miércoles, 12 de agosto de 2015

7 - ASI TE CUENTO DE MI PRIMERA GATITA






Su tamaño era tan chiquito cuando la encontré. Estaba por abrir sus ojos y se encontraba desvalida en la entrada de un edificio abandonado.  La primera noche en su nueva casa durmió dentro de un zapato mío, es que era tan pequeñita … no es  que calce yo muy grande, ¡eh!

La llamé “Juanita”, la alimenté con un biberón de juguete que llené con leche y al día siguiente le compré croquetas y arena para su toilet.  Cuando abrió los ojos por completo, en su mirada vi el amor.  De allí en adelante, en momentos especiales me regalaba esa mirada, que me indicaba cuán grande era lo que sentía por mi. La verdad es que más de una vez lloré al mirar la profundidad de sus ojos dorados y ver la pureza de un alma.

Creció, entró en celo, se marchó de casa una noche y regresó apaciguada. Dedicó los días siguientes a comer y dormir, no sin antes hacer otras de sus varias travesuras. Uno de sus “ejercicios” era correr por el pasillo, llegar hasta una larga planta que adornaba nuestro departamento y subir por el frágil tronco, que apenas aguantaba el peso de mi felina, pero al llegar a la punta se venían las dos abajo, causando que la tierra de la maceta se derramara en el piso. Igual hacía con las cortinas de las ventanas; ya sabes, correr, subirlas “de volada” y bajar velozmente bien agarrada de la tela con las uñas, desgarrando todo …

Tuvo varios partos. Todos sus bebés fueron preciosos; solo dos por evento. Por fortuna los pude colocar en hogares donde fueron bien recibidos.

Su primer parto fue especial porque ni ella ni yo sabíamos qué iba a pasar. Inició la labor maullando y ronroneando; la acompañé, acariciándola y hablando con ella para alentarla; su mirada era interrogante.  Vi su destreza al cortar el cordón umbilical, al “bañar” a su bebé, al colocarlo en la cama que había yo preparado para ese fin.  Me di cuenta de la sabiduría de la naturaleza porque al nacer el primer crío, mi gatita tuvo el tiempo necesario para atenderlo antes de la llegada del segundo, atender a este y hasta después nació el tercero.  Al final, la nueva mamá se colocó para que sus críos comieran. Ronroneaba plácidamente y por fin pudo dormir … habían pasado casi siete horas.

El último parto también fue único. Inició por la mañana cuando me iba  a trabajar. Como ya mi gatita había tenido otros partos solo la metí a su caja preparada para la ocasión y me fui. Regresé por la noche y juanita seguía en la labor, se veía exhausta, el crío no acababa de salir, solo se asomaban unas patitas.  Me fui corriendo con mi gatita al veterinario … operación cesárea fue la indicación … “quién sabe si el crío esté vivo” … cuando escuché el llanto de un gato recién nacido, ¡qué alegría!  Los dos estaban sanos y salvos.

Esa noche alimenté al bebé. Juanita estaba aún aletargada por la anestesia y cuando despertó no reconoció que había vuelto a ser madre y veía a su crío como a un extraño.  No lo alimentó, pero me encargué de que el bebé viviera, cobijándolo  y dándole calor con la luz de una lámpara, además de darle biberón con leche tibia.

Durante mis ausencias lamenté dejarla sola. Disponía recipientes de comida colocados estratégicamente porque si le dejaba uno solo con muchas croquetas, ella no comía. Se daba cuenta que mi viaje sería de varios días. A mi regreso me recibía con una serie diferente de maullidos, como reclamándome, como contándome lo que había sucedido en los días de su soledad. “ me pedía” que la cargara y no quería apartarse de mí.

Pocas veces enfermó en su larga vida de más de dieciseis años. Solo en dos ocasiones corrimos a consultar al veterinario … aparte del parto mencionado,  un día su estómago estaba muy mal. En la sala de espera me sentía impaciente y al fin llamaron por mi nombre.  El vet auscultaba a su peluda paciente y la llamaba cariñosamente “Cony Ureña”; aclaré que yo era Cony y mi gata “Juanita”.  Reímos mucho por la confusión causada por mí porque en la recepción preguntaron su nombre y yo había informado el mío. Ese vet me contó que no era raro que los dueños de mascotas las llamaran con nombre y apellido. Él mismo atendía a un perro llamado “Benito Mussolini”.

Tuve ciertas dificultades debido al nombre de mi gatita. Una compañera de trabajo me dijo que era un pecado llamar a un animal con un nombre humano.  En un grupo de colegas, había una joven llamada Juanita y cuando ese grupo me visitó en casa, tuve el cuidado de no mencionar que mi minina se llamaba así.

Una vecina comentó que Juanita viviría muchísimo porque era bien alimentada, bien tratada, vacunada a tiempo y consentida.  La verdad es que yo me enfermé más ocasiones que juanita porque, por ejemplo, tuve una alergia facial. Una dermatóloga me recomendó dar en adopción a mi gatita. Eso era imposible, era una gata adulta que había vivido conmigo tantos años. Sabía que moriría si yo la entregaba a un asilo. Entonces le pedí a Juanita que no se acercara a mí y que no entrara a mi recámara. Ella obedeció. Aún ahora me parece increíble que guardara una distancia considerable porque siempre le gustó estar cerca de mí y solo volvió a acercarse cuando estuve curada de esa alergia.  Anteriormente, por sus correrías, se había empulgado. Rápidamente le compré un collar anti-pulgas. Durante el tiempo de su padecimiento, no se acercaba a mí, a pesar de su costumbre de acurrucarse a mi lado cuando leía un libro o revista.

Otra anécdota es que estuvo encargada en la casa de una hermana mía.  Cuando la entregué corrió a esconderse y sólo dejaba su escondite por las noches para comer y beber agua. Tuve una operación y la convalecencia fue en el hogar de dicha hermana.  Mi gatita no aparecía, a pesar de mis llamados; solo por la noche, cuando las luces estuvieron apagadas, subió a la cama y se acurrucó cerca de mis pies.

Recuerdo otra ocasión en que un sobrinito estuvo conmigo varios días. Él había conocido a mi mascota en otra visita, cuando ella apenas había venido a vivir en mi casa.  Mi sobrino preguntó por mi gatita, le contesté:  “mira, ahí está”. Él me contestó: “no tía, esa no es una gata, es un tigre”.  Pues sí, mi gata había crecido muchísimo y su pelaje era atigrado.

Después nos mudamos. Tardó tiempo para que mi felina se acostumbrara a nuestra nueva vida. No volvió a salir a la calle por sí misma. Me esperaba en el balcón y maullaba tímidamente cuando abría yo la puerta.

Al día siguiente de nuestra mudanza, al levantarme no la vi. La busqué por todo el nuevo apartamento … no aparecía. Las ventanas estaban cerradas, la puerta también, no estaba debajo de los muebles … casi lloré por su ausencia … hasta que la vi … estaba arriba del librero … había observado todas mis maniobras para encontrarla, pero no había respondido a mis llamados.

El tiempo pasó, juanita vivía ahora tranquila y feliz.  Sus días de juerga habían quedado atrás. Mas tenía en mis recuerdos cómo antes tenía calculada la hora de mi regreso pues siempre la encontraba dentro de nuestra casa, pero un día había tenido un retardo.  Al terminar de estacionar el auto me di cuenta que en la esquina venía juanita a toda velocidad; entró al edificio por un espacio pequeño y debió subir apresuradamente la escalera hasta el  piso donde vivíamos. Sin embargo, la encontré cerca de nuestra puerta, acicalándose como si hubiera estado esperando ahí largo tiempo. 

Ah, a ver qué te parece este otro recuerdo, cuando acababa de parir otros dos críos, llegué a casa al no acostumbrado mediodía.  Encontré a juanita instalada en mi cama tomando en sol, como en la playa, acompañada por sus crías.  Se sorprendió muchísimo y desocupó mi cama con gran rapidez; maullándole a sus hijos como reprendiéndolos por estar ocupando un espacio que no era de ellos.

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que juanita me amaba. Lo podía ver en su mirada color de oro.  Sí, si alguien me ha mirado con tanto amor esa fue gatita.  Por eso la disculpé de sus muchas travesuras, como romper la cortina del baño, desgarrar el papel sanitario, jugar con mis medias, recostarse en la ropa limpia, beber leche de mi vaso y de mi yogurth tan pronto me descuidaba, romper objetos valiosos y otras innumerables pillerías.

En la mañana le servía su alimento, cambiaba el agua que bebería y limpiaba su arenero.  Al salir, la miraba y me despedía … muchas veces vi un rastro de tristeza en su hermosa carita.

A mi regreso, al abrir la puerta ella estaba esperándome. Caminaba delante de mí hacia la cocina, directo al rincón donde estaba su plato.  Le servía croquetas y atún para mininos. La acompañaba durante su merienda. Le hablaba y ella ronroneaba. Subía el volumen de su ronroneo o masticaba más fuerte su alimento cuando la elogiaba, diciéndole que era la gata más bonita, más educada y más cariñosa.  Creerás que estaba loca por juanita, porque también le cantaba una canción ranchera y le silbaba.  Ella parecía apreciar mis locuras.

Y creo que le contagiaba mi locura porque a la hora de mi cena, juanita, invariablemente, empezaba a correr por toda la casa. Subía a los muebles, patinaba sobre el piso y trataba de esconderse debajo de un sofá; casi siempre lo conseguía, solo que su cola quedaba a la vista.  Después de su maratón, iba a su camita y observaba mi ritual para irme a dormir.  Tenía que caminar con precaución porque sorpresivamente juanita me mordía levemente un tobillo, entonces empezaba el juego de perseguirla, alcanzarla y “boxear” con ella algunos minutos, nunca los suficientes para mi gatita, quien ronroneaba de placer.

¡oh sí!, ya en esta casa trató un día de escapar.  Al salir para irme a trabajar, ella corrió por el pasillo. Le grité, “alto ahí, ¿a dónde cree que va usted?”; juanita regresó y entró a la casa; en lo que cerraba con llave, me di cuenta que mi vecino del 204, estaba como congelado porque creyó que mi grito se lo había dirigido a él … ya comprenderás cuánto nos reímos.

Me preguntas por qué no la esterilizaron y tuvo cinco partos.  Fue inconsciencia mía.  Pero mira, cuando nacían sus hijitos ella los alimentaba y educaba. Sí, así como te digo, los educaba, llevándolos al arenero, por ejemplo; al crecer jugaba con ellos pero si le pedía que me dejaran dormir, se tranquilizaban y dormían.  Al empezar los críos a comer por su cuenta, los colocaba con otras personas, aun cuando juanita los echaba mucho de menos y sufríamos las dos, pero no podíamos quedarnos con los gatitos.  Pasaban pocos días y cuando juanita y cuando ya no tenía leche, volvía a escaparse.  En menos de lo que te platico, estaba nuevamente embarazada. Tantos partos dejaron huella en su abdomen. Una amiga me dijo que juanita “debería haber sido fajada” despúes de cada parto para que su barriga no estuviera colgando.

Un día viajé muy lejos. Contraté una persona que diariamente viniera a casa durante un mes a dar de comer a juanita y cambiar el agua de su cubeta. Porque era una cubeta de la que juanita bebía agua. Dejé abierta la puerta de la recámara, puesto que juanita dormía en una camita ahí instalada.
Fue un error el que le cerraran esa puerta a mi gatita. Cuando regresé la encontré flaquísima y enferma. Había pasado mucho frío y el veterinario dijo, “esta venerable anciana tiene pulmonía”.  Sufrió mucho y yo trataba de consolarla.  Ella me seguía con la mirada a todas partes de nuestro hogar con esos bellos ojos dorados y supe que la iba a perder.  Acordé con el veterinario que el sábado la llevaría al consultorio para la inyección final. El viernes traté de llegar pronto a casa pero el tráfico me lo impidió. Corrí a ver a mi gatita que tenía los pelos erizados. Maulló suavemente, ese era su saludo de siempre. Me miró con amor. La cargué y ella alargó su patita para tocarme. Su cuerpo deteriorado se estremeció entre mis brazos y falleció.  Solo me había estado esperando y se fue hasta que me dio su último maullido, su última mirada y su última caricia.

Siempre te estaré agradecida por tu paso en mi vida, ¡nunca te olvidaré, mi querida Juanita!

Cony Ureña
Agosto 2015


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