Aún ahora, ignoro en qué año empezaron a popularizarse
las muñecas Barbie, pero a mis ocho años anhelaba tener una de esas muñecas,
tan flaquitas como siempre he sido; aunque aclaro, no me estoy comparando con ellas.
Los mayores comentaban que era desagradable ver una
muñeca, de cara bonita (reconocían), pero de extremidades tan delgadas que era
imposible se sostuviera sola por sí misma y que iba a ser una mala influencia
para las niñas, si es que la querían imitar, pues querrían dejar de comer.
Llegó la Navidad, pero en mi familia se acostumbraba
obsequiar a los niños hasta el 6 de enero.
Sí, en mi familia, pero en la celebración en casa de mi abuelita, varios
familiares -principalmente primas y primos- recibirían regalos (provenientes
del Niño Dios) en la Nochebuena pues al pie del árbol navideño había ya varias
cajas lustrosamente arregladas y sabía que habría también un presente para mí.
Sí, recibí un regalo pero no era la Barbie que tanto deseaba.
Con asombro vi como una prima menor abría su obsequio y ahí estaba; sí, ahí
estaba la muñeca más esbelta, con sus enormes ojos azules, su pelo rubio, su
vestuario de pasarela, con su permanente y perfecta sonrisa.
Mi pequeña prima lloró desconsoladamente, ¡no le gustó su
Barbie!
Cuánto deseé ser menos tímida y proponer un intercambio;
para consolar a mi primita (sí, ¡cómo no!). Le daría mi obsequio y obtendría la
anhelada muñeca, pero la voz se me escondió en el pecho; tanto, que sentí un dolor
que se convirtió en lágrimas. Quise
abrazar a la pequeña pero sus papás la estaban consolando.
Mi mamá se inclinó hacia mí para preguntar el motivo de
mi llanto y solo atiné a acurrucarme en sus brazos. Me preguntó si me gustaba
mi regalo y mentí; sí, mentí de lleno al afirmar que estaba realmente encantada
con el osito de peluche que desde entonces iba a dormir conmigo.
Los adultos usualmente no reposaban la noche del 24-25 de
diciembre, pero a los niños “nos ganaba” el sueño. Cerré los ojos acurrucada aún en los brazos
de mamá. Alguien me llevó a una cama y
soñé que al abrir mi regalo había aparecido una Barbie. Pero al despertar me
encontré con la dura realidad.
Ese 25 de diciembre los adultos sugirieron que el
almuerzo se realizara en La Marquesa, parque maravillosamente boscoso, donde hasta
hoy alquilan caballos y hay explanadas para todo tipo de juegos, así como
cabañas con chimenea y todo lo necesario para calentar o incluso cocinar la
comida. Así que en varios vehículos la
gran familia se trasladó a La Marquesa, con el gran alborozo principalmente de
los niños.
En la camioneta donde iba, junto a mi abuelita y mi mamá,
también estaba la afortunada primita que llevaba consigo la tan ansiada muñeca.
No la trataba bien, le jalaba el pelo, le movía sin
cuidado los brazos y las piernas, le quitaba y ponía las zapatillas, le rompió
sus lentes para el sol … yo la veía con recelo, pensando que esa Barbie merecía
el magnífico trato que yo le daría … si fuera mía.
Me faltaba valor para pedir prestada esa muñeca, así es
que solo la miraba.
Llegamos a La Marquesa; los adultos eligieron el Valle
del Conejo para pernoctar. Al descender de los vehículos rápidamente nos vimos
asediados por los hombres que rentan caballos, también ofrecían un pony para el
chiquillo que quisiera pasear en su lomo.
Vi un potrillo muy hermoso que esperaba ser rentado; me
acerqué y pude ver tristeza en sus bellos ojos a pesar de que era imponente;
parecía bien tratado, pero su mirada era triste. Le dirigía palabras tiernas cuando
de manera abrupta me separaron de aquel caballo pues la conexión entre ambos
fue tan fuerte que el equino quiso acariciar mi cara con su enorme lengua.
Reímos mucho por ese incidente, disfrutando la comida,
los postres y los juegos; mi estado de ánimo mejoraba, mas de cuando en cuando
echaba un vistazo a mi prima y su muñeca.
Ella jugaba con una prima mayor y las vi alejarse del grupo familiar
rumbo a un arroyo. Las seguí y al
acercarme escuché su conversación. La pequeña decía que estaba inconforme con
su regalo, que ella quería un “kit” para elaborar pasteles y le había llegado
esa “tonta muñeca”.
La prima mayor propuso desaparecer la fea muñequilla y
nada mejor que la corriente del riachuelo para que se la llevara lejos, muy
lejos. Con esa desaparición, los papás
de la pequeña tendrían que consolarla y ella pediría la estufa y horno que tanto
ambicionaba.
Mis primas no se dieron cuenta (o no quisieron hacerlo) de
que a poca distancia me encontraba yo que disimulaba buscar algo en el piso
terregoso pero estaba al pendiente de sus acciones.
Llegaron a una colina de poca altura donde el agua del
arroyo caía hacia el otro lado de esa elevación; podía escuchar el sonido del
agua, me pareció que era una cascada.
Corrí hacia el sitio donde podría rescatar a Barbie, si es que su dueña
se deshacía de ella.
Sí, era una pequeña cascada que permitía que el agua
corriera más velozmente cuando se convertía otra vez en arroyo. Vi a mi prima mayor arrojar la muñeca desde
lo alto; vi a Barbie desaparecer en el torrente y reaparecer cerca de donde yo
estaba. En ese momento se oyeron gritos
llamando a las niñas que se habían alejado de la cabaña y vi que en lo alto mis
primas ya no estaban. Fueron segundos
preciosos que perdí para rescatar a Barbie.
La vi que flotaba boca arriba; pero ya estaba fuera de mi alcance, ese
viaje la estaba desgastando, temí que perdiera su ropa o su larga cabellera,
incluso podría perder sus brazos o piernas.
Corrí a lo largo del riachuelo que me parecía caudaloso. Seguí y seguí,
sin perder de vista a la deseada muñeca.
Llegamos (Barbie y yo) a un trecho donde el agua se detenía un tanto y
entonces me metí a lo que llamaría un estanque, con zapatos y calcetas; lo
importante era rescatar el preciado juguete.
El fondo era lodoso y resbaladizo; por fortuna, el agua
me llegaba a las rodillas, aunque estuve a punto de caer y por supuesto que mi
ropa estaba mojada. Era un pantalón de mezclilla con un peto, llevaba un suéter
también.
Cada vez que parecía podía alcanzar a Barbie, se me escapaba,
llevada por la corriente que movía el agua. Pensé que eso era lo que la muñeca
quería, al sentirse desechada. Se dejaría ir por ese riachuelo que seguramente
llegaba a un río mayor y ese río tal vez la llevaría al Océano Pacífico o al
Golfo de México; todo eso cavilaba mientras permanecía empapada en esa alberca
natural con fondo de lodo que me hacía resbalar.
Hice un esfuerzo más y la alcancé; por fin Barbie estuvo
en mi mano. Con grandes trabajos regresé
a la orilla; me senté muy contenta en la tierra, revisé los estragos que sufría
Barbie. Pronto oí los gritos de los familiares que habían venido a buscarme.
Después de la alegría de haberme encontrado, empezaron
los regaños por mi imprudencia … “¿cómo se te ocurre escaparte?”, ¿no sabes que
tu madre está angustiadísima?”, “¿cómo es que estás hecha un desastre”?, “¿te
metiste o te caíste al agua?”, ¿qué tal si te hubieras ahogado?”, “¿por qué
tienes la muñeca de tu prima?”.
Me di cuenta que estaba en riesgo de ser castigada de
muchas maneras; desde una “pela”, hasta dejarme sin “Reyes”. Pero lo que más me importaba es que había
salvado a la maltrecha Barbie, quien había perdido sus pulseras y zapatillas. Sentí
que tenía derechos sobre ella. Contaría a los mayores lo sucedido y la muñeca
sería mía, por siempre.
En la cabaña me retiraron la ropa, zapatos y calcetas
mojadas, todo sucio por el lodo; fui cubierta con frazadas. Recibí un masaje con alcohol y me acercaron
al fuego de la chimenea. Nunca solté a Barbie de mis manos pero la prima mayor,
quien había arrojado a Barbie al riachuelo, vino hacia mí y me la arrebató. Se
la devolvió a la pequeña quien me miraba desconcertada. Dijeron que “por accidente” se les había
caído la muñeca y que no sabían cómo había llegado a mí.
Creí que habían apagado la luz pues todo lo veía negro.
No supe más de mí. Hice un viaje a un mundo desconocido; sentía mucho calor,
después mucho frío, veía unos pequeños autos de carreras que circulaban a toda
velocidad por las paredes; estaba delirando. Oía gente rumorando, sin entender
lo que decían; otras veces escuchaba el silencio.
Desperté en una habitación de hospital, con paredes
blancas y alba ropa de cama. Vi el
rostro sonriente de mi mamá; ella dijo, “despertaste”. Pregunté por qué
estábamos ahí … “tuviste mucha fiebre y temimos que te deshidrataras, pero
ahora estás bien, solo te faltaba despertar”.
Creí que había estado enferma varios días; ¡no, no!, solo habían sido 24
horas y aún estábamos en la semana de la Navidad.
Mi madre me contó que mis primas, al verme caer en cama,
habían confesado que arrojaron la muñeca al riachuelo y que -de alguna manera- yo
la había rescatado.
Recordé mis peripecias y quise refugiarme en los brazos
de mi mamá pero del lado derecho me lo impidieron las conexiones del suero y
del lado izquierdo, una pequeña muñeca se deslizó sobre las sábanas blancas …
era Barbie, restaurada en toda su belleza pues mi mamá le había comprado un
nuevo vestido, arreglado el cabello, repuesto sus zapatillas y agregado un lindo
bolso de mano.
Le dije a mami que reharía mi cartita a los Reyes Magos …;
con las mamás no hay que extenderse en explicaciones, creo que ellas entienden
bien los por qué, pero eso sí, muy seria me dijo que no haría falta esa carta,
porque no habría “Reyes” para mí por el susto que les había dado.
Mi madre volvió a sonreír y fue entonces que me pidió que
le platicara, lo que ella adivinaba era mi aventura completa, con lujo de
detalles, de cómo rescaté esa muñeca que su antigua dueña me había donado y al
fin fue mía desde esa Navidad.
Cony Ureña
Diciembre de 2015
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