Acababa de nacer, mis ojos
estaban cerrados pero podía oír el ronroneo de mi mamá y sentir su calor, así
como beber su leche. Éramos tres, todos pequeñitos, peludos, con uñas largas y
afiladas. Nos acurrucábamos contra la suavidad de nuestra madre pero podíamos
sentir el suelo pedregoso donde habíamos nacido, en un lugar que después supe,
que era una estación del tren subterráneo. Con las patitas delanteras hacíamos presión
por extraer aquel líquido que nos daba vida y que provenía de quien nos había
concebido. Escuchaba el fuerte ruido del tren; a lo lejos el bullicio de la
gente.
Días después abrí los ojos
después de un amable pero firme lengüeteo de mi mamá sobre mis párpados. Ella
nos “bañaba” constantemente con esa lengua rasposa, pero agradable; nos
sentíamos protegidos y sobre todo amados.
Vi a mi madre por primera vez,
era enorme y amarilla. Mis dos hermanitas eran diferentes a mí; ellas eran
blancas, con manchas negras. Yo soy orgullosamente como mi mamá, con la
diferencia de que soy macho. Esto lo
supe cuando dos hombres vinieron e hicieron que mi mamá huyera. Tomaron una por una a mis hermanas, las
revisaron y dijeron “son hembras”. Cuando me elevaron por el aire, sentí miedo
pero oí que soy macho y quien me sostenía me llevó con él. También por primera ocasión
escuché que me parecía a Garfield.
El hombre me llevó a su casa
donde su esposa no me quería recibir. El hombre impuso su voluntad y fui
alimentado con un líquido blanco, nada que ver con la leche de mi mamá. Me
acomodaron en una caja de zapatos y quise dormir tranquilamente, pero en lo
profundo de mi sueño fui despertado por la mujer; me sostuvo en su mano que
sentí cálida pero fui echado a la calle; sentí la dureza y frialdad de la
banqueta y estaba hambriento. Caminaba
sin rumbo pero alerta ante el peligro; solo tenía pocas semanas pero supe por
instinto que habría que valerme por mí mismo y defenderme de los peligros. De
ninguna manera quería ni quiero causar lástima; soy un gato.
De muy pequeño me alimenté de los
restos que encontraba; bebía agua de los charcos y dormía muchísimo acurrucado
entre los arbustos. En el día, cualquier sombra era buena, aunque me gustaba
tenderme bajo el sol. Así fui creciendo
y pronto aprendí de otros gatos cómo cazaban su comida, que de ninguna manera
compartían. Pero dejaban restos y ese fue mi comida por algún tiempo hasta que
crecí y me di a la tarea de conseguir mi propio sustento.
Me uní a un grupo de felinos con
los que por las noches cacé pájaros, palomas, ratones y ratas. Aprendí a marcar
mi territorio y a pelear contra los líderes de mi grupo. Sabía que por la
fuerza debía imponerme, para sobrevivir.
Dormía debajo de los automóviles porque guardan el calor de cuando
circulan por las calles, esas avenidas llenas de riesgos, que para los gatos es
conveniente cruzarlas solo de noche.
¿Cuánto tiempo pasó? No lo
imagino, ni se cómo comparar nuestro tiempo con el de los humanos; esos seres
de los que huía, siguiendo el ejemplo de mis compañeros, pues sabíamos que varios
miembros de mi grupo habían sido lastimados y/o echados de sus casas.
Sus casas, esos lugares que desde
fuera se ven tan cálidos y acogedores; parecen palacios. Sus habitantes son
propensos a tener mascotas, compran o adoptan principalmente perros, los llaman
los mejores amigos del hombre. Muchos ahuyentan a los felinos, aunque reconocen
que tan solo con nuestra presencia, las ratas no se acercan a sus hogares.
Muchas veces quise entrar a esas
casas pero fui corrido con ese instrumento para barrer, o lo que mi agresor
encontrara a la mano. Aprendí a esquivar
los golpes; de hecho me hice todo un experto.
Dormía profundamente cuando fui
capturado por un joven, con una red. Me revolví entre sus manos pero con una
cuerda me sujetó. Me llevó ante sus padres y me presentó como un pariente de Garfield. Para entonces había crecido y era un ejemplar
vigoroso, gracias a mis cacerías nocturnas.
Discutieron largamente y al fin
me acomodaron en un espacio pequeño en la azotea de su casa. Los muros eran bastante altos y lisos para
poder escapar y la puerta que se abría solo de vez en cuando, era intransitable
para mí. Me traían sobras de su comida y
pero rara vez me convidaban agua. Se
quejaban del mal olor de mi lugar; aprendí a retener mis desechos.
Soñaba con los días felices de mi
libertad; con ir tras una gata en celo; de vencer con ferocidad a mis
adversarios y dejar mi semilla para que mi especie continuara, aunque nunca
conocí a mis hijos.
Fui perdiendo peso y pelo, me
sentía muy débil y cada vez temía más a los humanos, porque verlos desde mi
estatura, me parecían gigantes. Me asustaba cuando abrían esa puerta.
El joven que me atrapó, casi no venía
a verme y cuando se me dio cuenta de mi mal estado pidió a sus padres me
dejaran ir. Oí que ellos decían, “no
podemos soltarlo así nada más, vamos a llevarlo lejos”. Fue así como me subieron a un automóvil,
circularon por algún tiempo y cuando se detuvieron me echaron a la calle. ¡Por
fin era libre de nuevo!
Corrí con las pocas fuerzas que
me quedaban, entré por una reja a un conjunto de edificios, me escondí bajo un
auto. Estaba en un estacionamiento.
Había algunos charcos, así que me atreví a beber ese líquido que me supo
a gloria. Volví a esconderme y esperar la noche para poder cazar, aunque
llegada la oscuridad no tuve fuerzas suficientes para ello. Había muchos otros gatos y comí las sobras
que ellos dejaron. Tenía lastimada mi pata delantera izquierda. Era un saco de
huesos. Apenas podía sostenerme en pie, pero ¡estaba libre! y algo bueno tenía
que suceder.
Al mediodía siguiente escuché el
sonido de una campana; había llegado el camión que se lleva la basura. Salí de mi escondite esperando que las
personas que entregarían sus desperdicios, dejaran caer algo al piso que yo
pudiera comer. El sol calentaba mucho y aunque
recelaba de la gente, mi hambre era bastante.
Cuando la vi por primera vez,
venía hacia mí, me llamó y quedé inmovilizado por la sorpresa de que una
persona me hablara con cordialidad. Se inclinó y me dijo algo compasivo. La seguí hasta la sombra de un árbol. “Ella” (así llamo a mi humana) me acarició al
tiempo que continuaba hablándome con cariño.
Le correspondí frotándome contra sus piernas, fue la primera vez que
hice eso. Me pidió que la esperara, que traería algo para mí. Se fue pero regresó enseguida; yo había comprendido
que no me moviera de donde me había dejado y así lo hice. Recibí una ración estupenda de croquetas. “Ella”
me acompañó hasta ver que me las terminaba. También había traído agua pero no
la bebí, me gustaba más la de los charcos. Curó mi patita herida por la mordida
de otro gato, tocó mi cabeza y supe que sabía cómo hacer sentir bien a los
gatos. Sentí curiosidad del porqué “Ella”
no me causaba miedo ni quería salir huyendo; debió ser por su aroma y también
porque me sentí aceptado. Pensé que la pesadilla había terminado y que de ahí
en adelante todo sería mejor.
Cada día, “Ella” me trajo croquetas
deliciosas. Me hablaba y yo la escuchaba con atención. Noté el portón por el que entraba a un
edificio y la seguí. No osé entrar pero “Ella”,
desde ese día, traía alimento a las afueras del edificio. Una joven la imitó y también me daba
comida. Pronto me sentí fortalecido y
decidí entrar al edificio. En la planta
baja vive la chica que me daba croquetas y me ofrecía agua, tiene una gata muy
bonita. En el siguiente andar vive “Ella”.
Al poco tiempo llegué ante su puerta y
recibí mi alimento. Estaba tratando de
evitarle el trabajo de bajar escaleras, de cruzar un patio y salir al
estacionamiento para dejarme comida.
Debía compensar así su esfuerzo por ayudarme.
Con los cuidados que recibí, mi
pata pronto volvió a la normalidad. Por las noches dormía bajo algún auto, pero
pronto supe cuál es el de “Ella” y decidí dormir a su resguardo.
“Ella” tuvo que atraparme cuando
estaba yo comiendo, para llevarme a desparasitar y esterilizar. Me recuperé de
esa operación rápidamente. El doctor dijo que con esa cirugía sería un gato
casero y tranquilo; ¡se equivocó! ya que continué siendo libre e indómito. Sólo
venía a comer a casa de “Ella”, pues tenía que cuidar mi territorio.
No recuerdo si platiqué mi buenaventura
a otros gatos, aunque uno de ellos previamente había sido alimentado por mi
humana; sí, era y es mi humana; la adopté, aunque no la dejaba tocarme, no
fuera ser que me llevara nuevamente al veterinario.
El hecho es que “se corrió la
voz” de que una señora proveía alimento rico y nutritivo. Llegó una joven gata que parecía tigrilla y
junto a un gato mayor ya no se despegaban de la puerta de mi humana. “Ella” se
encontraba con nosotros tres al abrir su puerta tan pronto clareaba el día.
Dejaba entrar a su casa a la
gata; “Ella” creía que la minina estaba embarazada y por eso la trataba
diferente a los otros dos que nos quedábamos afuera comiendo sabrosas croquetas.
Algunos de los vecinos de “Ella”
empezaron a quejarse; hablaban a sus espaldas acerca de lo lamentable que era
alimentar a ese gaterío; no se daban cuenta de que tan solo con nuestro olor
ahuyentamos a los roedores, que les pueden causar enfermedades.
Me di cuenta que son canes las principales
mascotas de los otros 35 apartamentos del edificio donde vive mi humana y que
dentro de la casa de “Ella” vive una gata amarilla como yo. Pequeña de tamaño,
linda, bien cuidada y feliz; conserva su nariz y boca color de rosa. Es alimentada
con algo que en esos días no compartía con los otros gatos. Mi humana la llama Güerita
y no le permitía mezclarse con nosotros.
Mi compañera atigrada entró en
celo; vinieron muchos gatos que deseaban aparearse. Luché contra varios que quería alejar, pero
al final ganaron ellos.
Era un domingo y desde el día
anterior mi humana había salido de casa. Los felinos se arremolinaban en torno
a la gata en celo. Varios de los vecinos
de “Ella” estaban enojados; por la noche del sábado echaron agua sobre los
“pretendientes” para correrlos, pero nada atemoriza a un gato cuando quiere y
tiene con quien aparearse; si los ahuyentan a pedradas o con lo que sea,
regresan con mayores bríos.
Después del gran jaleo por el
apareamiento, cada gato se fue a su territorio y yo me quedé en los alrededores
de la vivienda de “Ella”. Observé cuando un hombre se llevó a la gatita atigrada
en un auto. Jamás la volvimos a ver.
Vinieron las lluvias, cada vez
más torrenciales y una noche le pedí asilo a “Ella” a través de la ventana de
su cocina. Me dejó entrar y secó mi
pelaje con algo muy suave; me dio de comer del alimento de Güerita, quien solo
me miraba de lejos. “Ella”, colocó una
caja abrigadora en el cuarto de lavado en donde dormí después de haber cenado
como un verdadero rey, pero en la madrugada sentí el impulso de salir a la
calle, había dejado de llover y yo debía volver a mi territorio, así que hice
mucho escándalo al tratar de irme. “Ella” abrió las puertas para mí a las 3 de
la mañana.
Regresaba todos los días y mi benefactora
me alimentaba, me dejaba entrar al pequeño cuarto y dormía en la caja que acondicionó
para mí. Por la tarde-noche, después de
un buen refrigerio, salía del apartamento y del edificio, para cuidarlos desde
fuera y también vigilar mi territorio.
Mis dominios se habían extendido;
ahora incluían el estacionamiento, el edificio y el cuartito donde dormía
plácidamente. Por supuesto que todo
estaba marcado por mí y no comprendo por qué ciertos vecinos se quejaban
amargamente, ya que las mascotas de ellos marcan todas las esquinas por donde
pasan.
El día de la mayor tormenta que
he vivido, no pude regresar al apartamento. Estaba dormido en un prado lejano
cuando empezó a granizar, tan fuerte y tan tupido que solo alcancé a cubrirme donde
pude. Imposible estar debajo de un auto
porque pronto todo se cubrió con esas bolas de hielo que parecían una lluvia de
piedras.
A la mañana siguiente acudí por
mi alimento. Mi humana estuvo feliz al verme y dijo que al fin me veía
limpio. El que yo apareciera ante ella sucio
y desaliñado, era su único reproche, aunque también me amonestaba cuando me
veía maltratado por otros gatos. Las
peleas por defender mi territorio eran incontables y muy feroces.
Todo parecía magnífico pero un
día tuve demasiada saliva en mi boca, sentía inflamadas las encías y garganta.
Babeaba. Este problema fue en aumento. “Ella”
mi limpiaba para que pudiera comer, pero la baba e inflamación continuaban, de
tal forma que cuando mi lengua no cupo dentro de mi boca, “Ella” supo que me
sentía muy enfermo (aunque yo trataba de mejorar mediante el sueño y la
alimentación). Esa misma noche, al verme en malas condiciones, mi humana me
envolvió con una manta y me llevó en su auto.
Me aterrorizaba la idea de que me
abandonara lejos de su hogar; también, me asustaba el ruido de los vehículos en
la calle, quería escapar pero “Ella” me sostenía firmemente y me hablaba de que
me aliviaría mientras que, después de bajar del auto, caminaba de prisa por la
calle hacia el consultorio del veterinario que me había esterilizado; él dijo
que era una intoxicación. Preguntó si mi humana deseaba que me durmiera. “Ella”
dijo que no pero preguntó si estaba yo moribundo. El doctor afirmó que con el medicamente
estaría mejor pues estaba fuerte, con buena dentadura. Era verdad, mis músculos estaban y siguen
estando en buen estado. La buena alimentación da grandes resultados. Por fin era un ejemplar enorme y musculoso. Y
sí, con la inyección que me aplicaron me sentí mejor.
Al día siguiente vi que mi humana
se iba en un auto que no era el suyo; supe que estaría de viaje. Mientras, yo
cuidaría su carro y su casa, con ello retribuiría sus atenciones. Me recuperé
al comer solo lo que una señora me servía, algo que seguramente “Ella” le había
pedido hacer.
Todos los días venía esa humana
que entraba a la casa de “Ella; no se lo que hacía adentro pero imaginé que
atendía a Güerita y a mí me dejaba una buena ración de croquetas; igualmente cambiaba
mi recipiente de agua. Se lo agradecí,
pero echaba de menos ese delicioso alimento de Güerita, que mi humana compartía
conmigo.
Pareció una eternidad hasta que “Ella”
volvió. Una tarde soleada la vi descender de un auto desconocido; corrí a toda
velocidad a darle la bienvenida. ¡”Ella” había vuelto, mi espera había
terminado! Y con su regreso, tendría que volver también la buena comida. En el
trayecto del estacionamiento a su casa, le fui contando varios hechos, pero
creo que “Ella” no me entendió porque solo me decía “¡qué bueno que estás vivo!”.
En su ausencia había buscado mi
propia cura, comiendo ciertas yerbas para sentirme mejor, porque sabía que lo
mío no era una intoxicación sino algo diferente.
Volvió la rutina de los tres o
más alimentos al día, de tomar leche y entrar a dormir a mi apartamento en las
noches de lluvia. Digo mi apartamento
porque desde que su protección estaba y está a mi cargo, pues pasó a ser mi
propiedad también, ¿verdad?
En uno de los días en los que
pintaron la casa de mi humana, oí como un hombre le preguntó si ella sabía por
qué estaba yo rondando siempre por ahí.
Le dijo que venía a protegerla, que esa era mi misión. Me parece que “Ella” lo ha creído así, porque
me ha alimentado y me ha consentido como lo hace con Güerita.
Varias personas que la han visitado,
le han dicho que soy un viejito, que parezco triste. Pero, no estoy tan viejo.
El veterinario, me calculó ocho años cuando mucho, pero por ser de la calle y
haber vivido intensamente, pues la tristeza se apropió de mi cara y de mis
ojos, esos ojos que muchas veces me ha dicho “Ella”, que son bonitos.
Volvió la inflamación en mis
encías y garganta, me sentí pesado y la panza me creció bastante. La baba no me dejaba en paz y la lengua no
cabía en mi boca. “Ella” me limpió antes de darme de comer y la oí deplorar mi
estado, mas su cariño me animó y ronroneaba de gusto cuando la miraba, por
ejemplo, regresar a casa. Verla bajar de su auto es una alegría; en varias
ocasiones me percato de que en esas bolsas de mercado trae las latas del
delicioso alimento que compra para Güerita y para mí; también vienen los
recipientes con leche fresca de la que me convida.
La espero en el jardín que rodea
su edificio, la sigo por el patio, subo las escaleras con ella; entra a su casa
y muchas veces entro también hasta la cocina, donde “Ella” me sirve el almuerzo
o cena. Me habla con afecto y le permito
cepillar mi pelo, muchas veces maltratado por las faenas nocturnas, pues como
ustedes saben, no es fácil ser el gato que domina esta área. En mis ratos de
tranquilidad también acicalo mi pelaje y “Ella” ha comentado que ahora es muy
brillante.
Una mañana subí a su balcón. No es
fácil pero lo logré. Así que cuando “Ella” miró por la ventana, ahí estaba yo.
Esto lo hice para pedir su ayuda, me sentía realmente mal.
Después de alimentarme, mi humana
me metió en una caja un tanto rara, propia para transportarme y fuimos a consulta,
pero no con el mismo doctor de siempre, sino con una veterinaria. Ahí escuché
otra vez que me parezco a Garfield. La
doctora me encontró muy enfermo y me inyectó. Me dolió tanto que mordí y arañé
a quien tenía cerca, después quise huir pero al fin me calmé. Escuché sobre análisis que habrían de
hacerme, dijo la doctora que estoy enfermo del riñón, que los intestinos no
están funcionando, que mi corazón late raramente; mis pulmones también están afectados. Recetó una inyección diaria, con mi idéntica
reacción cuando me la aplican: morder, arañar, querer huir, pero pronto me
tranquilizo por las palabras dulces que escucho y porque quiero parecer
valiente ante los ojos de “Ella” y de la veterinaria.
Al llegar a esa clínica, alguien
preguntó mi nombre. Mi humana dijo que me llamo Güero; me gusta. Cada vez que regresamos a ese consultorio,
oigo que dicen “ya llegó el Güero”. Me acarician, me apapachan y me tienen
grandes consideraciones que disfruto, excepto cuando me inyectan.
“Güero”. Se oye bien mi nombre.
Antes creía que me llamaba “Garfield”. Ahora se que me llamo “Güero”.
A pesar de las inyecciones no
mejoraba; pasaba los días en el balcón donde “Ella” colocó una caja con ropa
abrigadora. Me servía comida y leche. No
quise dejar de comer para no debilitarme. Además, recibía caricias y palabras
de aliento.
Seguí sin mejorar y cuando el
frío aumentó, mi humana me trajo a otra habitación más acogedora. También me
mostró un recipiente con arena para mi, pero no se cómo usarla. En “mi” cuarto “Ella” se sienta frente a una
computadora y escribe. Me carga para que esté sobre sus piernas y me
acaricia. Ronroneo cuando me tiene así,
tan cerca uno del otro y le pido continúe acariciándome mediante un leve maullido.
La toco con mi cabeza porque no imagino cómo corresponder de otra forma a su
cariño, mi lengua es rasposa y no, no sé qué más hacer para que “Ella” sepa
cuánto aprecio su cariño; sólo he aprendido a mirarla a los ojos, que mi humana
dice que ya no parecen tristes. Güerita
se ha encelado, pero poco a poco nos hemos hecho amigos.
Un día, mi humana me dejó muchas
horas con la veterinaria. Me durmieron para extraerme sangre y enviarla al
laboratorio. Cuando desperté estuve a
punto de escapar pero no quise hacerlo porque sabía que “Ella” vendría por mí y
debía esperarla. Cuando llegó me acurruqué entre sus brazos, “Ella” comentó que
era la primera vez que yo me comportaba así y me mantuvo abrazado por un buen
rato.
“Ella” lloró cuando le dieron los
resultados de mi estado de salud. Tengo una enfermedad incurable, propia de los
felinos y no hay nada qué hacer. La
recomendación es “dormirme”, pero no quiero irme aún, estoy muy fuerte, así
como decidido a luchar para que se prolongue esta etapa de mi vida lo más que
se pueda. Nunca había recibido los alimentos, los cuidados y cariño de que
ahora gozo. Igualmente, ahora tengo a quien querer y proteger. Somos una
familia.
“Ella” me trajo de vuelta a casa
y me ha brindado su afecto y los mejores alimentos (leche, pollo, pescado y paté
de varios sabores para gatos). Me ha llevado diariamente a que me inyecten y yo
trato de darle las menos molestias. La
miro fijamente con ternura y he aprendido a limpiarme por mí mismo, viendo cómo
lo hace Güerita, aunque no se jugar con la pelota ni he aprendido a usar la
arena. Lo que sí aprendí es a reaccionar cuando dice “ven” y “toma”; yo voy o
contesto ronroneando.
Una vez la vi sollozar por no
poder brindarme más ayuda y por eso me acerqué al sofá donde estaba sentada. “Ella”
me dejó estar sobre sus piernas; la he querido reconfortar pero no he sabido
cómo comunicarle que el cariño que me ha dado yo lo soñaba, pero no lo
esperaba; así que solo trato de aliviarme para que también mi humana se sienta
mejor. Para alegrarnos escuchamos música
y varias veces “Ella” canta y baila. Sus visitantes nos alientan y me he dejado
acariciar por algunos de ellos.
Oí que “Ella” le dijo a la
veterinaria que volvería conmigo ese fin de semana para la inyección especial,
recomendada por la doctora. Le pidieron no dejarme ir de casa para no
contaminar a los demás gatos y evitar que tal vez no pueda regresar. Sin
embargo, en la habitación que me asignó, yo buscaba la forma de salir, porque
quería evacuar y orinar en los lugares que conozco y no dentro de nuestro
hogar. “Ella” lo comprendió y me dejó
marchar. Desobedeciendo a la veterinaria, después del desayuno abrió la puerta
y me fui corriendo alegremente. Sentí su
mirada; después me vio a través de la ventana y se bien que le pidió a Dios que
enviara un ángel para que me cuidara. Me sentí feliz, amo mi libertad y claro
que regreso diariamente, varias veces al día por mi alimento y leche. Mi humana tiene dispuesta una caja en su
balcón y otra al lado de la puerta de la casa, ambas acogedoras; así que puedo
acurrucarme en cualquiera de las dos para dormir calientito.
Me “lavo” después de cada comida,
voy a asolearme al jardín, vigilo quién entra y quién sale del edificio, me
protejo de los canes, platico con los demás gatos. Veo cuando mi humana sale y
me pongo contento cuando regresa. Siempre estoy al cuidado de su automóvil
también. Algunos humanos dicen que los gatos somos desagradecidos y egoístas.
Sólo pocos comprenden la verdad. Por ejemplo, nosotros limpiamos la energía que
rodea sus hogares y sus personas, los protegemos y hacemos otras cosas buenas que
son difíciles y largo de explicar porque pertenecen al mundo espiritual que la
mayoría de la gente no ve ni siente, pero nosotros sí. Mas por “Ella”, sus
amistades, algunos vecinos y los veterinarios, estoy ahora consciente de que
hay humanos que nos quieren y nos procuran; mi percepción de la gente ha
cambiado de manera radical. Aquí he contado historias tristes, pero reconozco
que hay gatos que viven espléndidamente en hogares donde aman y son amados.
Hace poco, “Ella” instaló un
juguete muy grande para Güerita y para mí. Tiene esferas rojas y luces multicolores.
Puso mis recipientes con comida y leche cerca de lo que mi humana llama “árbol
de Navidad”. Me sentí muy contento y curioso con este regalo. Así hemos
celebrado juntos, todo un mes de fiestas.
Se que no tengo mucho tiempo por
delante. Al verme de nuevo muy enfermo, “Ella” me lleva a que me cure la
doctora y me ha introducido otra vez al hogar donde no son importantes mis
dolencias, porque tengo lo más lindo, el cariño de mi humana cuidándome todo el
tiempo. Aunque día a día no mejoro, no deseo que mi humana sufra por mí, quiero
que tenga presentes los gratos momentos que hemos vivido en mutua compañía; que
recuerde mi alegría al verla, la canción amorosa que sale de mi interior y
“Ella” conoce como ronroneo; las ocasiones en que me atravesé entre sus pasos, las
veces en que jugando corrió trás de mí para que no escapara de la casa, pues
estaba delicado y sobre todo las mañanas en que me ha cargado y he gozado al
estar sobre su regazo para recibir sus mimos. También cuando me ha sostenido
junto a su pecho. El latido de su
corazón se ha unido al mío, me ha acariciado y he sentido la gloria de su amor
por mí. ¡Así quiero que me recuerde! Que
tenga en cuenta que ante todo he sido un guerrero lleno de vigor, vencedor de
muchas batallas y sonría al recordarme.
Le he pedido a Güerita que no
haga tantas travesuras, que siga esmerándose en el cuidado de nuestro hogar y de
nuestra humana, así como la reconforte cuando sea necesario.
Soy el animalito que primero alimentó
y cuidó por compasión y después por cariño; no soy adoptado porque en realidad,
como ya dije, yo adopté a esta humana. A fin de cuentas, con legítimo orgullo,
como “Ella” dice, soy su gato. Ese felino al que un día llevará a que le
apliquen la inyección final, pero mientras estemos juntos físicamente y tal vez
también en otro plano, compartiremos un muy grande y recíproco cariño.
P.D.- Este martes amaneció
soleado; “Ella” me ha llevado a la clínica veterinaria en ese transportador que
ha regresado vacío a casa.
5 de enero de 2016.
Mi amiga, en sério: escribes con la naturalidad y la ternura caracteristica de algunos articulistas y escritores muy tocantes y romanticos. Eso es algo de raro, muy dificil de alcanzar solamente a traves de técnica. O uno lo tiene en si mismo, o no. Y lo tienes, sin dudas. Un besito muy grande, amiga. Mis congratulaciones por más un texto magnífico y de grande sensibilidad.
ResponderBorrarGracias querido amigo Henrique Mendes, el mérito total es del "Güero". Aprecio, en su nombre, tus sinceros comentarios. Un fuerte abrazo.
ResponderBorrar