Su tamaño era tan chiquito cuando la encontré. Estaba
por abrir sus ojos y se encontraba desvalida en la entrada de un edificio abandonado. La primera noche en su nueva casa durmió
dentro de un zapato mío, es que era tan pequeñita … no es que calce yo muy grande, ¡eh!
La llamé “Juanita”, la alimenté con un biberón de
juguete que llené con leche y al día siguiente le compré croquetas y arena para
su toilet. Cuando abrió los ojos por completo, en su
mirada vi el amor. De allí en adelante,
en momentos especiales me regalaba esa mirada, que me indicaba cuán grande era
lo que sentía por mi. La verdad es que más de una vez lloré al mirar la profundidad
de sus ojos dorados y ver la pureza de un alma.
Creció, entró en celo, se marchó de casa una noche y
regresó apaciguada. Dedicó los días siguientes a comer y dormir, no sin antes
hacer otras de sus varias travesuras. Uno de sus “ejercicios” era correr por el
pasillo, llegar hasta una larga planta que adornaba nuestro departamento y
subir por el frágil tronco, que apenas aguantaba el peso de mi felina, pero al
llegar a la punta se venían las dos abajo, causando que la tierra de la maceta
se derramara en el piso. Igual hacía con las cortinas de las ventanas; ya
sabes, correr, subirlas “de volada” y bajar velozmente bien agarrada de la tela
con las uñas, desgarrando todo …
Tuvo varios partos. Todos sus bebés fueron preciosos; solo
dos por evento. Por fortuna los pude colocar en hogares donde fueron bien
recibidos.
Su primer parto fue especial porque ni ella ni yo
sabíamos qué iba a pasar. Inició la labor maullando y ronroneando; la acompañé,
acariciándola y hablando con ella para alentarla; su mirada era
interrogante. Vi su destreza al cortar
el cordón umbilical, al “bañar” a su bebé, al colocarlo en la cama que había yo
preparado para ese fin. Me di cuenta de
la sabiduría de la naturaleza porque al nacer el primer crío, mi gatita tuvo el
tiempo necesario para atenderlo antes de la llegada del segundo, atender a este
y hasta después nació el tercero. Al
final, la nueva mamá se colocó para que sus críos comieran. Ronroneaba
plácidamente y por fin pudo dormir … habían pasado casi siete horas.
El último parto también fue único. Inició por la
mañana cuando me iba a trabajar. Como ya
mi gatita había tenido otros partos solo la metí a su caja preparada para la
ocasión y me fui. Regresé por la noche y juanita seguía en la labor, se veía
exhausta, el crío no acababa de salir, solo se asomaban unas patitas. Me fui corriendo con mi gatita al veterinario
… operación cesárea fue la indicación … “quién sabe si el crío esté vivo” …
cuando escuché el llanto de un gato recién nacido, ¡qué alegría! Los dos estaban sanos y salvos.
Esa noche alimenté al bebé. Juanita estaba aún
aletargada por la anestesia y cuando despertó no reconoció que había vuelto a
ser madre y veía a su crío como a un extraño.
No lo alimentó, pero me encargué de que el bebé viviera, cobijándolo y dándole calor con la luz de una lámpara,
además de darle biberón con leche tibia.
Durante mis ausencias lamenté dejarla sola. Disponía
recipientes de comida colocados estratégicamente porque si le dejaba uno solo
con muchas croquetas, ella no comía. Se daba cuenta que mi viaje sería de
varios días. A mi regreso me recibía con una serie diferente de maullidos, como
reclamándome, como contándome lo que había sucedido en los días de su soledad.
“ me pedía” que la cargara y no quería apartarse de mí.
Pocas veces enfermó en su larga vida de más de
dieciseis años. Solo en dos ocasiones corrimos a consultar al veterinario …
aparte del parto mencionado, un día su
estómago estaba muy mal. En la sala de espera me sentía impaciente y al fin
llamaron por mi nombre. El vet
auscultaba a su peluda paciente y la llamaba cariñosamente “Cony Ureña”; aclaré
que yo era Cony y mi gata “Juanita”.
Reímos mucho por la confusión causada por mí porque en la recepción
preguntaron su nombre y yo había informado el mío. Ese vet me contó que no era
raro que los dueños de mascotas las llamaran con nombre y apellido. Él mismo
atendía a un perro llamado “Benito Mussolini”.
Tuve ciertas dificultades debido al nombre de mi
gatita. Una compañera de trabajo me dijo que era un pecado llamar a un animal
con un nombre humano. En un grupo de
colegas, había una joven llamada Juanita y cuando ese grupo me visitó en casa,
tuve el cuidado de no mencionar que mi minina se llamaba así.
Una vecina comentó que Juanita viviría muchísimo
porque era bien alimentada, bien tratada, vacunada a tiempo y consentida. La verdad es que yo me enfermé más ocasiones
que juanita porque, por ejemplo, tuve una alergia facial. Una dermatóloga me
recomendó dar en adopción a mi gatita. Eso era imposible, era una gata adulta
que había vivido conmigo tantos años. Sabía que moriría si yo la entregaba a un
asilo. Entonces le pedí a Juanita que no se acercara a mí y que no entrara a mi
recámara. Ella obedeció. Aún ahora me parece increíble que guardara una
distancia considerable porque siempre le gustó estar cerca de mí y solo volvió
a acercarse cuando estuve curada de esa alergia. Anteriormente, por sus correrías, se había
empulgado. Rápidamente le compré un collar anti-pulgas. Durante el tiempo de su
padecimiento, no se acercaba a mí, a pesar de su costumbre de acurrucarse a mi
lado cuando leía un libro o revista.
Otra anécdota es que estuvo encargada en la casa de
una hermana mía. Cuando la entregué
corrió a esconderse y sólo dejaba su escondite por las noches para comer y
beber agua. Tuve una operación y la convalecencia fue en el hogar de dicha
hermana. Mi gatita no aparecía, a pesar
de mis llamados; solo por la noche, cuando las luces estuvieron apagadas, subió
a la cama y se acurrucó cerca de mis pies.
Recuerdo otra ocasión en que un sobrinito estuvo
conmigo varios días. Él había conocido a mi mascota en otra visita, cuando ella
apenas había venido a vivir en mi casa.
Mi sobrino preguntó por mi gatita, le contesté: “mira, ahí está”. Él me contestó: “no tía,
esa no es una gata, es un tigre”. Pues
sí, mi gata había crecido muchísimo y su pelaje era atigrado.
Después nos mudamos. Tardó tiempo para que mi felina
se acostumbrara a nuestra nueva vida. No volvió a salir a la calle por sí
misma. Me esperaba en el balcón y maullaba tímidamente cuando abría yo la
puerta.
Al día siguiente de nuestra mudanza, al levantarme no
la vi. La busqué por todo el nuevo apartamento … no aparecía. Las ventanas
estaban cerradas, la puerta también, no estaba debajo de los muebles … casi
lloré por su ausencia … hasta que la vi … estaba arriba del librero … había
observado todas mis maniobras para encontrarla, pero no había respondido a mis
llamados.
El tiempo pasó, juanita vivía ahora tranquila y
feliz. Sus días de juerga habían quedado
atrás. Mas tenía en mis recuerdos cómo antes tenía calculada la hora de mi
regreso pues siempre la encontraba dentro de nuestra casa, pero un día había
tenido un retardo. Al terminar de
estacionar el auto me di cuenta que en la esquina venía juanita a toda
velocidad; entró al edificio por un espacio pequeño y debió subir
apresuradamente la escalera hasta el piso donde vivíamos. Sin embargo, la encontré
cerca de nuestra puerta, acicalándose como si hubiera estado esperando ahí
largo tiempo.
Ah, a ver qué te parece este otro recuerdo, cuando acababa
de parir otros dos críos, llegué a casa al no acostumbrado mediodía. Encontré a juanita instalada en mi cama
tomando en sol, como en la playa, acompañada por sus crías. Se sorprendió muchísimo y desocupó mi cama
con gran rapidez; maullándole a sus hijos como reprendiéndolos por estar
ocupando un espacio que no era de ellos.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que juanita me
amaba. Lo podía ver en su mirada color de oro.
Sí, si alguien me ha mirado con tanto amor esa fue gatita. Por eso la disculpé de sus muchas travesuras,
como romper la cortina del baño, desgarrar el papel sanitario, jugar con mis
medias, recostarse en la ropa limpia, beber leche de mi vaso y de mi yogurth
tan pronto me descuidaba, romper objetos valiosos y otras innumerables pillerías.
En la mañana le servía su alimento, cambiaba el agua
que bebería y limpiaba su arenero. Al
salir, la miraba y me despedía … muchas veces vi un rastro de tristeza en su
hermosa carita.
A mi regreso, al abrir la puerta ella estaba
esperándome. Caminaba delante de mí hacia la cocina, directo al rincón donde
estaba su plato. Le servía croquetas y
atún para mininos. La acompañaba durante su merienda. Le hablaba y ella
ronroneaba. Subía el volumen de su ronroneo o masticaba más fuerte su alimento
cuando la elogiaba, diciéndole que era la gata más bonita, más educada y más
cariñosa. Creerás que estaba loca por
juanita, porque también le cantaba una canción ranchera y le silbaba. Ella parecía apreciar mis locuras.
Y creo que le contagiaba mi locura porque a la hora de
mi cena, juanita, invariablemente, empezaba a correr por toda la casa. Subía a
los muebles, patinaba sobre el piso y trataba de esconderse debajo de un sofá;
casi siempre lo conseguía, solo que su cola quedaba a la vista. Después de su maratón, iba a su camita y observaba
mi ritual para irme a dormir. Tenía que
caminar con precaución porque sorpresivamente juanita me mordía levemente un
tobillo, entonces empezaba el juego de perseguirla, alcanzarla y “boxear” con
ella algunos minutos, nunca los suficientes para mi gatita, quien ronroneaba de
placer.
¡oh sí!, ya en esta casa trató un día de escapar. Al salir para irme a trabajar, ella corrió
por el pasillo. Le grité, “alto ahí, ¿a dónde cree que va usted?”; juanita
regresó y entró a la casa; en lo que cerraba con llave, me di cuenta que mi
vecino del 204, estaba como congelado porque creyó que mi grito se lo había
dirigido a él … ya comprenderás cuánto nos reímos.
Me preguntas por qué no la esterilizaron y tuvo cinco
partos. Fue inconsciencia mía. Pero mira, cuando nacían sus hijitos ella los
alimentaba y educaba. Sí, así como te digo, los educaba, llevándolos al
arenero, por ejemplo; al crecer jugaba con ellos pero si le pedía que me
dejaran dormir, se tranquilizaban y dormían.
Al empezar los críos a comer por su cuenta, los colocaba con otras
personas, aun cuando juanita los echaba mucho de menos y sufríamos las dos,
pero no podíamos quedarnos con los gatitos.
Pasaban pocos días y cuando juanita y cuando ya no tenía leche, volvía a
escaparse. En menos de lo que te
platico, estaba nuevamente embarazada. Tantos partos dejaron huella en su
abdomen. Una amiga me dijo que juanita “debería haber sido fajada” despúes de
cada parto para que su barriga no estuviera colgando.
Un día viajé muy lejos. Contraté una persona que
diariamente viniera a casa durante un mes a dar de comer a juanita y cambiar el
agua de su cubeta. Porque era una cubeta de la que juanita bebía agua. Dejé
abierta la puerta de la recámara, puesto que juanita dormía en una camita ahí
instalada.
Fue un error el que le cerraran esa puerta a mi
gatita. Cuando regresé la encontré flaquísima y enferma. Había pasado mucho
frío y el veterinario dijo, “esta venerable anciana tiene pulmonía”. Sufrió mucho y yo trataba de consolarla. Ella me seguía con la mirada a todas partes
de nuestro hogar con esos bellos ojos dorados y supe que la iba a perder. Acordé con el veterinario que el sábado la
llevaría al consultorio para la inyección final. El viernes traté de llegar
pronto a casa pero el tráfico me lo impidió. Corrí a ver a mi gatita que tenía
los pelos erizados. Maulló suavemente, ese era su saludo de siempre. Me miró
con amor. La cargué y ella alargó su patita para tocarme. Su cuerpo deteriorado
se estremeció entre mis brazos y falleció.
Solo me había estado esperando y se fue hasta que me dio su último
maullido, su última mirada y su última caricia.
Siempre te estaré agradecida por tu paso en mi vida,
¡nunca te olvidaré, mi querida Juanita!
Cony Ureña
Agosto 2015
Muy bien escrito, querida amiga. Un besito. H
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