jueves, 7 de enero de 2016

10 - ASÍ TE CUENTO DE UN AMOR GATUNO








Acababa de nacer, mis ojos estaban cerrados pero podía oír el ronroneo de mi mamá y sentir su calor, así como beber su leche. Éramos tres, todos pequeñitos, peludos, con uñas largas y afiladas. Nos acurrucábamos contra la suavidad de nuestra madre pero podíamos sentir el suelo pedregoso donde habíamos nacido, en un lugar que después supe, que era una estación del tren subterráneo. Con las patitas delanteras hacíamos presión por extraer aquel líquido que nos daba vida y que provenía de quien nos había concebido. Escuchaba el fuerte ruido del tren; a lo lejos el bullicio de la gente.

Días después abrí los ojos después de un amable pero firme lengüeteo de mi mamá sobre mis párpados. Ella nos “bañaba” constantemente con esa lengua rasposa, pero agradable; nos sentíamos protegidos y sobre todo amados.

Vi a mi madre por primera vez, era enorme y amarilla. Mis dos hermanitas eran diferentes a mí; ellas eran blancas, con manchas negras. Yo soy orgullosamente como mi mamá, con la diferencia de que soy macho.  Esto lo supe cuando dos hombres vinieron e hicieron que mi mamá huyera.  Tomaron una por una a mis hermanas, las revisaron y dijeron “son hembras”. Cuando me elevaron por el aire, sentí miedo pero oí que soy macho y quien me sostenía me llevó con él. También por primera ocasión escuché que me parecía a Garfield.

El hombre me llevó a su casa donde su esposa no me quería recibir. El hombre impuso su voluntad y fui alimentado con un líquido blanco, nada que ver con la leche de mi mamá. Me acomodaron en una caja de zapatos y quise dormir tranquilamente, pero en lo profundo de mi sueño fui despertado por la mujer; me sostuvo en su mano que sentí cálida pero fui echado a la calle; sentí la dureza y frialdad de la banqueta y estaba hambriento.  Caminaba sin rumbo pero alerta ante el peligro; solo tenía pocas semanas pero supe por instinto que habría que valerme por mí mismo y defenderme de los peligros. De ninguna manera quería ni quiero causar lástima; soy un gato.

De muy pequeño me alimenté de los restos que encontraba; bebía agua de los charcos y dormía muchísimo acurrucado entre los arbustos. En el día, cualquier sombra era buena, aunque me gustaba tenderme bajo el sol.  Así fui creciendo y pronto aprendí de otros gatos cómo cazaban su comida, que de ninguna manera compartían. Pero dejaban restos y ese fue mi comida por algún tiempo hasta que crecí y me di a la tarea de conseguir mi propio sustento. 

Me uní a un grupo de felinos con los que por las noches cacé pájaros, palomas, ratones y ratas. Aprendí a marcar mi territorio y a pelear contra los líderes de mi grupo. Sabía que por la fuerza debía imponerme, para sobrevivir.  Dormía debajo de los automóviles porque guardan el calor de cuando circulan por las calles, esas avenidas llenas de riesgos, que para los gatos es conveniente cruzarlas solo de noche.

¿Cuánto tiempo pasó? No lo imagino, ni se cómo comparar nuestro tiempo con el de los humanos; esos seres de los que huía, siguiendo el ejemplo de mis compañeros, pues sabíamos que varios miembros de mi grupo habían sido lastimados y/o echados de sus casas.

Sus casas, esos lugares que desde fuera se ven tan cálidos y acogedores; parecen palacios. Sus habitantes son propensos a tener mascotas, compran o adoptan principalmente perros, los llaman los mejores amigos del hombre. Muchos ahuyentan a los felinos, aunque reconocen que tan solo con nuestra presencia, las ratas no se acercan a sus hogares.

Muchas veces quise entrar a esas casas pero fui corrido con ese instrumento para barrer, o lo que mi agresor encontrara a la mano.  Aprendí a esquivar los golpes; de hecho me hice todo un experto.

Dormía profundamente cuando fui capturado por un joven, con una red. Me revolví entre sus manos pero con una cuerda me sujetó. Me llevó ante sus padres y me presentó como un pariente de Garfield.  Para entonces había crecido y era un ejemplar vigoroso, gracias a mis cacerías nocturnas.

Discutieron largamente y al fin me acomodaron en un espacio pequeño en la azotea de su casa.  Los muros eran bastante altos y lisos para poder escapar y la puerta que se abría solo de vez en cuando, era intransitable para mí.  Me traían sobras de su comida y pero rara vez me convidaban agua.  Se quejaban del mal olor de mi lugar; aprendí a retener mis desechos.

Soñaba con los días felices de mi libertad; con ir tras una gata en celo; de vencer con ferocidad a mis adversarios y dejar mi semilla para que mi especie continuara, aunque nunca conocí a mis hijos.

Fui perdiendo peso y pelo, me sentía muy débil y cada vez temía más a los humanos, porque verlos desde mi estatura, me parecían gigantes. Me asustaba cuando abrían esa puerta.

El joven que me atrapó, casi no venía a verme y cuando se me dio cuenta de mi mal estado pidió a sus padres me dejaran ir.  Oí que ellos decían, “no podemos soltarlo así nada más, vamos a llevarlo lejos”.  Fue así como me subieron a un automóvil, circularon por algún tiempo y cuando se detuvieron me echaron a la calle. ¡Por fin era libre de nuevo!

Corrí con las pocas fuerzas que me quedaban, entré por una reja a un conjunto de edificios, me escondí bajo un auto. Estaba en un estacionamiento.  Había algunos charcos, así que me atreví a beber ese líquido que me supo a gloria. Volví a esconderme y esperar la noche para poder cazar, aunque llegada la oscuridad no tuve fuerzas suficientes para ello.  Había muchos otros gatos y comí las sobras que ellos dejaron. Tenía lastimada mi pata delantera izquierda. Era un saco de huesos. Apenas podía sostenerme en pie, pero ¡estaba libre! y algo bueno tenía que suceder.

Al mediodía siguiente escuché el sonido de una campana; había llegado el camión que se lleva la basura.  Salí de mi escondite esperando que las personas que entregarían sus desperdicios, dejaran caer algo al piso que yo pudiera comer.  El sol calentaba mucho y aunque recelaba de la gente, mi hambre era bastante.

Cuando la vi por primera vez, venía hacia mí, me llamó y quedé inmovilizado por la sorpresa de que una persona me hablara con cordialidad. Se inclinó y me dijo algo compasivo.  La seguí hasta la sombra de un árbol.  “Ella” (así llamo a mi humana) me acarició al tiempo que continuaba hablándome con cariño.  Le correspondí frotándome contra sus piernas, fue la primera vez que hice eso. Me pidió que la esperara, que traería algo para mí.  Se fue pero regresó enseguida; yo había comprendido que no me moviera de donde me había dejado y así lo hice.  Recibí una ración estupenda de croquetas. “Ella” me acompañó hasta ver que me las terminaba. También había traído agua pero no la bebí, me gustaba más la de los charcos. Curó mi patita herida por la mordida de otro gato, tocó mi cabeza y supe que sabía cómo hacer sentir bien a los gatos.  Sentí curiosidad del porqué “Ella” no me causaba miedo ni quería salir huyendo; debió ser por su aroma y también porque me sentí aceptado. Pensé que la pesadilla había terminado y que de ahí en adelante todo sería mejor.

Cada día, “Ella” me trajo croquetas deliciosas. Me hablaba y yo la escuchaba con atención.  Noté el portón por el que entraba a un edificio y la seguí.  No osé entrar pero “Ella”, desde ese día, traía alimento a las afueras del edificio.  Una joven la imitó y también me daba comida.  Pronto me sentí fortalecido y decidí entrar al edificio.  En la planta baja vive la chica que me daba croquetas y me ofrecía agua, tiene una gata muy bonita.  En el siguiente andar vive “Ella”.  Al poco tiempo llegué ante su puerta y recibí mi alimento.  Estaba tratando de evitarle el trabajo de bajar escaleras, de cruzar un patio y salir al estacionamiento para dejarme comida.  Debía compensar así su esfuerzo por ayudarme.

Con los cuidados que recibí, mi pata pronto volvió a la normalidad. Por las noches dormía bajo algún auto, pero pronto supe cuál es el de “Ella” y decidí dormir a su resguardo.

“Ella” tuvo que atraparme cuando estaba yo comiendo, para llevarme a desparasitar y esterilizar. Me recuperé de esa operación rápidamente. El doctor dijo que con esa cirugía sería un gato casero y tranquilo; ¡se equivocó! ya que continué siendo libre e indómito. Sólo venía a comer a casa de “Ella”, pues tenía que cuidar mi territorio.

No recuerdo si platiqué mi buenaventura a otros gatos, aunque uno de ellos previamente había sido alimentado por mi humana; sí, era y es mi humana; la adopté, aunque no la dejaba tocarme, no fuera ser que me llevara nuevamente al veterinario.

El hecho es que “se corrió la voz” de que una señora proveía alimento rico y nutritivo.  Llegó una joven gata que parecía tigrilla y junto a un gato mayor ya no se despegaban de la puerta de mi humana. “Ella” se encontraba con nosotros tres al abrir su puerta tan pronto clareaba el día.

Dejaba entrar a su casa a la gata; “Ella” creía que la minina estaba embarazada y por eso la trataba diferente a los otros dos que nos quedábamos afuera comiendo sabrosas croquetas.

Algunos de los vecinos de “Ella” empezaron a quejarse; hablaban a sus espaldas acerca de lo lamentable que era alimentar a ese gaterío; no se daban cuenta de que tan solo con nuestro olor ahuyentamos a los roedores, que les pueden causar enfermedades.

Me di cuenta que son canes las principales mascotas de los otros 35 apartamentos del edificio donde vive mi humana y que dentro de la casa de “Ella” vive una gata amarilla como yo. Pequeña de tamaño, linda, bien cuidada y feliz; conserva su nariz y boca color de rosa. Es alimentada con algo que en esos días no compartía con los otros gatos. Mi humana la llama Güerita y no le permitía mezclarse con nosotros.

Mi compañera atigrada entró en celo; vinieron muchos gatos que deseaban aparearse.  Luché contra varios que quería alejar, pero al final ganaron ellos.

Era un domingo y desde el día anterior mi humana había salido de casa. Los felinos se arremolinaban en torno a la gata en celo.  Varios de los vecinos de “Ella” estaban enojados; por la noche del sábado echaron agua sobre los “pretendientes” para correrlos, pero nada atemoriza a un gato cuando quiere y tiene con quien aparearse; si los ahuyentan a pedradas o con lo que sea, regresan con mayores bríos.

Después del gran jaleo por el apareamiento, cada gato se fue a su territorio y yo me quedé en los alrededores de la vivienda de “Ella”. Observé cuando un hombre se llevó a la gatita atigrada en un auto. Jamás la volvimos a ver.

Vinieron las lluvias, cada vez más torrenciales y una noche le pedí asilo a “Ella” a través de la ventana de su cocina.  Me dejó entrar y secó mi pelaje con algo muy suave; me dio de comer del alimento de Güerita, quien solo me miraba de lejos.  “Ella”, colocó una caja abrigadora en el cuarto de lavado en donde dormí después de haber cenado como un verdadero rey, pero en la madrugada sentí el impulso de salir a la calle, había dejado de llover y yo debía volver a mi territorio, así que hice mucho escándalo al tratar de irme. “Ella” abrió las puertas para mí a las 3 de la mañana.

Regresaba todos los días y mi benefactora me alimentaba, me dejaba entrar al pequeño cuarto y dormía en la caja que acondicionó para mí.  Por la tarde-noche, después de un buen refrigerio, salía del apartamento y del edificio, para cuidarlos desde fuera y también vigilar mi territorio.

Mis dominios se habían extendido; ahora incluían el estacionamiento, el edificio y el cuartito donde dormía plácidamente.  Por supuesto que todo estaba marcado por mí y no comprendo por qué ciertos vecinos se quejaban amargamente, ya que las mascotas de ellos marcan todas las esquinas por donde pasan.

El día de la mayor tormenta que he vivido, no pude regresar al apartamento. Estaba dormido en un prado lejano cuando empezó a granizar, tan fuerte y tan tupido que solo alcancé a cubrirme donde pude.  Imposible estar debajo de un auto porque pronto todo se cubrió con esas bolas de hielo que parecían una lluvia de piedras.

A la mañana siguiente acudí por mi alimento. Mi humana estuvo feliz al verme y dijo que al fin me veía limpio.  El que yo apareciera ante ella sucio y desaliñado, era su único reproche, aunque también me amonestaba cuando me veía maltratado por otros gatos.  Las peleas por defender mi territorio eran incontables y muy feroces.

Todo parecía magnífico pero un día tuve demasiada saliva en mi boca, sentía inflamadas las encías y garganta. Babeaba.  Este problema fue en aumento. “Ella” mi limpiaba para que pudiera comer, pero la baba e inflamación continuaban, de tal forma que cuando mi lengua no cupo dentro de mi boca, “Ella” supo que me sentía muy enfermo (aunque yo trataba de mejorar mediante el sueño y la alimentación). Esa misma noche, al verme en malas condiciones, mi humana me envolvió con una manta y me llevó en su auto.

Me aterrorizaba la idea de que me abandonara lejos de su hogar; también, me asustaba el ruido de los vehículos en la calle, quería escapar pero “Ella” me sostenía firmemente y me hablaba de que me aliviaría mientras que, después de bajar del auto, caminaba de prisa por la calle hacia el consultorio del veterinario que me había esterilizado; él dijo que era una intoxicación. Preguntó si mi humana deseaba que me durmiera. “Ella” dijo que no pero preguntó si estaba yo moribundo.  El doctor afirmó que con el medicamente estaría mejor pues estaba fuerte, con buena dentadura.  Era verdad, mis músculos estaban y siguen estando en buen estado. La buena alimentación da grandes resultados.  Por fin era un ejemplar enorme y musculoso. Y sí, con la inyección que me aplicaron me sentí mejor.

Al día siguiente vi que mi humana se iba en un auto que no era el suyo; supe que estaría de viaje. Mientras, yo cuidaría su carro y su casa, con ello retribuiría sus atenciones. Me recuperé al comer solo lo que una señora me servía, algo que seguramente “Ella” le había pedido hacer.

Todos los días venía esa humana que entraba a la casa de “Ella; no se lo que hacía adentro pero imaginé que atendía a Güerita y a mí me dejaba una buena ración de croquetas; igualmente cambiaba mi recipiente de agua.  Se lo agradecí, pero echaba de menos ese delicioso alimento de Güerita, que mi humana compartía conmigo.

Pareció una eternidad hasta que “Ella” volvió. Una tarde soleada la vi descender de un auto desconocido; corrí a toda velocidad a darle la bienvenida. ¡”Ella” había vuelto, mi espera había terminado! Y con su regreso, tendría que volver también la buena comida. En el trayecto del estacionamiento a su casa, le fui contando varios hechos, pero creo que “Ella” no me entendió porque solo me decía “¡qué bueno que estás vivo!”.

En su ausencia había buscado mi propia cura, comiendo ciertas yerbas para sentirme mejor, porque sabía que lo mío no era una intoxicación sino algo diferente.

Volvió la rutina de los tres o más alimentos al día, de tomar leche y entrar a dormir a mi apartamento en las noches de lluvia.  Digo mi apartamento porque desde que su protección estaba y está a mi cargo, pues pasó a ser mi propiedad también, ¿verdad?

En uno de los días en los que pintaron la casa de mi humana, oí como un hombre le preguntó si ella sabía por qué estaba yo rondando siempre por ahí.  Le dijo que venía a protegerla, que esa era mi misión.  Me parece que “Ella” lo ha creído así, porque me ha alimentado y me ha consentido como lo hace con Güerita.

Varias personas que la han visitado, le han dicho que soy un viejito, que parezco triste. Pero, no estoy tan viejo. El veterinario, me calculó ocho años cuando mucho, pero por ser de la calle y haber vivido intensamente, pues la tristeza se apropió de mi cara y de mis ojos, esos ojos que muchas veces me ha dicho “Ella”, que son bonitos. 

Volvió la inflamación en mis encías y garganta, me sentí pesado y la panza me creció bastante.  La baba no me dejaba en paz y la lengua no cabía en mi boca. “Ella” me limpió antes de darme de comer y la oí deplorar mi estado, mas su cariño me animó y ronroneaba de gusto cuando la miraba, por ejemplo, regresar a casa. Verla bajar de su auto es una alegría; en varias ocasiones me percato de que en esas bolsas de mercado trae las latas del delicioso alimento que compra para Güerita y para mí; también vienen los recipientes con leche fresca de la que me convida.

La espero en el jardín que rodea su edificio, la sigo por el patio, subo las escaleras con ella; entra a su casa y muchas veces entro también hasta la cocina, donde “Ella” me sirve el almuerzo o cena.  Me habla con afecto y le permito cepillar mi pelo, muchas veces maltratado por las faenas nocturnas, pues como ustedes saben, no es fácil ser el gato que domina esta área. En mis ratos de tranquilidad también acicalo mi pelaje y “Ella” ha comentado que ahora es muy brillante.

Una mañana subí a su balcón. No es fácil pero lo logré. Así que cuando “Ella” miró por la ventana, ahí estaba yo. Esto lo hice para pedir su ayuda, me sentía realmente mal. 

Después de alimentarme, mi humana me metió en una caja un tanto rara, propia para transportarme y fuimos a consulta, pero no con el mismo doctor de siempre, sino con una veterinaria. Ahí escuché otra vez que me parezco a Garfield.  La doctora me encontró muy enfermo y me inyectó. Me dolió tanto que mordí y arañé a quien tenía cerca, después quise huir pero al fin me calmé.  Escuché sobre análisis que habrían de hacerme, dijo la doctora que estoy enfermo del riñón, que los intestinos no están funcionando, que mi corazón late raramente; mis pulmones también están afectados.  Recetó una inyección diaria, con mi idéntica reacción cuando me la aplican: morder, arañar, querer huir, pero pronto me tranquilizo por las palabras dulces que escucho y porque quiero parecer valiente ante los ojos de “Ella” y de la veterinaria.

Al llegar a esa clínica, alguien preguntó mi nombre. Mi humana dijo que me llamo Güero; me gusta.  Cada vez que regresamos a ese consultorio, oigo que dicen “ya llegó el Güero”. Me acarician, me apapachan y me tienen grandes consideraciones que disfruto, excepto cuando me inyectan.
“Güero”. Se oye bien mi nombre. Antes creía que me llamaba “Garfield”. Ahora se que me llamo “Güero”.

A pesar de las inyecciones no mejoraba; pasaba los días en el balcón donde “Ella” colocó una caja con ropa abrigadora. Me servía comida y leche.  No quise dejar de comer para no debilitarme. Además, recibía caricias y palabras de aliento.

Seguí sin mejorar y cuando el frío aumentó, mi humana me trajo a otra habitación más acogedora. También me mostró un recipiente con arena para mi, pero no se cómo usarla.  En “mi” cuarto “Ella” se sienta frente a una computadora y escribe. Me carga para que esté sobre sus piernas y me acaricia.  Ronroneo cuando me tiene así, tan cerca uno del otro y le pido continúe acariciándome mediante un leve maullido. La toco con mi cabeza porque no imagino cómo corresponder de otra forma a su cariño, mi lengua es rasposa y no, no sé qué más hacer para que “Ella” sepa cuánto aprecio su cariño; sólo he aprendido a mirarla a los ojos, que mi humana dice que ya no parecen tristes.  Güerita se ha encelado, pero poco a poco nos hemos hecho amigos.

Un día, mi humana me dejó muchas horas con la veterinaria. Me durmieron para extraerme sangre y enviarla al laboratorio.  Cuando desperté estuve a punto de escapar pero no quise hacerlo porque sabía que “Ella” vendría por mí y debía esperarla. Cuando llegó me acurruqué entre sus brazos, “Ella” comentó que era la primera vez que yo me comportaba así y me mantuvo abrazado por un buen rato.

“Ella” lloró cuando le dieron los resultados de mi estado de salud. Tengo una enfermedad incurable, propia de los felinos y no hay nada qué hacer.  La recomendación es “dormirme”, pero no quiero irme aún, estoy muy fuerte, así como decidido a luchar para que se prolongue esta etapa de mi vida lo más que se pueda. Nunca había recibido los alimentos, los cuidados y cariño de que ahora gozo. Igualmente, ahora tengo a quien querer y proteger. Somos una familia.

“Ella” me trajo de vuelta a casa y me ha brindado su afecto y los mejores alimentos (leche, pollo, pescado y paté de varios sabores para gatos). Me ha llevado diariamente a que me inyecten y yo trato de darle las menos molestias.  La miro fijamente con ternura y he aprendido a limpiarme por mí mismo, viendo cómo lo hace Güerita, aunque no se jugar con la pelota ni he aprendido a usar la arena. Lo que sí aprendí es a reaccionar cuando dice “ven” y “toma”; yo voy o contesto ronroneando.  

Una vez la vi sollozar por no poder brindarme más ayuda y por eso me acerqué al sofá donde estaba sentada. “Ella” me dejó estar sobre sus piernas; la he querido reconfortar pero no he sabido cómo comunicarle que el cariño que me ha dado yo lo soñaba, pero no lo esperaba; así que solo trato de aliviarme para que también mi humana se sienta mejor.  Para alegrarnos escuchamos música y varias veces “Ella” canta y baila. Sus visitantes nos alientan y me he dejado acariciar por algunos de ellos.

Oí que “Ella” le dijo a la veterinaria que volvería conmigo ese fin de semana para la inyección especial, recomendada por la doctora. Le pidieron no dejarme ir de casa para no contaminar a los demás gatos y evitar que tal vez no pueda regresar. Sin embargo, en la habitación que me asignó, yo buscaba la forma de salir, porque quería evacuar y orinar en los lugares que conozco y no dentro de nuestro hogar.  “Ella” lo comprendió y me dejó marchar. Desobedeciendo a la veterinaria, después del desayuno abrió la puerta y me fui corriendo alegremente.  Sentí su mirada; después me vio a través de la ventana y se bien que le pidió a Dios que enviara un ángel para que me cuidara. Me sentí feliz, amo mi libertad y claro que regreso diariamente, varias veces al día por mi alimento y leche.  Mi humana tiene dispuesta una caja en su balcón y otra al lado de la puerta de la casa, ambas acogedoras; así que puedo acurrucarme en cualquiera de las dos para dormir calientito.

Me “lavo” después de cada comida, voy a asolearme al jardín, vigilo quién entra y quién sale del edificio, me protejo de los canes, platico con los demás gatos. Veo cuando mi humana sale y me pongo contento cuando regresa. Siempre estoy al cuidado de su automóvil también. Algunos humanos dicen que los gatos somos desagradecidos y egoístas. Sólo pocos comprenden la verdad. Por ejemplo, nosotros limpiamos la energía que rodea sus hogares y sus personas, los protegemos y hacemos otras cosas buenas que son difíciles y largo de explicar porque pertenecen al mundo espiritual que la mayoría de la gente no ve ni siente, pero nosotros sí. Mas por “Ella”, sus amistades, algunos vecinos y los veterinarios, estoy ahora consciente de que hay humanos que nos quieren y nos procuran; mi percepción de la gente ha cambiado de manera radical. Aquí he contado historias tristes, pero reconozco que hay gatos que viven espléndidamente en hogares donde aman y son amados.

Hace poco, “Ella” instaló un juguete muy grande para Güerita y para mí. Tiene esferas rojas y luces multicolores. Puso mis recipientes con comida y leche cerca de lo que mi humana llama “árbol de Navidad”. Me sentí muy contento y curioso con este regalo. Así hemos celebrado juntos, todo un mes de fiestas.

Se que no tengo mucho tiempo por delante. Al verme de nuevo muy enfermo, “Ella” me lleva a que me cure la doctora y me ha introducido otra vez al hogar donde no son importantes mis dolencias, porque tengo lo más lindo, el cariño de mi humana cuidándome todo el tiempo. Aunque día a día no mejoro, no deseo que mi humana sufra por mí, quiero que tenga presentes los gratos momentos que hemos vivido en mutua compañía; que recuerde mi alegría al verla, la canción amorosa que sale de mi interior y “Ella” conoce como ronroneo; las ocasiones en que me atravesé entre sus pasos, las veces en que jugando corrió trás de mí para que no escapara de la casa, pues estaba delicado y sobre todo las mañanas en que me ha cargado y he gozado al estar sobre su regazo para recibir sus mimos. También cuando me ha sostenido junto a su pecho.  El latido de su corazón se ha unido al mío, me ha acariciado y he sentido la gloria de su amor por mí.  ¡Así quiero que me recuerde! Que tenga en cuenta que ante todo he sido un guerrero lleno de vigor, vencedor de muchas batallas y sonría al recordarme.

Le he pedido a Güerita que no haga tantas travesuras, que siga esmerándose en el cuidado de nuestro hogar y de nuestra humana, así como la reconforte cuando sea necesario.

Soy el animalito que primero alimentó y cuidó por compasión y después por cariño; no soy adoptado porque en realidad, como ya dije, yo adopté a esta humana. A fin de cuentas, con legítimo orgullo, como “Ella” dice, soy su gato. Ese felino al que un día llevará a que le apliquen la inyección final, pero mientras estemos juntos físicamente y tal vez también en otro plano, compartiremos un muy grande y recíproco cariño.



P.D.- Este martes amaneció soleado; “Ella” me ha llevado a la clínica veterinaria en ese transportador que ha regresado vacío a casa.



5 de enero de 2016.


2 comentarios:

  1. Mi amiga, en sério: escribes con la naturalidad y la ternura caracteristica de algunos articulistas y escritores muy tocantes y romanticos. Eso es algo de raro, muy dificil de alcanzar solamente a traves de técnica. O uno lo tiene en si mismo, o no. Y lo tienes, sin dudas. Un besito muy grande, amiga. Mis congratulaciones por más un texto magnífico y de grande sensibilidad.

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  2. Gracias querido amigo Henrique Mendes, el mérito total es del "Güero". Aprecio, en su nombre, tus sinceros comentarios. Un fuerte abrazo.

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