jueves, 18 de octubre de 2018

25 -ASÍ TE CUENTO DE UN JOVEN PIANISTA




¿Recuerdas que alguna vez te platiqué de las tertulias que organiza la señora Verena Gerber?, ¿sí? Bien, la señora Verena es una generosa dama que promueve talentos  poco conocidos mayoritariamente, aunque en el círculo de familiares y amigos de los artistas sean distinguidos con gran aprecio.
Como tú sabes, tengo amistad con un virtuoso pianista de origen español, radicado en México y precisamente a uno de sus conciertos lo acompañé a la casa de la señora Verena quien destina un espacio para sus veladas. He asistido a conciertos desde luego de piano, poesía, teatro, marionetas pero por una u otra causa, me he perdido de algunos eventos, pero la fortuna quiso que el último sábado de septiembre, precisamente el día de los Arcángeles, la tertulia fuera realmente estupenda.
Te confieso que no sabía a quién iba a escuchar, solo que era un joven pianista quien deleitaría con su arte a la audiencia que usualmente acude al llamado de la señora Verena y después del evento disfruta de un ambigú de deliciosa variedad de quesos, ensaladas con sus ricos aderezos, carnes frías, vino y un pan que estoy segura te gustaría muchísimo.
Hasta el inicio del concierto supe que se denominaba Acuarelas -Música de Salón del Porfiriato-. La presentación del concertista causó asombro porque fue como una entrevista guiada por una joven que hacía preguntas al artista. La frescura, naturalidad y simpatía de las respuestas provocó que él “se echara el público a la bolsa”. Fue una presentación sui generis, adornada con anécdotas de lo sucedido a este joven mientras investigaba la vida y obra de los compositores que homenajeó en esa su singular introducción y que alegró bastante a la concurrencia, preparándola para escuchar interpretaciones desconocidas -al menos para esta tu amiga-.
Vale mucho la pena que te mencione que este joven de 19 años ha recopilado (rescatado) más de 500 partituras de música clásica mexicana de la época afrancesada de aquella sociedad; sí, pero con un toque nacional. Ese volumen ha crecido porque fue hace dos años cuando realizó el inventario y ha continuado investigando para rescatar esa música que tal vez, si no fuera por él, estaría completamente olvidada.
Compositores de la era porfirista como Velino Preza, Luis Jordá, Julio Gilbert, Melquiades Campos, Oscar Braniff, Fernando Soria, Vicente Mañas, Vittorio Dell’Oro fueron quizás escuchados por primera vez desde finales de los 1800 y principios del 1900. Menciono aparte a Ernesto Elorduy quien a mi parecer es más conocido por los públicos actuales. Y hubo una pieza de Alfredo Carrasco llamada “Adiós” que arrancó grandes bravos y vivas por ser acaso la más popular entre los asistentes; así también, nos conmovió la interpretación de una de las obras precisamente de Elorduy, el autor predilecto del concertista.
Cada una de las interpretaciones, maravillosamente ejecutadas, fue introducida mediante una breve pero muy agradable explicación sobre el autor, el motivo, momento y objetivo de la composición.
Me intriga saber si este joven, enamorado de la música mexicana, ha aprendido de memoria esas más de 500 partituras porque la veintena que interpretó -en para mí un memorable y espléndido concierto de dos horas-, lo hizo sin guiarse precisamente por la partitura.
El carisma de este joven también se reflejó en su sonrisa, en su caravana para agradecer los nutridos aplausos de la concurrencia. Te repito, cautivó al público por su sencillez, originalidad, naturalidad y dejó huella esa pasión suya para encontrar en una época antigua ya, un extraordinario tesoro musical.
Está claro para mí que estuvimos bajo el hechizo de un artista de excepción, por su juventud, su talento, forma de ser y su excelente técnica interpretativa.
Tú sabes que no soy conocedora, a mí las artes me impresionan si es que me llegan al fondo del corazón; si no es así, paso de largo. Pero en este caso quiero contribuir con un granito de arena para el reconocimiento de un gran artista que eligió llevar a cabo una misión muy especial y la está realizando de forma por demás brillante y por supuesto, un agradecimiento a la señora Verena por esa labor discreta pero sumamente altruista que beneficia grandemente a virtuosos como Diego Montemayor.


COPYRIGHT Cony Ureña Cuellar / Octubre, 2018

24 - ASÍ TE CUENTO DE DIA DE MUERTOS





¡Cómo no se me había ocurrido antes! Nunca te he platicado de una de las más grandes conmemoraciones mexicanas que se estaba perdiendo poco a poco, avasallada por el Halloween, pero que ha renacido gracias a una linda película, otra de la serie de un agente secreto, tú sabes a quién me refiero, y el auge de las “catrinas”, las cuales merecen un capítulo aparte.
En mi familia la conmemoración iniciaba el 31 de octubre. Mi mamá encendía una veladora blanca para iluminar el sendero de su segundo hijo, mi hermanito, fallecido cuando tenía escasos tres meses. 
Eso era todo en casa de mis padres, pero muy diferente en casa de mi abuelita paterna quien acostumbraba instalar lo que llamaba Ofrenda que era un altar en sí.  Había una mesa grande, rectangular, tapizada con un mantel color naranja con encajes negros, sobre el cual se colocaban cazuelas con comida, botellas de licor, agua, fruta, calabazas grandes y chicas, dulce de las mismas, así como piezas de pan, muchas velas y veladoras delante de los retratos de los difuntos que a los niños, nos decían los mayores, de octubre 31 al 2 de noviembre, tenían permiso celestial para regresar en espíritu, para degustar precisamente lo que se colocaba en ese altar esplendorosamente arreglado, y realzada su belleza con las flores de zempoalxochitl y también se conocen como “flores de muerto”.
Eran infaltables los adornos de papel picado, los mini esqueletos de juguete y por supuesto las calaveritas de azúcar (cráneos). En el frente de cada una había un nombre, pero no de algún fallecido, sino de un ser vivo, así que cada quien buscaba su calaverita pues ello significaba que quien la colocó estaba deseando que esa persona viviera por muchísimo tiempo.  No sé si esa era una tradición generalizada, o exclusiva de mi familia.
Según sé, esa tradición es precolombina y sobrevivió la era colonial, incluso se enriqueció con las imágenes cristianas que también formaban parte de la Ofrenda pues por “coincidencia” esta conmemoración es en el Día de los Fieles Difuntos y de Todos los Santos, conmemoraciones católicas.
En cuanto las piezas de pan, no eran de cualquier clase sino precisamente “pan de muerto”. Un pan redondo coronado con huesos simulados en forma de X y aderezado con mucha azúcar. 
Una vez instalada la Ofrenda, por las noches se encendían las velas y veladoras y se apagaba la electricidad de la habitación. Se rezaba el Santo Rosario y se solicitaba a Dios el permiso para aquella alma que quisiera venir a la degustación de los manjares en su honor.
Esta habitación adquiría una atmósfera de misticismo y los niños permanecíamos expectantes. En cualquier momento podría aparecer un ser del más allá. Nunca sucedió, claro. Los mayores nos explicaban el porqué sólo ciertas personas tienen la facultad de ver e inclusive hablar con gente que “se nos adelantó” al más allá.
Recuerdo que el 31 de octubre estaba dedicado a los fallecidos niños, el 1 de noviembre a los que se fueron de esta vida por accidentes y el día 2, a absolutamente todos los muertos; tampoco sé si esta costumbre era familiar o general.
Sabíamos que mucha gente permanecía cerca de la Ofrenda la noche para amanecer el día 2, orando por “sus fieles difuntos”. También, que familias enteras acostumbraban asistir al cementerio y pasar la noche junto a la tumba de su difunto, sobre la cual habían instalado un altar como te platico era el de mi abuelita. Hay poblaciones enteras que participaban en ese ritual nocturno, como es Mixquiq, en el Valle de México, y Pátzcuaro, en el estado de Michoacán. Tradición que perdura hasta hoy.
Por cierto que en el presente, el 2 de noviembre los cementerios están repletos de visitantes que rinden tributo a sus difuntos adornándoles sus tumbas con flores y algunos familiares llevan serenatas con guitarras e inclusive mariachis.
Para instalar la Ofrenda, grandes  y chicos ayudábamos. Sabíamos que la noche de noviembre 2 se repartiría todo su generoso contenido y seríamos partícipes de una comilona espectacular.
Recuerdo que con mis primos observaba los recipientes de agua; principalmente los transparentes. Nos asombraba ver cómo disminuía su contenido y creíamos que algún espíritu había bebido. Nos compadecíamos de los desencarnados, pensando que tenían que esperar hasta fines de octubre para volver a degustar sus platillos favoritos, sus bebidas y esa agua…
Después de los rezos, a las 18.00 horas de noviembre 2, se desmontaba la Ofrenda. Se calentaban los alimentos y la gran familia se sentaba a la mesa a degustar los guisos cocinados en honor a los extintos, quienes era seguro habían regresado al cielo o al purgatorio, dependiendo de cómo había sido su conducta cuando vivieron.
Por tradición, a los niños nos servían leche con chocolate, sin endulzar, porque lo acompañábamos con ese delicioso pan de muerto tan azucarado. Nos era entregado a todos los presentes nuestro “itacate”, o sea, una buena provisión de prácticamente todas las frutas y dulces que habían adornado la Ofrenda, incluía ese dulce de calabaza, tan sabroso. Desde luego, nos entregaban a cada quien nuestra respectiva calaverita; era impensable una equivocación, porque como te decía, cada una traía un nombre.
Solo los mayores degustaban los licores, pero en esos ayeres sinceramente yo prefería mi leche con chocolate, o leche sola para degustar el dulce de calabaza o el “pan de muerto”.
Al paso del tiempo, de octubre 31 a noviembre 2, se adicionaron las pequeñas y huecas calabazas naturales o de plástico, a las que se les podía introducir una vela o luz de alguna especie. Daban un aspecto fantasmagórico. Muchos pequeños recibían una buena cantidad de dinero para gastar en lo que quisieran, mismo que provenía de “donativos” de los transeúntes a quienes les causaba gracia la frase, “¿me da mi calaverita?”
Actualmente, los niños y niñas reciben esas calabazas (ahora son sólo de plástico) y durante el día y noche salen a las calles a solicitar un obsequio monetario entre los transeúntes y conductores de vehículos. Muchos van arreglados con maquillaje fantástico y/o también vestidos de fantasmas, brujos, magos, etc.  Así, en las calles y muchos lugares puedes ver chicos y chicas disfrazados de brujas, vampiros, esqueletos andantes, “Dráculas”, “Harry Poters”, etc. Han proliferado los negocios que anuncian el arreglo especial para quienes piden calaverita o asisten a las fiestas de Halloween, que se popularizaron en los últimos años. La combinación de ambas costumbres me causa gracia.
Puedo contarte que no hace mucho supe que existían las “Catrinas”. Son esqueletos “vestidos” con ropajes muy elegantes. Las femeninas usan fastuosos vestidos, grandes sombreros o coronas de flores y joyas; los acompañantes masculinos lucen trajes ostentosos.  Como tú sabes, esa tradición principió a fines del siglo XIX como una burla a la alta sociedad de esos tiempos y ahora es la imagen por excelencia de la muerte, a la mexicana; también la llamamos “la calaca” y a ella se le dedican versos que se publican el 2 de noviembre, en el que se alude a una persona en especial por quien la muerte ha venido a llevar al más allá. Pero, si alguien te dedica una “calaverita” en verso, te das cuenta del aprecio que te tiene. Para mí significa que una persona pensó especialmente en ti para halagarte con un texto corto, con rima, usualmente chusco, que mencione tu nombre y tus costumbres. ¡Tú mismo puedes escribirte una calaverita! y publicarla en tus redes sociales. Los periódicos también publican “calaveritas” dedicadas a políticos y gente famosa. En el radio y televisión también les dedican un espacio. Ni los memes han podido desplazar esta costumbre.
Volviendo a las Catrinas. En la capital mexicana y en varias otras ciudades, hay desfile de Catrinas… son de llamar la atención las de San Miguel de Allende. La procesión de “muertas vivientes” vestidas y maquilladas suntuosamente, se ha popularizado todavía más con la película que ya te mencioné; sí, la del agente secreto, en cuyo argumento apareció el desfile de calaveras gigantes, que no existían pero que ahora forman parte de nuestra cultura.
Muchos dicen que tomamos a broma que algún día estaremos del otro lado de la vida y nos divertimos ahora ante esa realidad que no podemos cambiar. Si algo hay seguro, “no pasaremos de la raya”.
Y qué te digo del Halloween que hasta hace poco estaba a la alza. Con el revivir de nuestras tradiciones, esa celebración se combina con la mexicana. Así que no hay queja, lo nuestro se ha enriquecido con mega desfiles de Catrinas por ejemplo, con una monumental Ofrenda en el Zócalo (Plaza Mayor, en el corazón del país), con un paseo nocturno en bicicleta en el que los ciclistas van apropiadamente disfrazados, festivales de “pan de muerto”, ferias alusivas, desfiles de cráneos monumentales. Inclusive, después del 2 de noviembre, cuando se celebra el Gran Premio de México de Fórmula Uno, las edecanes lucen atavíos muy catrinos.
¡Y por poco se me olvida! Nuestros ancestros creían que las mariposas Monarca que visitan varias regiones de México, eran las almas de sus difuntos. Estos maravillosos insectos llegan en la tercera semana de octubre. Anualmente, los hermosos bosques de Oyameles se visten de naranja y negro pues las Monarca invaden los árboles que las cobijan durante el invierno, que del lugar que provienen (Canadá y Estados Unidos) esa estación es infinitamente más cruda que en mi país. Aquí vienen a reproducirse y la nueva generación emprende su viaje al Norte a fines de enero, principios de febrero del año siguiente; pero lo que nos ocupa es que su llegada era un signo muy especial para los antiguos y por ello iniciaron los ritos que te he contado, mismos que prevalecen en su mayoría hasta la fecha.
Bueno, ahora a ti te corresponde contarme cómo has vivido en tu entorno el Día de Todos los Santos y el de Los Fieles Difuntos, lo que te parece la sui generis tradición precolombina muy mexicana y si te animarías a vestir uno de esos hermosos atuendos con los que mis paisanos y yo nos reímos de la muerte.

Cony Ureña / Octubre de 2018




Glosario:

Cazuela-Recipiente de barro para cocinar y/o presentar comida

Zempoalxochitl o Cempasuchil-Flor parecida al clavel, de color amarillo intenso

Papel picado-Producto artesanal mexicano hecho de papel de China

Mariachi-Conjunto de músicos y cantantes vestidos con traje de gala de la charrería mexicana

Ir catrín o ser catrino-Vestirse de gala o tener buena posición económica








lunes, 20 de noviembre de 2017

23 - ASÍ TE CUENTO DE UNA FOTO NAVIDEÑA





¿Recuerdas aquellos días previos a la Navidad en la Alameda Central?, en el corazón de la Ciudad de México, en ese enorme jardín con muchas fuentes, esculturas de grandes maestros y gente, mucha gente, porque para muchos era importante ir a tomarse la fotografía con Santa o con los Reyes Magos.


Como tú sabes, la Alameda Central está situada a un costado del Palacio de las Bellas Artes, desde donde se puede admirar la Torre Latinoamericana, por mucho tiempo el edificio más alto de la capital mexicana. Aún ahora, si transitas por Avenida Juárez, puedes admirar dicha alameda que rodea el Hemiciclo a don Benito Juárez, un precioso monumento, deslumbrante por su blanquísima arquitectura.


Cuando los primeros hijos de don Manuel y doña Lupita éramos unos chiquillos, nos emocionaba ir a la Alameda y en especial, ¿te acuerdas la ocasión en que teníamos la ilusión de fotografiarnos con los Reyes Magos?  Salimos con papá, abordamos un autobús que en aquellos días iba semi vacío, no como ahora que ese transporte va repleto.


Mi mamá nos había arreglado para la ocasión. Mi cabello largo había sido peinado con trenzas. Mis hermanas Yola y Tere lucían cabello corto e iban abrigadas con sus abrigos de terciopelo rojo, bien que lo recuerdo. Nuestro hermano Víctor iba enfundado en una chamarra* y yo un abrigo “beige”, que no cerré correctamente y en la fotografía parece que le faltara un botón, algo que por mucho tiempo me reproché.


Nuestra mamá se había quedado en casa con la nueva bebé, Maru. Era la época invernal y no era cuestión de sacar a la niña a exponerse al frío.


Arribamos a la Avenida Juárez y al pisar el territorio de la Alameda, empezamos a admirar los fastuosos arreglos que cada grupo de “Reyes” o “Santas” habían instalado para atraer a sus clientes, en medio de la algarabía de los paseantes que se daban el lujo de la vida al transitar entre esos seres que se habían esmerado tanto en sus vestimentas y escenografías.


Bueno, tú ya conoces cómo viste Santa, pero para los pequeños era sorprendente ver a los “Reyes” vestidos a la rica usanza oriental. Para los que apenas empezábamos a ir a la escuela era muy novedoso ver aquellos espléndidos ropajes, los turbantes, las largas barbas de Melchor y Gaspar y más asombroso ver el color tan oscuro de la piel de Baltazar. Si para mí, la mayor de los hijos, era notable, imagino lo que pensaban mis hermanos menores. Hasta ese momento no habíamos visto antes una persona de la raza negra y eso nos maravillaba; contemplamos con admiración su tez reluciente y esa noche creo que sobresalían más sus blanquísimos dientes y el blanco de sus ojos.


Bueno, esas imágenes se multiplicaban por decenas. Si este trío de “Reyes” era magnífico, el siguiente era superior y mi papá iba preguntando el costo de la fotografía, el cual variaba de acuerdo a la escenografía que habían montado tanto los “Santa” como los “Reyes”, hasta que llegamos con quien se ajustaba a nuestro presupuesto. El elegido tenía un trineo lleno de cajas envueltas lujosamente para regalo, al frente estaban los renos hechos de papel maché, bastante reales. Era atrayente subirse al trineo, sostener los fabulosos obsequios y sonreír frente a la cámara profesional. Mis hermanas y hermanos sentados en el trineo y yo de pie junto a vehículo oficial de Santa, un hombre pasado de peso, con blanquísima barba postiza y ojos… no, no eran azules, sino café oscuro, el clásico color de los ojos de los mexicanos.


Hubo tres tomas, pues el trato era que el cliente podía elegir la que más le gustara. En cada pose, había que sonreír aunque nos estuviéramos congelando o nos estuviera distrayendo el gentío.  Pasado esto, mi padre volvía a negociar, argumentando que el “Santa” de junto tenía más arreglos, que ahora le parecía que había sido un error subir a sus hijos a un trineo tan simple, en el que su hija mayor se había tenido que colocar a un costado. Llegaban a un arreglo y mi papá pagaba e informaba la dirección donde entregar la singular fotografía.


Sí, mi papá cubrió el costo de la foto y tuvimos que esperar dos semanas antes de que fuera entregada en nuestro domicilio. Así eran las cosas en nuestra niñez. Existía la confianza entre las personas. Es imposible pensar en la actualidad que alguien pague a un desconocido por un servicio y espere que aquel cumpla; eran otros tiempos, como decía mi abuelita, quien por cierto comentaba que en su época “los perros eran amarrados con longaniza”.**


Una vez pasado el trámite de la foto, cruzábamos la avenida para admirar la maravillosa iluminación, adornada con millares de foquitos, las aceras con enormes jardineras llenas con flores de Nochebuena, la prodigiosa flor mexicana, y los aparadores de las grandes joyerías, tiendas y librerías que competían entre sí para atraer a más paseantes, incluso las entradas de un cine y de un hotel, lucían francamente esplendorosas.


En las esquinas estaban mujeres que vendían Castañas, asadas al comal sobre un brasero u hornillo típicamente mexicano. Te confío que en mi niñez nunca probé las castañas, pero sí los buñuelos y los “hot-cakes” callejeros, que esa noche me supieron a gloria.


De regreso a casa, pensaba que de alguna manera habíamos traicionado a los Reyes Magos, pues éramos sus clientes; éramos de esos niños a los que Santa Claus ignoraba en Navidad, pero éramos compensados con regalos el 6 de enero del año siguiente cuando a nuestra casa llegaban los siempre generosos Melchor, Gaspar y Baltazar.


* Chamarra, abrigo corto.


**Longaniza, especie de chorizo.

copyrightconnieureña/2017


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jueves, 16 de noviembre de 2017

22 - ASÍ TE CUENTO DE CONFUSIONES GATUNAS






LA PRIMERA CONFUSIÓN

¡Hola! Soy ese que Ella llama Felix el gato blanco y negro que ronda su edificio casi todo el día. A veces me ven otras personas y quieren ahuyentarme, en otras ocasiones me acarician y yo lo permito y les correspondo. Algunas mañanas me dan croquetas que no como, a menos que haya pasado varias horas sin el otro alimento, esa comida que me da la señora que cada día se asoma por la ventana y me lanza hacia el jardín un atún muy sabroso. Por eso llego al amanecer, busco un lugar menos frío debajo de un automóvil y ahí espero hasta escuchar que Ella abre su ventana.

¿Cómo sé su nombre? ¿Recuerdas al gato grande color amarillo que Ella alimentaba?  Ese gato era amigo de mi papá, el señorial gato llamado Vaquita; ese amigo platicó que la señora lo llamaba Güero y él la nombraba “Ella”. Antes de desaparecer, Güero le contó a mi papá que la comida que le daban era lo más sabroso que un gato puede disfrutar. Mi papá, de vez en cuando recibía una pequeña ración que le obsequiaba Ella y bueno, cuando me quedé solo, sin mi padre, me acerqué a ese balcón y empecé a recibir ese preciado alimento.

Sí, soy hijo del Vaquita. Una familia me adoptó y vivía en un apartamento. Me llevaron a operar para que no tuviera hijos y me pusieron un collar que decía “Crayola”, pero no sabía si ese era mi nombre, porque siempre escuchaba “bájate de ahí”, “no arañes, no maltrates”, “vete de aquí”. Y me fui; sí, me fui a buscarla a Ella, de quien mi papá me platicó antes de esfumarse y me pidió cuidar.

Cuando la encontré, Ella me trató como si me conociera de mucho tiempo atrás. Al principio creía que yo era hembra y trató de subirme a su auto para llevarme a operar… ¡no!, ya pasé por una cirugía y me parece que es suficiente. Así que cuando Ella está cerca de su auto, permanezco a prudente distancia.

Muchas veces se sienta a jugar conmigo en las afueras del edificio donde vive, a veces me carga y ha querido llevarme a su casa; no se lo puedo permitir; ya tuve una casa y no fui feliz, así que prefiero vivir al aire libre. Además, con Ella vive Güerita, una gata chica, delgadita, de cara bonita pero que se cree una princesa y es porque Ella comparte el alimento de Güerita conmigo.  Varias mañanas, cuando esa minina se pasea por el jardín que rodea el edificio, la correteo, la asusto tanto que maulla muy fuerte y Ella sale para ver qué sucede. Si logra verme, me llama la atención; pero nunca me castiga.

Porque como bien, estoy fuerte y resisto el frío y la lluvia.  Me cobijo debajo de los autos y cuando llueve mucho, me escondo entre las llantas y la carrocería; ahí duermo calientito.

Un día llegó un gato completamente negro que daba lástima. Me pidió permiso para solicitarle comida a Ella. Tuve compasión de ese pobre que venía de haber peleado con otros gatos y seguramente había perdido la batalla porque estaba herido.  Ella lo alimentó y ahora es un gato fuerte y sano como yo, con su pelaje brillante como el mío y ya no me pide permiso para alimentarse, yo tengo que dejar que primero coma él y después yo, o me arrebata mi ración. No es justo.

Ella me dice Felix y me silva desde su balcón. Todas las mañanas me pregunta cómo estoy y yo no le contesto, lo importante es que me lance el alimento que casi toda la noche he estado esperando.
Y, ¿sabes algo?, a veces me descontrolo pensando si es Ella la misma que asoma por el balcón o la que sale del edificio y viaja en un auto azul profundo.  No sé si es la misma que juega conmigo o la que me llama con un silbido.

A quien sí conozco muy bien es a una joven que sale a pasear a su perrito, casi siempre la acompaña un muchacho. A esa muchacha la he seguido a su apartamento, no importa que me dé solo croquetas, la sigo porque tiene una mascota que me gusta.

Hay otra chica más joven que tiene un gato dentro de su casa. Ella también me da croquetas, pero rara vez las como. Casi siempre las consumen los pájaros, esos grandes pájaros negros o las palomas. Yo no.

Algunas veces Ella me ha preguntado por qué tengo la cara triste, me dice que debo ser feliz y por eso me llama Felix; pero la expresión de tristeza es característica de los que no tienen hogar; quién sabe por qué, pero así es. Cierto es que yo abandoné la que era mi casa, que no he aceptado el hogar que Ella me ha ofrecido, que prefiero mi libertad, pero lo entristecido debe venir de más arriba, de lo invisible; pero te confío que después de comer ese rico atún, mi cara ya no está triste.

A veces me duele que algunos vecinos de Ella me corran, que ordenen a sus canes que me ataquen. Dicen que yo no sé jugar con perros y es cierto, las dos razas no somos muy compatibles y atacando yo, me estoy defendiendo. Ha habido quejas de que soy agresivo con los canes; es cierto, y no me arrepiento porque he espantado a canes enormes que ya no me han vuelto a molestar.

Pero con quienes me alimentan o me acarician no soy agresivo. Como te dije, juego con Ella y le permito que me cargue. Jugueteo también con la muchacha que me gusta y con su compañero; además, soy amigo del gato negro.

Han venido otros gatos a querer comer del alimento que Ella nos da al felino negro y a mí, pero se han ido sin recibir nada. No creo que sea por falta de generosidad de Ella, sino porque imagina cuántos gatos vendrían a comer.

Dicen que los gatos somos desagradecidos, pero no es así. A cambio de ese rico alimento que Ella me da, cuido su automóvil, vigilo su casa y aunque no lo creas, estoy a cargo de la seguridad de todo el edificio, del estacionamiento, del jardín y de todos los habitantes.

He cazado palomas, algo mal visto por los humanos, pero cuando hay demasiadas palomas alguien debe bajar su número.  No ataco a los pajaritos, ellos pueden estar seguros de que pueden venir a mi territorio a bañarse en los charcos después de la lluvia y que tranquilamente pueden comer insectos en el jardín.  Algunas veces han venido colibríes y se han detenido a alimentarse en el balcón de Ella, yo no los he molestado.

Pero hay algo que no me gusta, a veces Ella se va de viaje. Me doy cuenta porque sale de su casa con equipaje, entonces sé que van a pasar varios días en los que tendré que comer croquetas. Entonces me entra el celo en contra Güerita, esa gata se queda dentro del apartamento con toda seguridad con mucho alimento para estar bien los días de ausencia de Ella. 

He tratado de entrar a la casa de Ella, hay una ventana que a veces está abierta y por ahí sale y entra Güerita. Una vez perseguí a esa felina y estuve a punto de entrar al apartamento. Oh sorpresa, Ella estaba cocinando y nos encontramos cara a cara, así que me fui rápidamente.

Algunas noches el gato negro ha entrado al apartamento de Ella, ha comido del alimento de Güerita y ha despertado a la gata y a Ella.  El Negrito, como Ella lo llama, ha salido rapidito.

También, muchas noches encontramos alimento afuera del apartamento. Ella nos deja atún y a veces leche.  Los recipientes son vaciados de inmediato.

Algo que me apena, pero no lo puedo evitar porque está en nuestra naturaleza, es que “marcamos” nuestro territorio.  La vecina de junto a Ella se ha quejado, a pesar de que mi benefactora desinfecte. ¿Qué podemos hacer?

También hay quejas porque estoy merodeando dentro y fuera del edificio, no saben que lo estoy vigilando, para que no se acerquen roedores ni ladrones.

De eso ya me había platicado mi papá; muchos humanos no se percatan de la ayuda que los felinos les proporcionamos. Por ejemplo, limpiamos el ambiente de malas vibraciones, custodiamos las propiedades y a las personas.  Ella puede tener la seguridad de que su casa estará protegida tanto si está dentro como cuando sale a sus actividades. También su carro estará resguardado, mientras haya guardianes como yo y también como Negrito.

Veo tu rostro incrédulo, pero haz la prueba y vas a comprobar lo que te digo.

Antes de que Ella cuidara a Güero, mi papá me platicó que roedores muy grandes se paseaban en los alrededores del estacionamiento de este conjunto de cinco edificios. Eso ya no existe y no es para que le agradezcan a Güero o a mí, es solo un comentario.

¿Qué cómo me mantengo limpio y sano?  Nunca me verán lastimado, porque no peleo con los otros gatos. Así como no peleé con Negrito, lo dejo que coma primero y después yo, así me comporto con los otros y me respetan por ser pacífico.

Soy un felino joven y fuerte; así quiero conservarme con la ayuda de Ella. No tengo mayor ambición que el cuidarla y parece ser que Ella así lo comprende. ¿Que si me gustaría tener una familia?  Ya la tengo, Ella es mi familia y la pareja que ya te dije; no incluyo a Güerita, aunque te confío que varias veces la he visitado a cuando está en el otro balcón. Esas visitas reforzaron la creencia de Ella de que soy macho.


COPYRIGHTCONNIEUREÑACUELLAR/2017

domingo, 8 de octubre de 2017

21 - ASÍ TE CUENTO DEL MINUTO QUE CAMBIÓ TODO




  



Soy poco idónea para platicarte de los terremotos que han asolado mi querido México. Aparte del enorme susto, tuve la fortuna de no haber sufrido en carne propia ninguna desgracia este pasado mes de septiembre.

Al ser desalojados por motivos de seguridad, del edificio donde trabajo los empleados salimos a la calle sin darnos cuenta aún que había sido no solo un gran susto para la población, sino que nos esperaban las noticias aterradoras sobre edificios colapsados, gente atrapada entre escombros, construcciones dañadas y más etcéteras. Nos preparamos para lidiar con el tránsito. La mayoría pensaba solo en algo: llegar a casa lo antes posible, para cerciorarnos que habían resultado también ilesos nuestros familiares y nuestras propiedades. Imposible comunicarnos directamente con los móviles, la red estaba saturada; así, el famoso whatsapp sirvió para darnos un poco de tranquilidad.

Por la mañana de ese 19 de septiembre, el tránsito había estado -como era costumbre-, complicado. No sabes cuánto me eran antipáticos los motociclistas que sin previo aviso cruzan frente de tu auto para maniobrar; no siguen una línea recta, circulan entre los vehículos y para mí eran una gran molestia, lo mismo que los ciclistas.

Pero alrededor de las 13:30 horas, algo había cambiado. Los caros restaurantes y tiendas de lujo de la zona donde laboro, tenían ya letreros llamativos: “Gratis, sopa o un guisado para quien lo necesite”; “Puedes cargar con nosotros la pila de tu móvil”, “Está abierto nuestro WiFi para ti”. ¡Vaya! Algunas personas lloraban en las calles y eran consoladas por desconocidos. Los automovilistas no hacían sonar sus claxons ante el terrible congestionamiento vial, sino conducían lentamente, aunque con seguridad estaban ansiosos por avanzar. Noté que muchos conductores ofrecían a peatones llevarlos… algo completamente inusual entre nosotros.

Digo que no soy quien para narrar los acontecimientos de aquel martes, porque no vi ni he visto edificaciones derrumbadas, solo he seguido las noticias del gran desastre que causó un terremoto trepidatorio de 7.1 grados Richter, con epicentro más o menos cerca de la capital mexicana, que ha destruido las viviendas de la gente más humilde en los estados vecinos y ha dejado desamparadas a innumerables personas de clase media que hasta hace poco vivían en departamentos de acuerdo a su estatus social.

Siguiendo el trayecto hacia mi casa, me di cuenta que ningún vehículo se atravesaba en mi camino, a pesar del intenso tráfico. Quizás todos manejábamos como autómatas o tal vez habíamos cambiado un poco, al dejar pasar primero ahora a los motociclistas y ciclistas que acudían a la zona más devastada para ayudar. Ahora todos abríamos paso para que circularan las ambulancias, las patrullas, los paramédicos… no es que no lo hiciéramos antes, pero sí, algo había cambiado. Aquello de que en los cruces de calles y avenidas, cuando el tránsito está “embotellado”, pasemos uno de un lado, otro del lado opuesto… así, uno y uno, ahora se respetaba, mientras por la radio escuchaba con azoro que muchas construcciones habían caído o estaban por caer, que había cientos de seres atrapados.

Pero fue hasta que llegué a casa me di cuenta de la magnitud de la desgracia que cayó sobre gente inocente. En la televisión, miré cómo cientos de jóvenes, sin que nadie los alentara, estaban ya “manos a la obra” como rescatistas profesionales, mientras llegaba el ejército, la marina, los llamados topos, los hermosos canes que señalan dónde hay vida o un cuerpo que recuperar.

En mi casa -que por fortuna no sufrió daño alguno-, me di a la tarea de confirmar que mis familiares, vecinos y amistades estaban bien; así que el recuento de lo lamentable, no fue para mí, directamente.

Hasta hace poco, al encontrar a una querida amiga, al verla con un collarín y huellas de golpes en la cara, supe de viva voz que estaba en uno de los edificios más horriblemente derrumbados, que había tratado de huir hacia la calle pero estando a punto de salir el edificio se vino abajo y fue golpeada con brutalidad por los muros que le cayeron encima. No fue la única en dicho lugar que quedó atrapada; gritó, junto con varias otras personas, pidiendo ayuda que llegó muy pronto, quizás de peatones que pasaban por ahí o vecinos que arrancaron de la muerte a muchos semejantes, entre ellos mi amiga.

Con las horas y los días, surgieron muchísimos héroes anónimos, aquellos que ofrecieron agua y comida a quien lo necesitó; quienes ofrecieron sus hogares a los que perdieron todo, quienes con sus propias manos removieron los escombros, quienes participaron en rescates a cambio de la satisfacción propia de haber ayudado.

Empezó a llegar la ayuda nacional e internacional, delegaciones de rescatistas (a quienes viviremos agradecidos eternamente), con toneladas de ayuda para los necesitados, sus maravillosas herramientas, su tecnología de punta y sus inolvidables canes. Todos trabajaron junto a los mexicanos capacitados o voluntarios sin experiencia que se organizaron con la sola finalidad de ayudar.

Por medio de las redes sociales fui siendo testigo de hechos que todavía me hacen un nudo en la garganta al ver levantarse a la juventud tan criticada por su lenguaje, por sus actitudes, por su indiferencia pero que ahora estaban luchando hombro con hombro para rescatar, para limpiar escombros, para trasladar ayuda, para consolar.

Surgió otro tipo de sociedad mexicana. Esa que no es indiferente al dolor ajeno, que se inclina a ayudar a esas personas que están sufriendo física y moralmente. Eso sí lo he visto con mis propios ojos.

Reconozco que la electricidad, agua y telefonía se restablecieron inmediatamente en la mayor parte de la Ciudad de México y sobre todo aprecio que el Presidente haya salido de inmediato a enviar un mensaje de solidaridad del gobierno hacia la ciudadanía, que se haya presentado en los lugares de mayores desastres, que haya aceptado la ayuda internacional; en fin, que haya dado la cara. Sucedió que en el terremoto de 1985, el presidente de aquel entonces “salió a los medios” una semana después y rechazó el auxilio de naciones amigas.

Sí, reconozco muchas cosas, entre las cuales está mi mayor respeto y admiración al Ejército, la Marina, los Topos* y los héroes anónimos que tanto han ayudado, aunque critico agriamente que en Oaxaca y Chiapas, estados muy lastimados por el terremoto del que te cuento y otro anterior sumamente devastadores, a la gente que perdió su casa les esté dando el gobierno 120 mil pesos mexicanos para la reconstrucción… esa cantidad no es nada, no compra los materiales que se requieren; en una palabra, es insuficiente.

Creo que si va a haber una verdadera reconstrucción, se debe copiar el modelo japonés. El gobierno debe tomar físicamente en sus manos el restablecimiento de las viviendas y no dar lo que me parece una limosna, a personas sin hogar por causa de los terremotos.

No sé si en la capital sucederá lo mismo que te cuento; aquí han surgido voces como aquello de no dar a los partidos políticos los más de 7 mil millones de pesos para la campaña presidencial y de renovación de los congresistas del próximo año. El descontento social ya existía en este sentido, pero se ha venido agudizando hasta arrinconar a los partidos a renunciar a cierto porcentaje, que se destinará a la reconstrucción.

Ignoro si los capitalinos, volvamos a ser lo que fuimos antes del 19 de septiembre. No sé si volvamos a cubrirnos de indiferencia, de dejadez, de criticar pero sin hacer nada, no lo sé. Quisiera que no fuera así, que sigamos teniendo compasión por nuestros semejantes, que continuemos participando -cada quien desde su comunidad-, para que nuestra capital sea más humana, más amigable, más habitable y ese ejemplo se extienda a toda la nación, porque la reconstrucción tomará mucho tiempo y si bien ahora la ciudadanía ha donado toneladas de alimentos, rezo para que no decaiga el ánimo y sigamos ayudando a los necesitados.

Que no nos dejemos llevar por los falsos rumores de que un nuevo y terrible desastre nos espera. Que hagamos cumplir la promesa de reducir el número de diputados y senadores (628), que no permitamos que las campañas políticas nos llenen de basura electoral. Que exijamos que se construyan nuevas y mejores viviendas para los damnificados, que pidamos rendición de cuentas. Y tantos etcéteras que cada ciudadano puede plantear.

Además, que no nos atormentemos con la pregunta, “¿por qué a México tantos huracanes y dos terremotos?”. Creo que cuando nos hemos asombrado con la riqueza de nuestras tierras, la abundancia de sus ríos, lagunas, manantiales; maravillosos litorales, paraísos conocidos y por conocer, bellísimas ciudades modernas y coloniales, vestigios prehispánicos asombrosos, pueblos mágicos, majestuosas montañas, playas de ensueño, bosques y selva exuberantes, bio-diversidad y recursos naturales extraordinarios y más, mucho más, no nos hicimos esa pregunta, “¿por qué a México le correspondió tanta riqueza?”, sino que solo nos sentimos bendecidos. Hoy estamos viviendo el reverso de la moneda, pero esa misma moneda está en nuestras manos.

Ah, me preguntas sobre el minuto que te cuento; me refiero a la duración de los terremotos de septiembre. Aunque creo que no llegaron cada uno a los 60 segundos y si bien nuestro futuro cambió en esos instantes y parece incierto, me lleno de esperanza al saber, y sobre todo testificar, que la fuerza de mi país está en su gente.


copyrightConnieUreña/2017


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miércoles, 5 de julio de 2017

20 - ASÍ TE CUENTO DEL MAESTRO JOSÉ LUIS CUEVAS




Me parece que casi nadie se da cuenta de la importancia en su vida de ciertas personas, hasta que ya no están. Algo así me sucede con el fallecimiento de un dibujante, pintor, escultor, columnista, escritor; en una palabra, creador.
A principios de los años 70 yo era una jovencita deslumbrada por la entonces sofisticada Zona Rosa de la capital mexicana. Un área ubicada en las calles de la colonia Juárez, que llevan los nombres de ciudades europeas, donde proliferaron restaurantes y cafeterías, centros de reunión de los famosos intelectuales de aquel entonces, entre los que destacaba José Luis Cuevas, a quien se le atribuye el nombre de dicho espacio.
Sabía quien era ese personaje, pues había recién creado su “mural efímero”, en oposición a los muralistas mexicanos. Sobresalía también por sus dibujos que sinceramente no entendía en esos ayeres; opinión compartida con mis amistades y críticos de aquel que llamaban, “el niño terrible” de la cultura mexicana.
Al paso del tiempo, supe de su internacionalización y de vez en cuando leía su columna en un diario, misma que me parecía chocante porque hablaba de sus romances pasajeros con diversas mujeres quienes siempre poseían un cuerpo espectacular, según escribía. Cuevas fue admirador de las rumberas, actrices y vedettes famosas de esos días; se jactaba de haberlas conquistado, aunque él estaba casado.
Fue en 1986 cuando mi galán de aquel tiempo me llamó por teléfono para “presentarme” con su amigo José Luis. Ambos habían coincidido en una taberna y habían simpatizado enormemente. Saludé al amigo de mi novio y escuché su invitación para visitarlo en su casa el próximo domingo, día en que para mi sorpresa llegamos al domicilio de Cuevas.
Mi novio era extranjero y no conocía la relevancia de su nuevo amigo, quien para esas fechas era ya un ícono de las artes plásticas; famoso a más no poder en el ámbito mexicano. Se decía de él que era un ser irreverente y presuntuoso.
Sin embargo, el Maestro Cuevas nos recibió en su hogar como si nos conociera de toda la vida. Su amable esposa Bertha (qepd) lo llamaba “Gato” y él, recostado en la alfombra, reía mucho al mencionar lo gracioso que le parecía que mi enamorado no supiera quién era él. Asimismo, nos platicó varias anécdotas de su vida profesional y se ha quedado en mi memoria su relato. Leía las reseñas de sus exposiciones y ponía mucha atención sobre las que lo criticaban desde tímida hasta lapidariamente. Dijo que esas críticas siempre le quitaban el sueño y aunque su exposiciones siempre fueron exitosas, tanto en México como en USA, las críticas lo devastaban.
En aquella tarde de domingo lo escuché decir que ante todo él era dibujante y por la confianza que emanaba, me atreví a pedirle un dibujo para la portada del libro de un amigo; Cuevas pidió leer la obra y así inspirarse para la cubierta.
Cuando hablé con mi amigo escritor, apenas podía creer que Cuevas ilustraría su trabajo. En verdad que fue un acto de generosidad el que un artista como Cuevas accediera a mi pedido.
Pero ese hecho no terminó bien. Cuevas prestó su dibujo, no lo obsequió. Mi recomendado no lo devolvió, a pesar de la insistencia mía y la del gran artista, quien terminó por cansarse.Por ese hecho, rompí mi amistad con ese escritor, cuyo libro sobre psicoanálisis, a mi parecer, fue valioso solo por su portada.
Tal vez fue coincidencia pero sucedió que mi novio y yo nunca volvimos a ser invitados a la casa de Cuevas.
Mucho tiempo después, supe por las noticias que su esposa Bertha falleció repentinamente, hecho que a Cuevas le afectó bastante. Su refugio fue el arte y uno de los múltiples frutos que cosechó es el museo que se abrió en su honor, donde -además de sus dibujos- dio a conocer su faceta de escultor.
Más adelante, Cuevas volvió a casarse con una dama que no fue del agrado de las hijas que procreó con Bertha. Hubo un claro distanciamiento hasta el momento en que el genial maestro estuvo muy enfermo. Sus hijas argumentaron públicamente que estaba secuestrado por su segunda esposa; algo que él negó mediante una entrevista televisiva.


Con su fallecimiento, las noticias sobre Cuevas y mis recuerdos han resurgido en mi mente. Quiero agradecer a la vida el privilegio de haber pasado una tarde escuchando la charla tan agradable del gran Maestro José Luis Cuevas y con ello haber entendido por fin el porqué de su totalmente fuera de lo común obra, que desde ese día quedó grabada en mi corazón.

3 de Julio/2017
copyrughtconnieurena/2017

jueves, 26 de enero de 2017

19 ASÍ TE CUENTO DE LOS MAYAS DE PALENQUE




Conozco la historia de los Mayas porque mis abuelitos nos la cuentan. Nos platican que fueron hombres y mujeres muy sabios. Ellos levantaron hace muchísimo tiempo las impresionantes construcciones que rodean mi zona de trabajo.

Tengo veintiún años, aunque parezco de mucho menos. Vendo artesanías, los veinte dijes del zodíaco maya y sobre todo los bordados que hace mi madre. Los fines de semana y en las vacaciones, personas de muy lejanas tierras vienen a admirar lo que ya te dije, las impresionantes construcciones de los Mayas, mis antepasados. 

Yo me siento orgullosa de haber cooperado para que en casa tuviéramos una televisión y ahorramos para que cuando llegue el recibo de la electricidad, lo paguemos a tiempo.  También “cooperé” con una niña, mi hijita Citlaltzin que quiere decir Estrellita en lengua tzeltal. Tiene ahora seis años y ya va a la escuela.

Hablo tzeltal y mexicano. Los mexicanos que vienen de lejos, no saben que en mis tierras se hablan varias lenguas como mi propio tzeltal y el tzotzil, chol, zoque, tojolabal, mame, kakchiquel, lacandón, mochó, jacalteco, chuj y kanjobal.  

En la escuela me enseñaron a hablar mexicano, aunque le dicen español. En casa y entre nosotros, aunque estemos en plena venta, nos comunicamos en tzeltal. Una señora me preguntó en qué lengua estaba hablando con una amiga y yo le contesté “tzeltal”. La señora dijo, “quetzal”, no, no, “tzeltal”.

Yo me llamo Yatziri que quiere decir Doncella de la Luna, te lo digo porque la misma señora que te cuento me lo preguntó y solo pidió que se le dijera algo de su signo maya.  Como ella nació en diciembre, me correspondió decirle que las personas de su signo les gusta el sol, pero lo evitan porque son blancas y pueden quemarse. Algo fácil de adivinar porque la señora era blanca y llevaba puesto un sombrero. Me dio un billete, ¡sí!, un billete y me pidió gastarlo solo en mí.

Sé que me brillaron los ojos y sabes qué, decidí guiar a esa señora que en ese momento iniciaba su recorrido por la zona arqueológica de Palenque, que ya te dije es impresionante. Ella iba con un grupo que había contratado a un hermano mío como guía, pero te aseguro que yo también he aprendido a describir las edificaciones mayas.

Mi abuelo dice que Palenque no se llamaba así. Los mayas lo llamaban Otolum. También los mayores nos cuentan que Otolum fue una ciudad grandiosa, gobernada -a veces por hombres, a veces por mujeres- pero estaba abandonada cuando hace siglos llegaron los conquistadores españoles a estos lugares que hasta hoy están rodeados de selva. 

Ni siquiera las manos destructoras pueden contra esa inmensidad verde que llamamos selva y donde viven todavía algunas personas a los que se les dice “lacandones”. Luego te platico de ellos, porque se dice que son los descendientes directos de los mayas y llegaron primero a estas tierras.

La señora que te digo me escuchaba, me hacía preguntas, veía las construcciones y sacaba fotos. Hubo un momento en que vi su cara llena de admiración ante "Templo de la Reina Roja", el “Templo de las Inscripciones”, la tumba de “Pacal El Grande”, K'inich Janaab Pakal en mi lengua.

También ante "El Palacio", el "Templo de la Cruz Foliada" y el "Templo del Sol" y también la señora admiró los árboles sagrados de los mayas, la Ceiba y el de tronco rojo. A todas esta magnificencia le llamamos vestigios, no nos gusta la palabra ruinas.

Mi papá, que ahorita tiene más de 50 años, dice que cuando él era chiquito, empezaron a venir arqueólogos a esta zona. Retiraron la selva que estaba cubriendo las construcciones y pronto abrieron al público este Parque Nacional de Palenque, que es el orgullo nuestro y el lugar de trabajo mío y de muchísimas personas de la región, de todas las edades.

He oído decir a los guías pero principalmente a los mayores de nuestra comunidad, que los Mayas fundaron esta zona antes del nacimiento de Cristo, porque aquí florecía la agricultura por los manantiales y riqueza de la tierra. Ese florecimiento causó guerras, que los de otros reinos iniciaron y se dedicaron a ver cómo importunar a nuestros antepasados.

La verdad es que todos los pueblos de la región eran también eran mayas y todos fueron gente avanzada. Pero, quién sabe por qué las diferentes poblaciones mayas nunca estuvieron unificadas.

Así, gobernantes de otras tierras quisieron apoderarse de lo nuestro porque, decían ellos, descendían de tiempos más antiguos que nosotros y sentían que tenían derecho de quitarnos nuestras posesiones y esclavizarnos.

Seguía hablándole bajito a la señora que ya te platiqué y como en la zona de las construcciones mayas -espacio en el que ahora nos permiten vender en puestos o como ambulantes-, si ella compraba en algún puesto, yo le diría al vendedor que lo había recomendado. La señora compró una bolsa y una pluma de pavo pintada al óleo. Discretamente, pedí mi comisión.

Después del recorrido, el guía del grupo, mi hermano, invitó al grupo a pasear por la selva; no creas que es la selva selva, sino una muestra nada más. Me acerqué a la señora que te cuento para avisarle que a esa hora de la tarde las viborillas negras salen de su escondite y no se ven por lo tupido de la floresta.

Me miró sorprendida, me dio las gracias y avisó a sus compañeros que iría a comer a las afueras de la zona para esperar a que ellos salieran e irse juntos hacia el autobús que los trajo hasta acá.

Escuché la palabra “comer”. Eran las cuatro de la tarde y yo no había comido desde la mañana. Nuestro desayuno habitual es agua caliente con canela, un pan y un tamal, eso nos permite ir al trabajo sin el estómago vacío. Regresamos a casa al oscurecer, nos espera un tamal envuelto con Hoja Santa, que le da un sabor muy rico y otra vez bebemos agua caliente con canela.

Si en la casa nos ha ido bien, hay un pedazo de pescado frito, o carne de pollo o de pavo, que cae de maravilla a nuestra pancita. En las fiestas hay más de comer como los asados de res o de puerco; ah, también de pollo y pescado cocinado de diferentes formas. De beber hay atole agrio y agua con chocolate. También muchas tortillas de maíz.

A mi hija que va a la escuela, le dan un desayuno escolar. Un cuartito de leche, una naranja, una palanqueta de cacahuate y un pan pequeño relleno de jamón. Siempre guarda uno de estos alimentos para mí, sin que yo se lo pida.

Yo me quedé en tercer grado, pero aprendí a leer y a escribir en mexicano y a hacer cuentas, tú sabes, la aritmética. Como soy madre soltera todavía vivo en casa de mis padres, tengo la obligación de llevar dinerito a la casa, para mi sustento, el de mi hija y para los gastos.

Mi papá trabaja en un cafetal pero muchas veces es rechazado cuando llega la cosecha; además, vienen hombres de Guatemala, El Salvador y hasta de Honduras; a ellos sí los contratan porque cobran menos.

Le dije a la señora que ya te platiqué, que la podía llevar a comer donde sé que está sabroso. Ella aceptó y cuando llegamos a ese tenderete me invitó a comer con ella.  Fue entonces cuando me preguntó de dónde soy y le contesté que del ejido El Naranjo, aquí cerquita de Palenque.

Mientras comíamos, la señora me preguntó de mi trabajo y bueno, tú ya sabes por qué trabajo. Todas las mujeres de El Naranjo trabajamos, ya sea en el Parque arqueológico o en casa. Si te quedas en casa es porque confeccionas bolsas, blusas e infinidad de otras cositas bordadas.

Nuestras abuelas nos enseñaron a coser y bordar. Los hombres trabajan muchos como pescadores y otros tantos como vendedores; a algunos el gobierno los ha preparado para ser guías, pero lo que saben lo enriquecen con lo que nos cuentan los viejos del ejido.

Ellos también aprendieron artesanía de sus padres o abuelos, pero como te dije, hace poco vinieron del gobierno del estado a enseñarnos otras manualidades como pintura en tela y cuero, nos dejaron poner nuestros puestos dentro de Palenque y permitieron el ambulantaje. También nos venden telas para bordar, a buen precio.

La señora que te digo, me escuchaba atenta y me preguntó de la escuela de mi niña. Le conté que está al aire libre, que los niños se sientan en el suelo, el pizarrón es portátil y para ir al baño corren al retrete comunitario.

Más de la mitad de los adultos de El Naranjo, no saben leer ni escribir. Los demás nos defendemos un poquito. ¿Que qué hacemos si nos enfermamos? Pues para eso hay curanderos. Casi siempre es de la panza porque comemos algo que creemos es fruta y se nos inflan los intestinos, entonces nos dan masaje con manteca para “desinflarnos”.

¿Médico? No señora, hay una clínica pero solo tiene inscrito a un señor, eso porque tiene trabajo de planta en una de las cafetaleras. El doctor viene solo en temporada de vacunas; los niños nacen en las casas.

Nuestros médicos a veces son los lacandones. Ellos heredaron de los mayas, conocimientos que pasan de boca en boca. Mi abuela dice que no hay nada escrito.  Los lacandones adivinan tu suerte, te dicen tu pasado, presente y futuro con tan solo verte a la cara.

Siempre están vestidos de blanco y viven en las profundidades de la selva, esa selva que guarda más pirámides y tumbas, que parecen montes, pero son construcciones mayas. Por esa selva, hace mucho tiempo se fueron yendo los originales mayas, dejando abandonado Palenque y otras ciudades que yo no conozco pero que dicen los ancianos que son tan grandes y tan magníficas como la nuestra.

Dicen que nadie sabe por qué abandonaron sus construcciones, que más bien eran tumbas y había palacios donde vivía el gobernante y la nobleza; alrededor, en chozas, vivía el pueblo. Entre los nobles estaban los que estudiaban las estrellas, los que inventaron el calendario maya, los consejeros para la agricultura y claro, los sacerdotes quienes eran los guías del rey y del pueblo.

Pero mi abuelo cree saber por qué se fueron los mayas. Las amenazas de los envidiosos pueblos vecinos tuvo mucho que ver y los gobernantes de Otolum salieron primero para localizar dónde se podían establecer. Más adelante se llevarían al pueblo en sí, cuando ya estuvieran ellos bien asentados.

El pueblo, sin un guía, sin un control, empezó a portarse mal, a faltar a sus labores, a dejar crecer la selva, a emborracharse, a abusar de los más débiles…
Aun cuando, se supone que los gobernantes enviaron por su pueblo, este ya había abandonado sus hogares, vagado a la deriva y perdido para siempre su patrimonio, se dispersaron sin dejar rastro.

Esto se lo conté a la señora que me invitó a comer. Y después de la comida le dije que para otra vez viniera tempranito, para que escuchara todos los sonidos que hacen al amanecer los pájaros, los monos aulladores, venados y otros animalitos. Yo no he oído ninguno, pero dicen que a veces se escucha el rugido del jaguar.

Le ofrecí a la señora acompañarla a su autobús, porque su grupo tal vez ya había salido de la selva. Me preguntó si podía tomarme una foto y le dije que no, porque nosotros creemos que la fotografía se lleva nuestro espíritu. La señora no insistió.

Caminamos a un lado de la carretera, ella iba admirando la inmensidad verde del bosque espeso, con sus hojas reflejando el sol de la tarde. Se asombró al ver muchísimas plantas de Hoja Santa; así, silvestres, a un lado de ese camino de carros.  Estaba cansada pero contenta cuando algunas personas vinieron a su encuentro, preguntando dónde había estado.

Algo dijo y volvió su cara hacia mí. Vi cómo brillaron sus ojos. Yo no quería recibir un pagó por ser su guía, pero estrechó mi mano y acepté. Agradeció mis pláticas y compañía. Yo le di las gracias también por la comida. Me habló de sus mejores deseos para mí, mi hija y mi familia. Dijo que nunca me olvidará.

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