asombroso ver el color tan oscuro de la piel de Baltazar. Si para mí, la mayor de los hijos, era notable, imagino lo que pensaban mis hermanos menores. Hasta ese momento no habíamos visto antes una persona de la raza negra y eso nos maravillaba; contemplamos con admiración su tez reluciente y esa noche creo que sobresalían más sus blanquísimos dientes y el blanco de sus ojos.


Bueno, esas imágenes se multiplicaban por decenas. Si este trío de “Reyes” era magnífico, el siguiente era superior y mi papá iba preguntando el costo de la fotografía, el cual variaba de acuerdo a la escenografía que habían montado tanto los “Santa” como los “Reyes”, hasta que llegamos con quien se ajustaba a nuestro presupuesto. El elegido tenía un trineo lleno de cajas envueltas lujosamente para regalo, al frente estaban los renos hechos de papel maché, bastante reales. Era atrayente subirse al trineo, sostener los fabulosos obsequios y sonreír frente a la cámara profesional. Mis hermanas y hermanos sentados en el trineo y yo de pie junto a vehículo oficial de Santa, un hombre pasado de peso, con blanquísima barba postiza y ojos… no, no eran azules, sino café oscuro, el clásico color de los ojos de los mexicanos.


Hubo tres tomas, pues el trato era que el cliente podía elegir la que más le gustara. En cada pose, había que sonreír aunque nos estuviéramos congelando o nos estuviera distrayendo el gentío.  Pasado esto, mi padre volvía a negociar, argumentando que el “Santa” de junto tenía más arreglos, que ahora le parecía que había sido un error subir a sus hijos a un trineo tan simple, en el que su hija mayor se había tenido que colocar a un costado. Llegaban a un arreglo y mi papá pagaba e informaba la dirección donde entregar la singular fotografía.


Sí, mi papá cubrió el costo de la foto y tuvimos que esperar dos semanas antes de que fuera entregada en nuestro domicilio. Así eran las cosas en nuestra niñez. Existía la confianza entre las personas. Es imposible pensar en la actualidad que alguien pague a un desconocido por un servicio y espere que aquel cumpla; eran otros tiempos, como decía mi abuelita, quien por cierto comentaba que en su época “los perros eran amarrados con longaniza”.**


Una vez pasado el trámite de la foto, cruzábamos la avenida para admirar la maravillosa iluminación, adornada con millares de foquitos, las aceras con enormes jardineras llenas con flores de Nochebuena, la prodigiosa flor mexicana, y los aparadores de las grandes joyerías, tiendas y librerías que competían entre sí para atraer a más paseantes, incluso las entradas de un cine y de un hotel, lucían francamente esplendorosas.


En las esquinas estaban mujeres que vendían Castañas, asadas al comal sobre un brasero u hornillo típicamente mexicano. Te confío que en mi niñez nunca probé las castañas, pero sí los buñuelos y los “hot-cakes” callejeros, que esa noche me supieron a gloria.


De regreso a casa, pensaba que de alguna manera habíamos traicionado a los Reyes Magos, pues éramos sus clientes; éramos de esos niños a los que Santa Claus ignoraba en Navidad, pero éramos compensados con regalos el 6 de enero del año siguiente cuando a nuestra casa llegaban los siempre generosos Melchor, Gaspar y Baltazar.


* Chamarra, abrigo corto.


**Longaniza, especie de chorizo.

copyrightconnieureña/2017


.



jueves, 16 de noviembre de 2017

22 - ASÍ TE CUENTO DE CONFUSIONES GATUNAS






LA PRIMERA CONFUSIÓN

¡Hola! Soy ese que Ella llama Felix el gato blanco y negro que ronda su edificio casi todo el día. A veces me ven otras personas y quieren ahuyentarme, en otras ocasiones me acarician y yo lo permito y les correspondo. Algunas mañanas me dan croquetas que no como, a menos que haya pasado varias horas sin el otro alimento, esa comida que me da la señora que cada día se asoma por la ventana y me lanza hacia el jardín un atún muy sabroso. Por eso llego al amanecer, busco un lugar menos frío debajo de un automóvil y ahí espero hasta escuchar que Ella abre su ventana.

¿Cómo sé su nombre? ¿Recuerdas al gato grande color amarillo que Ella alimentaba?  Ese gato era amigo de mi papá, el señorial gato llamado Vaquita; ese amigo platicó que la señora lo llamaba Güero y él la nombraba “Ella”. Antes de desaparecer, Güero le contó a mi papá que la comida que le daban era lo más sabroso que un gato puede disfrutar. Mi papá, de vez en cuando recibía una pequeña ración que le obsequiaba Ella y bueno, cuando me quedé solo, sin mi padre, me acerqué a ese balcón y empecé a recibir ese preciado alimento.

Sí, soy hijo del Vaquita. Una familia me adoptó y vivía en un apartamento. Me llevaron a operar para que no tuviera hijos y me pusieron un collar que decía “Crayola”, pero no sabía si ese era mi nombre, porque siempre escuchaba “bájate de ahí”, “no arañes, no maltrates”, “vete de aquí”. Y me fui; sí, me fui a buscarla a Ella, de quien mi papá me platicó antes de esfumarse y me pidió cuidar.

Cuando la encontré, Ella me trató como si me conociera de mucho tiempo atrás. Al principio creía que yo era hembra y trató de subirme a su auto para llevarme a operar… ¡no!, ya pasé por una cirugía y me parece que es suficiente. Así que cuando Ella está cerca de su auto, permanezco a prudente distancia.

Muchas veces se sienta a jugar conmigo en las afueras del edificio donde vive, a veces me carga y ha querido llevarme a su casa; no se lo puedo permitir; ya tuve una casa y no fui feliz, así que prefiero vivir al aire libre. Además, con Ella vive Güerita, una gata chica, delgadita, de cara bonita pero que se cree una princesa y es porque Ella comparte el alimento de Güerita conmigo.  Varias mañanas, cuando esa minina se pasea por el jardín que rodea el edificio, la correteo, la asusto tanto que maulla muy fuerte y Ella sale para ver qué sucede. Si logra verme, me llama la atención; pero nunca me castiga.

Porque como bien, estoy fuerte y resisto el frío y la lluvia.  Me cobijo debajo de los autos y cuando llueve mucho, me escondo entre las llantas y la carrocería; ahí duermo calientito.

Un día llegó un gato completamente negro que daba lástima. Me pidió permiso para solicitarle comida a Ella. Tuve compasión de ese pobre que venía de haber peleado con otros gatos y seguramente había perdido la batalla porque estaba herido.  Ella lo alimentó y ahora es un gato fuerte y sano como yo, con su pelaje brillante como el mío y ya no me pide permiso para alimentarse, yo tengo que dejar que primero coma él y después yo, o me arrebata mi ración. No es justo.

Ella me dice Felix y me silva desde su balcón. Todas las mañanas me pregunta cómo estoy y yo no le contesto, lo importante es que me lance el alimento que casi toda la noche he estado esperando.
Y, ¿sabes algo?, a veces me descontrolo pensando si es Ella la misma que asoma por el balcón o la que sale del edificio y viaja en un auto azul profundo.  No sé si es la misma que juega conmigo o la que me llama con un silbido.

A quien sí conozco muy bien es a una joven que sale a pasear a su perrito, casi siempre la acompaña un muchacho. A esa muchacha la he seguido a su apartamento, no importa que me dé solo croquetas, la sigo porque tiene una mascota que me gusta.

Hay otra chica más joven que tiene un gato dentro de su casa. Ella también me da croquetas, pero rara vez las como. Casi siempre las consumen los pájaros, esos grandes pájaros negros o las palomas. Yo no.

Algunas veces Ella me ha preguntado por qué tengo la cara triste, me dice que debo ser feliz y por eso me llama Felix; pero la expresión de tristeza es característica de los que no tienen hogar; quién sabe por qué, pero así es. Cierto es que yo abandoné la que era mi casa, que no he aceptado el hogar que Ella me ha ofrecido, que prefiero mi libertad, pero lo entristecido debe venir de más arriba, de lo invisible; pero te confío que después de comer ese rico atún, mi cara ya no está triste.

A veces me duele que algunos vecinos de Ella me corran, que ordenen a sus canes que me ataquen. Dicen que yo no sé jugar con perros y es cierto, las dos razas no somos muy compatibles y atacando yo, me estoy defendiendo. Ha habido quejas de que soy agresivo con los canes; es cierto, y no me arrepiento porque he espantado a canes enormes que ya no me han vuelto a molestar.

Pero con quienes me alimentan o me acarician no soy agresivo. Como te dije, juego con Ella y le permito que me cargue. Jugueteo también con la muchacha que me gusta y con su compañero; además, soy amigo del gato negro.

Han venido otros gatos a querer comer del alimento que Ella nos da al felino negro y a mí, pero se han ido sin recibir nada. No creo que sea por falta de generosidad de Ella, sino porque imagina cuántos gatos vendrían a comer.

Dicen que los gatos somos desagradecidos, pero no es así. A cambio de ese rico alimento que Ella me da, cuido su automóvil, vigilo su casa y aunque no lo creas, estoy a cargo de la seguridad de todo el edificio, del estacionamiento, del jardín y de todos los habitantes.

He cazado palomas, algo mal visto por los humanos, pero cuando hay demasiadas palomas alguien debe bajar su número.  No ataco a los pajaritos, ellos pueden estar seguros de que pueden venir a mi territorio a bañarse en los charcos después de la lluvia y que tranquilamente pueden comer insectos en el jardín.  Algunas veces han venido colibríes y se han detenido a alimentarse en el balcón de Ella, yo no los he molestado.

Pero hay algo que no me gusta, a veces Ella se va de viaje. Me doy cuenta porque sale de su casa con equipaje, entonces sé que van a pasar varios días en los que tendré que comer croquetas. Entonces me entra el celo en contra Güerita, esa gata se queda dentro del apartamento con toda seguridad con mucho alimento para estar bien los días de ausencia de Ella. 

He tratado de entrar a la casa de Ella, hay una ventana que a veces está abierta y por ahí sale y entra Güerita. Una vez perseguí a esa felina y estuve a punto de entrar al apartamento. Oh sorpresa, Ella estaba cocinando y nos encontramos cara a cara, así que me fui rápidamente.

Algunas noches el gato negro ha entrado al apartamento de Ella, ha comido del alimento de Güerita y ha despertado a la gata y a Ella.  El Negrito, como Ella lo llama, ha salido rapidito.

También, muchas noches encontramos alimento afuera del apartamento. Ella nos deja atún y a veces leche.  Los recipientes son vaciados de inmediato.

Algo que me apena, pero no lo puedo evitar porque está en nuestra naturaleza, es que “marcamos” nuestro territorio.  La vecina de junto a Ella se ha quejado, a pesar de que mi benefactora desinfecte. ¿Qué podemos hacer?

También hay quejas porque estoy merodeando dentro y fuera del edificio, no saben que lo estoy vigilando, para que no se acerquen roedores ni ladrones.

De eso ya me había platicado mi papá; muchos humanos no se percatan de la ayuda que los felinos les proporcionamos. Por ejemplo, limpiamos el ambiente de malas vibraciones, custodiamos las propiedades y a las personas.  Ella puede tener la seguridad de que su casa estará protegida tanto si está dentro como cuando sale a sus actividades. También su carro estará resguardado, mientras haya guardianes como yo y también como Negrito.

Veo tu rostro incrédulo, pero haz la prueba y vas a comprobar lo que te digo.

Antes de que Ella cuidara a Güero, mi papá me platicó que roedores muy grandes se paseaban en los alrededores del estacionamiento de este conjunto de cinco edificios. Eso ya no existe y no es para que le agradezcan a Güero o a mí, es solo un comentario.

¿Qué cómo me mantengo limpio y sano?  Nunca me verán lastimado, porque no peleo con los otros gatos. Así como no peleé con Negrito, lo dejo que coma primero y después yo, así me comporto con los otros y me respetan por ser pacífico.

Soy un felino joven y fuerte; así quiero conservarme con la ayuda de Ella. No tengo mayor ambición que el cuidarla y parece ser que Ella así lo comprende. ¿Que si me gustaría tener una familia?  Ya la tengo, Ella es mi familia y la pareja que ya te dije; no incluyo a Güerita, aunque te confío que varias veces la he visitado a cuando está en el otro balcón. Esas visitas reforzaron la creencia de Ella de que soy macho.


COPYRIGHTCONNIEUREÑACUELLAR/2017