lunes, 20 de noviembre de 2017

23 - ASÍ TE CUENTO DE UNA FOTO NAVIDEÑA





¿Recuerdas aquellos días previos a la Navidad en la Alameda Central?, en el corazón de la Ciudad de México, en ese enorme jardín con muchas fuentes, esculturas de grandes maestros y gente, mucha gente, porque para muchos era importante ir a tomarse la fotografía con Santa o con los Reyes Magos.


Como tú sabes, la Alameda Central está situada a un costado del Palacio de las Bellas Artes, desde donde se puede admirar la Torre Latinoamericana, por mucho tiempo el edificio más alto de la capital mexicana. Aún ahora, si transitas por Avenida Juárez, puedes admirar dicha alameda que rodea el Hemiciclo a don Benito Juárez, un precioso monumento, deslumbrante por su blanquísima arquitectura.


Cuando los primeros hijos de don Manuel y doña Lupita éramos unos chiquillos, nos emocionaba ir a la Alameda y en especial, ¿te acuerdas la ocasión en que teníamos la ilusión de fotografiarnos con los Reyes Magos?  Salimos con papá, abordamos un autobús que en aquellos días iba semi vacío, no como ahora que ese transporte va repleto.


Mi mamá nos había arreglado para la ocasión. Mi cabello largo había sido peinado con trenzas. Mis hermanas Yola y Tere lucían cabello corto e iban abrigadas con sus abrigos de terciopelo rojo, bien que lo recuerdo. Nuestro hermano Víctor iba enfundado en una chamarra* y yo un abrigo “beige”, que no cerré correctamente y en la fotografía parece que le faltara un botón, algo que por mucho tiempo me reproché.


Nuestra mamá se había quedado en casa con la nueva bebé, Maru. Era la época invernal y no era cuestión de sacar a la niña a exponerse al frío.


Arribamos a la Avenida Juárez y al pisar el territorio de la Alameda, empezamos a admirar los fastuosos arreglos que cada grupo de “Reyes” o “Santas” habían instalado para atraer a sus clientes, en medio de la algarabía de los paseantes que se daban el lujo de la vida al transitar entre esos seres que se habían esmerado tanto en sus vestimentas y escenografías.


Bueno, tú ya conoces cómo viste Santa, pero para los pequeños era sorprendente ver a los “Reyes” vestidos a la rica usanza oriental. Para los que apenas empezábamos a ir a la escuela era muy novedoso ver aquellos espléndidos ropajes, los turbantes, las largas barbas de Melchor y Gaspar y más asombroso ver el color tan oscuro de la piel de Baltazar. Si para mí, la mayor de los hijos, era notable, imagino lo que pensaban mis hermanos menores. Hasta ese momento no habíamos visto antes una persona de la raza negra y eso nos maravillaba; contemplamos con admiración su tez reluciente y esa noche creo que sobresalían más sus blanquísimos dientes y el blanco de sus ojos.


Bueno, esas imágenes se multiplicaban por decenas. Si este trío de “Reyes” era magnífico, el siguiente era superior y mi papá iba preguntando el costo de la fotografía, el cual variaba de acuerdo a la escenografía que habían montado tanto los “Santa” como los “Reyes”, hasta que llegamos con quien se ajustaba a nuestro presupuesto. El elegido tenía un trineo lleno de cajas envueltas lujosamente para regalo, al frente estaban los renos hechos de papel maché, bastante reales. Era atrayente subirse al trineo, sostener los fabulosos obsequios y sonreír frente a la cámara profesional. Mis hermanas y hermanos sentados en el trineo y yo de pie junto a vehículo oficial de Santa, un hombre pasado de peso, con blanquísima barba postiza y ojos… no, no eran azules, sino café oscuro, el clásico color de los ojos de los mexicanos.


Hubo tres tomas, pues el trato era que el cliente podía elegir la que más le gustara. En cada pose, había que sonreír aunque nos estuviéramos congelando o nos estuviera distrayendo el gentío.  Pasado esto, mi padre volvía a negociar, argumentando que el “Santa” de junto tenía más arreglos, que ahora le parecía que había sido un error subir a sus hijos a un trineo tan simple, en el que su hija mayor se había tenido que colocar a un costado. Llegaban a un arreglo y mi papá pagaba e informaba la dirección donde entregar la singular fotografía.


Sí, mi papá cubrió el costo de la foto y tuvimos que esperar dos semanas antes de que fuera entregada en nuestro domicilio. Así eran las cosas en nuestra niñez. Existía la confianza entre las personas. Es imposible pensar en la actualidad que alguien pague a un desconocido por un servicio y espere que aquel cumpla; eran otros tiempos, como decía mi abuelita, quien por cierto comentaba que en su época “los perros eran amarrados con longaniza”.**


Una vez pasado el trámite de la foto, cruzábamos la avenida para admirar la maravillosa iluminación, adornada con millares de foquitos, las aceras con enormes jardineras llenas con flores de Nochebuena, la prodigiosa flor mexicana, y los aparadores de las grandes joyerías, tiendas y librerías que competían entre sí para atraer a más paseantes, incluso las entradas de un cine y de un hotel, lucían francamente esplendorosas.


En las esquinas estaban mujeres que vendían Castañas, asadas al comal sobre un brasero u hornillo típicamente mexicano. Te confío que en mi niñez nunca probé las castañas, pero sí los buñuelos y los “hot-cakes” callejeros, que esa noche me supieron a gloria.


De regreso a casa, pensaba que de alguna manera habíamos traicionado a los Reyes Magos, pues éramos sus clientes; éramos de esos niños a los que Santa Claus ignoraba en Navidad, pero éramos compensados con regalos el 6 de enero del año siguiente cuando a nuestra casa llegaban los siempre generosos Melchor, Gaspar y Baltazar.


* Chamarra, abrigo corto.


**Longaniza, especie de chorizo.

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jueves, 16 de noviembre de 2017

22 - ASÍ TE CUENTO DE CONFUSIONES GATUNAS






LA PRIMERA CONFUSIÓN

¡Hola! Soy ese que Ella llama Felix el gato blanco y negro que ronda su edificio casi todo el día. A veces me ven otras personas y quieren ahuyentarme, en otras ocasiones me acarician y yo lo permito y les correspondo. Algunas mañanas me dan croquetas que no como, a menos que haya pasado varias horas sin el otro alimento, esa comida que me da la señora que cada día se asoma por la ventana y me lanza hacia el jardín un atún muy sabroso. Por eso llego al amanecer, busco un lugar menos frío debajo de un automóvil y ahí espero hasta escuchar que Ella abre su ventana.

¿Cómo sé su nombre? ¿Recuerdas al gato grande color amarillo que Ella alimentaba?  Ese gato era amigo de mi papá, el señorial gato llamado Vaquita; ese amigo platicó que la señora lo llamaba Güero y él la nombraba “Ella”. Antes de desaparecer, Güero le contó a mi papá que la comida que le daban era lo más sabroso que un gato puede disfrutar. Mi papá, de vez en cuando recibía una pequeña ración que le obsequiaba Ella y bueno, cuando me quedé solo, sin mi padre, me acerqué a ese balcón y empecé a recibir ese preciado alimento.

Sí, soy hijo del Vaquita. Una familia me adoptó y vivía en un apartamento. Me llevaron a operar para que no tuviera hijos y me pusieron un collar que decía “Crayola”, pero no sabía si ese era mi nombre, porque siempre escuchaba “bájate de ahí”, “no arañes, no maltrates”, “vete de aquí”. Y me fui; sí, me fui a buscarla a Ella, de quien mi papá me platicó antes de esfumarse y me pidió cuidar.

Cuando la encontré, Ella me trató como si me conociera de mucho tiempo atrás. Al principio creía que yo era hembra y trató de subirme a su auto para llevarme a operar… ¡no!, ya pasé por una cirugía y me parece que es suficiente. Así que cuando Ella está cerca de su auto, permanezco a prudente distancia.

Muchas veces se sienta a jugar conmigo en las afueras del edificio donde vive, a veces me carga y ha querido llevarme a su casa; no se lo puedo permitir; ya tuve una casa y no fui feliz, así que prefiero vivir al aire libre. Además, con Ella vive Güerita, una gata chica, delgadita, de cara bonita pero que se cree una princesa y es porque Ella comparte el alimento de Güerita conmigo.  Varias mañanas, cuando esa minina se pasea por el jardín que rodea el edificio, la correteo, la asusto tanto que maulla muy fuerte y Ella sale para ver qué sucede. Si logra verme, me llama la atención; pero nunca me castiga.

Porque como bien, estoy fuerte y resisto el frío y la lluvia.  Me cobijo debajo de los autos y cuando llueve mucho, me escondo entre las llantas y la carrocería; ahí duermo calientito.

Un día llegó un gato completamente negro que daba lástima. Me pidió permiso para solicitarle comida a Ella. Tuve compasión de ese pobre que venía de haber peleado con otros gatos y seguramente había perdido la batalla porque estaba herido.  Ella lo alimentó y ahora es un gato fuerte y sano como yo, con su pelaje brillante como el mío y ya no me pide permiso para alimentarse, yo tengo que dejar que primero coma él y después yo, o me arrebata mi ración. No es justo.

Ella me dice Felix y me silva desde su balcón. Todas las mañanas me pregunta cómo estoy y yo no le contesto, lo importante es que me lance el alimento que casi toda la noche he estado esperando.
Y, ¿sabes algo?, a veces me descontrolo pensando si es Ella la misma que asoma por el balcón o la que sale del edificio y viaja en un auto azul profundo.  No sé si es la misma que juega conmigo o la que me llama con un silbido.

A quien sí conozco muy bien es a una joven que sale a pasear a su perrito, casi siempre la acompaña un muchacho. A esa muchacha la he seguido a su apartamento, no importa que me dé solo croquetas, la sigo porque tiene una mascota que me gusta.

Hay otra chica más joven que tiene un gato dentro de su casa. Ella también me da croquetas, pero rara vez las como. Casi siempre las consumen los pájaros, esos grandes pájaros negros o las palomas. Yo no.

Algunas veces Ella me ha preguntado por qué tengo la cara triste, me dice que debo ser feliz y por eso me llama Felix; pero la expresión de tristeza es característica de los que no tienen hogar; quién sabe por qué, pero así es. Cierto es que yo abandoné la que era mi casa, que no he aceptado el hogar que Ella me ha ofrecido, que prefiero mi libertad, pero lo entristecido debe venir de más arriba, de lo invisible; pero te confío que después de comer ese rico atún, mi cara ya no está triste.

A veces me duele que algunos vecinos de Ella me corran, que ordenen a sus canes que me ataquen. Dicen que yo no sé jugar con perros y es cierto, las dos razas no somos muy compatibles y atacando yo, me estoy defendiendo. Ha habido quejas de que soy agresivo con los canes; es cierto, y no me arrepiento porque he espantado a canes enormes que ya no me han vuelto a molestar.

Pero con quienes me alimentan o me acarician no soy agresivo. Como te dije, juego con Ella y le permito que me cargue. Jugueteo también con la muchacha que me gusta y con su compañero; además, soy amigo del gato negro.

Han venido otros gatos a querer comer del alimento que Ella nos da al felino negro y a mí, pero se han ido sin recibir nada. No creo que sea por falta de generosidad de Ella, sino porque imagina cuántos gatos vendrían a comer.

Dicen que los gatos somos desagradecidos, pero no es así. A cambio de ese rico alimento que Ella me da, cuido su automóvil, vigilo su casa y aunque no lo creas, estoy a cargo de la seguridad de todo el edificio, del estacionamiento, del jardín y de todos los habitantes.

He cazado palomas, algo mal visto por los humanos, pero cuando hay demasiadas palomas alguien debe bajar su número.  No ataco a los pajaritos, ellos pueden estar seguros de que pueden venir a mi territorio a bañarse en los charcos después de la lluvia y que tranquilamente pueden comer insectos en el jardín.  Algunas veces han venido colibríes y se han detenido a alimentarse en el balcón de Ella, yo no los he molestado.

Pero hay algo que no me gusta, a veces Ella se va de viaje. Me doy cuenta porque sale de su casa con equipaje, entonces sé que van a pasar varios días en los que tendré que comer croquetas. Entonces me entra el celo en contra Güerita, esa gata se queda dentro del apartamento con toda seguridad con mucho alimento para estar bien los días de ausencia de Ella. 

He tratado de entrar a la casa de Ella, hay una ventana que a veces está abierta y por ahí sale y entra Güerita. Una vez perseguí a esa felina y estuve a punto de entrar al apartamento. Oh sorpresa, Ella estaba cocinando y nos encontramos cara a cara, así que me fui rápidamente.

Algunas noches el gato negro ha entrado al apartamento de Ella, ha comido del alimento de Güerita y ha despertado a la gata y a Ella.  El Negrito, como Ella lo llama, ha salido rapidito.

También, muchas noches encontramos alimento afuera del apartamento. Ella nos deja atún y a veces leche.  Los recipientes son vaciados de inmediato.

Algo que me apena, pero no lo puedo evitar porque está en nuestra naturaleza, es que “marcamos” nuestro territorio.  La vecina de junto a Ella se ha quejado, a pesar de que mi benefactora desinfecte. ¿Qué podemos hacer?

También hay quejas porque estoy merodeando dentro y fuera del edificio, no saben que lo estoy vigilando, para que no se acerquen roedores ni ladrones.

De eso ya me había platicado mi papá; muchos humanos no se percatan de la ayuda que los felinos les proporcionamos. Por ejemplo, limpiamos el ambiente de malas vibraciones, custodiamos las propiedades y a las personas.  Ella puede tener la seguridad de que su casa estará protegida tanto si está dentro como cuando sale a sus actividades. También su carro estará resguardado, mientras haya guardianes como yo y también como Negrito.

Veo tu rostro incrédulo, pero haz la prueba y vas a comprobar lo que te digo.

Antes de que Ella cuidara a Güero, mi papá me platicó que roedores muy grandes se paseaban en los alrededores del estacionamiento de este conjunto de cinco edificios. Eso ya no existe y no es para que le agradezcan a Güero o a mí, es solo un comentario.

¿Qué cómo me mantengo limpio y sano?  Nunca me verán lastimado, porque no peleo con los otros gatos. Así como no peleé con Negrito, lo dejo que coma primero y después yo, así me comporto con los otros y me respetan por ser pacífico.

Soy un felino joven y fuerte; así quiero conservarme con la ayuda de Ella. No tengo mayor ambición que el cuidarla y parece ser que Ella así lo comprende. ¿Que si me gustaría tener una familia?  Ya la tengo, Ella es mi familia y la pareja que ya te dije; no incluyo a Güerita, aunque te confío que varias veces la he visitado a cuando está en el otro balcón. Esas visitas reforzaron la creencia de Ella de que soy macho.


COPYRIGHTCONNIEUREÑACUELLAR/2017

domingo, 8 de octubre de 2017

21 - ASÍ TE CUENTO DEL MINUTO QUE CAMBIÓ TODO




  



Soy poco idónea para platicarte de los terremotos que han asolado mi querido México. Aparte del enorme susto, tuve la fortuna de no haber sufrido en carne propia ninguna desgracia este pasado mes de septiembre.

Al ser desalojados por motivos de seguridad, del edificio donde trabajo los empleados salimos a la calle sin darnos cuenta aún que había sido no solo un gran susto para la población, sino que nos esperaban las noticias aterradoras sobre edificios colapsados, gente atrapada entre escombros, construcciones dañadas y más etcéteras. Nos preparamos para lidiar con el tránsito. La mayoría pensaba solo en algo: llegar a casa lo antes posible, para cerciorarnos que habían resultado también ilesos nuestros familiares y nuestras propiedades. Imposible comunicarnos directamente con los móviles, la red estaba saturada; así, el famoso whatsapp sirvió para darnos un poco de tranquilidad.

Por la mañana de ese 19 de septiembre, el tránsito había estado -como era costumbre-, complicado. No sabes cuánto me eran antipáticos los motociclistas que sin previo aviso cruzan frente de tu auto para maniobrar; no siguen una línea recta, circulan entre los vehículos y para mí eran una gran molestia, lo mismo que los ciclistas.

Pero alrededor de las 13:30 horas, algo había cambiado. Los caros restaurantes y tiendas de lujo de la zona donde laboro, tenían ya letreros llamativos: “Gratis, sopa o un guisado para quien lo necesite”; “Puedes cargar con nosotros la pila de tu móvil”, “Está abierto nuestro WiFi para ti”. ¡Vaya! Algunas personas lloraban en las calles y eran consoladas por desconocidos. Los automovilistas no hacían sonar sus claxons ante el terrible congestionamiento vial, sino conducían lentamente, aunque con seguridad estaban ansiosos por avanzar. Noté que muchos conductores ofrecían a peatones llevarlos… algo completamente inusual entre nosotros.

Digo que no soy quien para narrar los acontecimientos de aquel martes, porque no vi ni he visto edificaciones derrumbadas, solo he seguido las noticias del gran desastre que causó un terremoto trepidatorio de 7.1 grados Richter, con epicentro más o menos cerca de la capital mexicana, que ha destruido las viviendas de la gente más humilde en los estados vecinos y ha dejado desamparadas a innumerables personas de clase media que hasta hace poco vivían en departamentos de acuerdo a su estatus social.

Siguiendo el trayecto hacia mi casa, me di cuenta que ningún vehículo se atravesaba en mi camino, a pesar del intenso tráfico. Quizás todos manejábamos como autómatas o tal vez habíamos cambiado un poco, al dejar pasar primero ahora a los motociclistas y ciclistas que acudían a la zona más devastada para ayudar. Ahora todos abríamos paso para que circularan las ambulancias, las patrullas, los paramédicos… no es que no lo hiciéramos antes, pero sí, algo había cambiado. Aquello de que en los cruces de calles y avenidas, cuando el tránsito está “embotellado”, pasemos uno de un lado, otro del lado opuesto… así, uno y uno, ahora se respetaba, mientras por la radio escuchaba con azoro que muchas construcciones habían caído o estaban por caer, que había cientos de seres atrapados.

Pero fue hasta que llegué a casa me di cuenta de la magnitud de la desgracia que cayó sobre gente inocente. En la televisión, miré cómo cientos de jóvenes, sin que nadie los alentara, estaban ya “manos a la obra” como rescatistas profesionales, mientras llegaba el ejército, la marina, los llamados topos, los hermosos canes que señalan dónde hay vida o un cuerpo que recuperar.

En mi casa -que por fortuna no sufrió daño alguno-, me di a la tarea de confirmar que mis familiares, vecinos y amistades estaban bien; así que el recuento de lo lamentable, no fue para mí, directamente.

Hasta hace poco, al encontrar a una querida amiga, al verla con un collarín y huellas de golpes en la cara, supe de viva voz que estaba en uno de los edificios más horriblemente derrumbados, que había tratado de huir hacia la calle pero estando a punto de salir el edificio se vino abajo y fue golpeada con brutalidad por los muros que le cayeron encima. No fue la única en dicho lugar que quedó atrapada; gritó, junto con varias otras personas, pidiendo ayuda que llegó muy pronto, quizás de peatones que pasaban por ahí o vecinos que arrancaron de la muerte a muchos semejantes, entre ellos mi amiga.

Con las horas y los días, surgieron muchísimos héroes anónimos, aquellos que ofrecieron agua y comida a quien lo necesitó; quienes ofrecieron sus hogares a los que perdieron todo, quienes con sus propias manos removieron los escombros, quienes participaron en rescates a cambio de la satisfacción propia de haber ayudado.

Empezó a llegar la ayuda nacional e internacional, delegaciones de rescatistas (a quienes viviremos agradecidos eternamente), con toneladas de ayuda para los necesitados, sus maravillosas herramientas, su tecnología de punta y sus inolvidables canes. Todos trabajaron junto a los mexicanos capacitados o voluntarios sin experiencia que se organizaron con la sola finalidad de ayudar.

Por medio de las redes sociales fui siendo testigo de hechos que todavía me hacen un nudo en la garganta al ver levantarse a la juventud tan criticada por su lenguaje, por sus actitudes, por su indiferencia pero que ahora estaban luchando hombro con hombro para rescatar, para limpiar escombros, para trasladar ayuda, para consolar.

Surgió otro tipo de sociedad mexicana. Esa que no es indiferente al dolor ajeno, que se inclina a ayudar a esas personas que están sufriendo física y moralmente. Eso sí lo he visto con mis propios ojos.

Reconozco que la electricidad, agua y telefonía se restablecieron inmediatamente en la mayor parte de la Ciudad de México y sobre todo aprecio que el Presidente haya salido de inmediato a enviar un mensaje de solidaridad del gobierno hacia la ciudadanía, que se haya presentado en los lugares de mayores desastres, que haya aceptado la ayuda internacional; en fin, que haya dado la cara. Sucedió que en el terremoto de 1985, el presidente de aquel entonces “salió a los medios” una semana después y rechazó el auxilio de naciones amigas.

Sí, reconozco muchas cosas, entre las cuales está mi mayor respeto y admiración al Ejército, la Marina, los Topos* y los héroes anónimos que tanto han ayudado, aunque critico agriamente que en Oaxaca y Chiapas, estados muy lastimados por el terremoto del que te cuento y otro anterior sumamente devastadores, a la gente que perdió su casa les esté dando el gobierno 120 mil pesos mexicanos para la reconstrucción… esa cantidad no es nada, no compra los materiales que se requieren; en una palabra, es insuficiente.

Creo que si va a haber una verdadera reconstrucción, se debe copiar el modelo japonés. El gobierno debe tomar físicamente en sus manos el restablecimiento de las viviendas y no dar lo que me parece una limosna, a personas sin hogar por causa de los terremotos.

No sé si en la capital sucederá lo mismo que te cuento; aquí han surgido voces como aquello de no dar a los partidos políticos los más de 7 mil millones de pesos para la campaña presidencial y de renovación de los congresistas del próximo año. El descontento social ya existía en este sentido, pero se ha venido agudizando hasta arrinconar a los partidos a renunciar a cierto porcentaje, que se destinará a la reconstrucción.

Ignoro si los capitalinos, volvamos a ser lo que fuimos antes del 19 de septiembre. No sé si volvamos a cubrirnos de indiferencia, de dejadez, de criticar pero sin hacer nada, no lo sé. Quisiera que no fuera así, que sigamos teniendo compasión por nuestros semejantes, que continuemos participando -cada quien desde su comunidad-, para que nuestra capital sea más humana, más amigable, más habitable y ese ejemplo se extienda a toda la nación, porque la reconstrucción tomará mucho tiempo y si bien ahora la ciudadanía ha donado toneladas de alimentos, rezo para que no decaiga el ánimo y sigamos ayudando a los necesitados.

Que no nos dejemos llevar por los falsos rumores de que un nuevo y terrible desastre nos espera. Que hagamos cumplir la promesa de reducir el número de diputados y senadores (628), que no permitamos que las campañas políticas nos llenen de basura electoral. Que exijamos que se construyan nuevas y mejores viviendas para los damnificados, que pidamos rendición de cuentas. Y tantos etcéteras que cada ciudadano puede plantear.

Además, que no nos atormentemos con la pregunta, “¿por qué a México tantos huracanes y dos terremotos?”. Creo que cuando nos hemos asombrado con la riqueza de nuestras tierras, la abundancia de sus ríos, lagunas, manantiales; maravillosos litorales, paraísos conocidos y por conocer, bellísimas ciudades modernas y coloniales, vestigios prehispánicos asombrosos, pueblos mágicos, majestuosas montañas, playas de ensueño, bosques y selva exuberantes, bio-diversidad y recursos naturales extraordinarios y más, mucho más, no nos hicimos esa pregunta, “¿por qué a México le correspondió tanta riqueza?”, sino que solo nos sentimos bendecidos. Hoy estamos viviendo el reverso de la moneda, pero esa misma moneda está en nuestras manos.

Ah, me preguntas sobre el minuto que te cuento; me refiero a la duración de los terremotos de septiembre. Aunque creo que no llegaron cada uno a los 60 segundos y si bien nuestro futuro cambió en esos instantes y parece incierto, me lleno de esperanza al saber, y sobre todo testificar, que la fuerza de mi país está en su gente.


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miércoles, 5 de julio de 2017

20 - ASÍ TE CUENTO DEL MAESTRO JOSÉ LUIS CUEVAS




Me parece que casi nadie se da cuenta de la importancia en su vida de ciertas personas, hasta que ya no están. Algo así me sucede con el fallecimiento de un dibujante, pintor, escultor, columnista, escritor; en una palabra, creador.
A principios de los años 70 yo era una jovencita deslumbrada por la entonces sofisticada Zona Rosa de la capital mexicana. Un área ubicada en las calles de la colonia Juárez, que llevan los nombres de ciudades europeas, donde proliferaron restaurantes y cafeterías, centros de reunión de los famosos intelectuales de aquel entonces, entre los que destacaba José Luis Cuevas, a quien se le atribuye el nombre de dicho espacio.
Sabía quien era ese personaje, pues había recién creado su “mural efímero”, en oposición a los muralistas mexicanos. Sobresalía también por sus dibujos que sinceramente no entendía en esos ayeres; opinión compartida con mis amistades y críticos de aquel que llamaban, “el niño terrible” de la cultura mexicana.
Al paso del tiempo, supe de su internacionalización y de vez en cuando leía su columna en un diario, misma que me parecía chocante porque hablaba de sus romances pasajeros con diversas mujeres quienes siempre poseían un cuerpo espectacular, según escribía. Cuevas fue admirador de las rumberas, actrices y vedettes famosas de esos días; se jactaba de haberlas conquistado, aunque él estaba casado.
Fue en 1986 cuando mi galán de aquel tiempo me llamó por teléfono para “presentarme” con su amigo José Luis. Ambos habían coincidido en una taberna y habían simpatizado enormemente. Saludé al amigo de mi novio y escuché su invitación para visitarlo en su casa el próximo domingo, día en que para mi sorpresa llegamos al domicilio de Cuevas.
Mi novio era extranjero y no conocía la relevancia de su nuevo amigo, quien para esas fechas era ya un ícono de las artes plásticas; famoso a más no poder en el ámbito mexicano. Se decía de él que era un ser irreverente y presuntuoso.
Sin embargo, el Maestro Cuevas nos recibió en su hogar como si nos conociera de toda la vida. Su amable esposa Bertha (qepd) lo llamaba “Gato” y él, recostado en la alfombra, reía mucho al mencionar lo gracioso que le parecía que mi enamorado no supiera quién era él. Asimismo, nos platicó varias anécdotas de su vida profesional y se ha quedado en mi memoria su relato. Leía las reseñas de sus exposiciones y ponía mucha atención sobre las que lo criticaban desde tímida hasta lapidariamente. Dijo que esas críticas siempre le quitaban el sueño y aunque su exposiciones siempre fueron exitosas, tanto en México como en USA, las críticas lo devastaban.
En aquella tarde de domingo lo escuché decir que ante todo él era dibujante y por la confianza que emanaba, me atreví a pedirle un dibujo para la portada del libro de un amigo; Cuevas pidió leer la obra y así inspirarse para la cubierta.
Cuando hablé con mi amigo escritor, apenas podía creer que Cuevas ilustraría su trabajo. En verdad que fue un acto de generosidad el que un artista como Cuevas accediera a mi pedido.
Pero ese hecho no terminó bien. Cuevas prestó su dibujo, no lo obsequió. Mi recomendado no lo devolvió, a pesar de la insistencia mía y la del gran artista, quien terminó por cansarse.Por ese hecho, rompí mi amistad con ese escritor, cuyo libro sobre psicoanálisis, a mi parecer, fue valioso solo por su portada.
Tal vez fue coincidencia pero sucedió que mi novio y yo nunca volvimos a ser invitados a la casa de Cuevas.
Mucho tiempo después, supe por las noticias que su esposa Bertha falleció repentinamente, hecho que a Cuevas le afectó bastante. Su refugio fue el arte y uno de los múltiples frutos que cosechó es el museo que se abrió en su honor, donde -además de sus dibujos- dio a conocer su faceta de escultor.
Más adelante, Cuevas volvió a casarse con una dama que no fue del agrado de las hijas que procreó con Bertha. Hubo un claro distanciamiento hasta el momento en que el genial maestro estuvo muy enfermo. Sus hijas argumentaron públicamente que estaba secuestrado por su segunda esposa; algo que él negó mediante una entrevista televisiva.


Con su fallecimiento, las noticias sobre Cuevas y mis recuerdos han resurgido en mi mente. Quiero agradecer a la vida el privilegio de haber pasado una tarde escuchando la charla tan agradable del gran Maestro José Luis Cuevas y con ello haber entendido por fin el porqué de su totalmente fuera de lo común obra, que desde ese día quedó grabada en mi corazón.

3 de Julio/2017
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jueves, 26 de enero de 2017

19 ASÍ TE CUENTO DE LOS MAYAS DE PALENQUE




Conozco la historia de los Mayas porque mis abuelitos nos la cuentan. Nos platican que fueron hombres y mujeres muy sabios. Ellos levantaron hace muchísimo tiempo las impresionantes construcciones que rodean mi zona de trabajo.

Tengo veintiún años, aunque parezco de mucho menos. Vendo artesanías, los veinte dijes del zodíaco maya y sobre todo los bordados que hace mi madre. Los fines de semana y en las vacaciones, personas de muy lejanas tierras vienen a admirar lo que ya te dije, las impresionantes construcciones de los Mayas, mis antepasados. 

Yo me siento orgullosa de haber cooperado para que en casa tuviéramos una televisión y ahorramos para que cuando llegue el recibo de la electricidad, lo paguemos a tiempo.  También “cooperé” con una niña, mi hijita Citlaltzin que quiere decir Estrellita en lengua tzeltal. Tiene ahora seis años y ya va a la escuela.

Hablo tzeltal y mexicano. Los mexicanos que vienen de lejos, no saben que en mis tierras se hablan varias lenguas como mi propio tzeltal y el tzotzil, chol, zoque, tojolabal, mame, kakchiquel, lacandón, mochó, jacalteco, chuj y kanjobal.  

En la escuela me enseñaron a hablar mexicano, aunque le dicen español. En casa y entre nosotros, aunque estemos en plena venta, nos comunicamos en tzeltal. Una señora me preguntó en qué lengua estaba hablando con una amiga y yo le contesté “tzeltal”. La señora dijo, “quetzal”, no, no, “tzeltal”.

Yo me llamo Yatziri que quiere decir Doncella de la Luna, te lo digo porque la misma señora que te cuento me lo preguntó y solo pidió que se le dijera algo de su signo maya.  Como ella nació en diciembre, me correspondió decirle que las personas de su signo les gusta el sol, pero lo evitan porque son blancas y pueden quemarse. Algo fácil de adivinar porque la señora era blanca y llevaba puesto un sombrero. Me dio un billete, ¡sí!, un billete y me pidió gastarlo solo en mí.

Sé que me brillaron los ojos y sabes qué, decidí guiar a esa señora que en ese momento iniciaba su recorrido por la zona arqueológica de Palenque, que ya te dije es impresionante. Ella iba con un grupo que había contratado a un hermano mío como guía, pero te aseguro que yo también he aprendido a describir las edificaciones mayas.

Mi abuelo dice que Palenque no se llamaba así. Los mayas lo llamaban Otolum. También los mayores nos cuentan que Otolum fue una ciudad grandiosa, gobernada -a veces por hombres, a veces por mujeres- pero estaba abandonada cuando hace siglos llegaron los conquistadores españoles a estos lugares que hasta hoy están rodeados de selva. 

Ni siquiera las manos destructoras pueden contra esa inmensidad verde que llamamos selva y donde viven todavía algunas personas a los que se les dice “lacandones”. Luego te platico de ellos, porque se dice que son los descendientes directos de los mayas y llegaron primero a estas tierras.

La señora que te digo me escuchaba, me hacía preguntas, veía las construcciones y sacaba fotos. Hubo un momento en que vi su cara llena de admiración ante "Templo de la Reina Roja", el “Templo de las Inscripciones”, la tumba de “Pacal El Grande”, K'inich Janaab Pakal en mi lengua.

También ante "El Palacio", el "Templo de la Cruz Foliada" y el "Templo del Sol" y también la señora admiró los árboles sagrados de los mayas, la Ceiba y el de tronco rojo. A todas esta magnificencia le llamamos vestigios, no nos gusta la palabra ruinas.

Mi papá, que ahorita tiene más de 50 años, dice que cuando él era chiquito, empezaron a venir arqueólogos a esta zona. Retiraron la selva que estaba cubriendo las construcciones y pronto abrieron al público este Parque Nacional de Palenque, que es el orgullo nuestro y el lugar de trabajo mío y de muchísimas personas de la región, de todas las edades.

He oído decir a los guías pero principalmente a los mayores de nuestra comunidad, que los Mayas fundaron esta zona antes del nacimiento de Cristo, porque aquí florecía la agricultura por los manantiales y riqueza de la tierra. Ese florecimiento causó guerras, que los de otros reinos iniciaron y se dedicaron a ver cómo importunar a nuestros antepasados.

La verdad es que todos los pueblos de la región eran también eran mayas y todos fueron gente avanzada. Pero, quién sabe por qué las diferentes poblaciones mayas nunca estuvieron unificadas.

Así, gobernantes de otras tierras quisieron apoderarse de lo nuestro porque, decían ellos, descendían de tiempos más antiguos que nosotros y sentían que tenían derecho de quitarnos nuestras posesiones y esclavizarnos.

Seguía hablándole bajito a la señora que ya te platiqué y como en la zona de las construcciones mayas -espacio en el que ahora nos permiten vender en puestos o como ambulantes-, si ella compraba en algún puesto, yo le diría al vendedor que lo había recomendado. La señora compró una bolsa y una pluma de pavo pintada al óleo. Discretamente, pedí mi comisión.

Después del recorrido, el guía del grupo, mi hermano, invitó al grupo a pasear por la selva; no creas que es la selva selva, sino una muestra nada más. Me acerqué a la señora que te cuento para avisarle que a esa hora de la tarde las viborillas negras salen de su escondite y no se ven por lo tupido de la floresta.

Me miró sorprendida, me dio las gracias y avisó a sus compañeros que iría a comer a las afueras de la zona para esperar a que ellos salieran e irse juntos hacia el autobús que los trajo hasta acá.

Escuché la palabra “comer”. Eran las cuatro de la tarde y yo no había comido desde la mañana. Nuestro desayuno habitual es agua caliente con canela, un pan y un tamal, eso nos permite ir al trabajo sin el estómago vacío. Regresamos a casa al oscurecer, nos espera un tamal envuelto con Hoja Santa, que le da un sabor muy rico y otra vez bebemos agua caliente con canela.

Si en la casa nos ha ido bien, hay un pedazo de pescado frito, o carne de pollo o de pavo, que cae de maravilla a nuestra pancita. En las fiestas hay más de comer como los asados de res o de puerco; ah, también de pollo y pescado cocinado de diferentes formas. De beber hay atole agrio y agua con chocolate. También muchas tortillas de maíz.

A mi hija que va a la escuela, le dan un desayuno escolar. Un cuartito de leche, una naranja, una palanqueta de cacahuate y un pan pequeño relleno de jamón. Siempre guarda uno de estos alimentos para mí, sin que yo se lo pida.

Yo me quedé en tercer grado, pero aprendí a leer y a escribir en mexicano y a hacer cuentas, tú sabes, la aritmética. Como soy madre soltera todavía vivo en casa de mis padres, tengo la obligación de llevar dinerito a la casa, para mi sustento, el de mi hija y para los gastos.

Mi papá trabaja en un cafetal pero muchas veces es rechazado cuando llega la cosecha; además, vienen hombres de Guatemala, El Salvador y hasta de Honduras; a ellos sí los contratan porque cobran menos.

Le dije a la señora que ya te platiqué, que la podía llevar a comer donde sé que está sabroso. Ella aceptó y cuando llegamos a ese tenderete me invitó a comer con ella.  Fue entonces cuando me preguntó de dónde soy y le contesté que del ejido El Naranjo, aquí cerquita de Palenque.

Mientras comíamos, la señora me preguntó de mi trabajo y bueno, tú ya sabes por qué trabajo. Todas las mujeres de El Naranjo trabajamos, ya sea en el Parque arqueológico o en casa. Si te quedas en casa es porque confeccionas bolsas, blusas e infinidad de otras cositas bordadas.

Nuestras abuelas nos enseñaron a coser y bordar. Los hombres trabajan muchos como pescadores y otros tantos como vendedores; a algunos el gobierno los ha preparado para ser guías, pero lo que saben lo enriquecen con lo que nos cuentan los viejos del ejido.

Ellos también aprendieron artesanía de sus padres o abuelos, pero como te dije, hace poco vinieron del gobierno del estado a enseñarnos otras manualidades como pintura en tela y cuero, nos dejaron poner nuestros puestos dentro de Palenque y permitieron el ambulantaje. También nos venden telas para bordar, a buen precio.

La señora que te digo, me escuchaba atenta y me preguntó de la escuela de mi niña. Le conté que está al aire libre, que los niños se sientan en el suelo, el pizarrón es portátil y para ir al baño corren al retrete comunitario.

Más de la mitad de los adultos de El Naranjo, no saben leer ni escribir. Los demás nos defendemos un poquito. ¿Que qué hacemos si nos enfermamos? Pues para eso hay curanderos. Casi siempre es de la panza porque comemos algo que creemos es fruta y se nos inflan los intestinos, entonces nos dan masaje con manteca para “desinflarnos”.

¿Médico? No señora, hay una clínica pero solo tiene inscrito a un señor, eso porque tiene trabajo de planta en una de las cafetaleras. El doctor viene solo en temporada de vacunas; los niños nacen en las casas.

Nuestros médicos a veces son los lacandones. Ellos heredaron de los mayas, conocimientos que pasan de boca en boca. Mi abuela dice que no hay nada escrito.  Los lacandones adivinan tu suerte, te dicen tu pasado, presente y futuro con tan solo verte a la cara.

Siempre están vestidos de blanco y viven en las profundidades de la selva, esa selva que guarda más pirámides y tumbas, que parecen montes, pero son construcciones mayas. Por esa selva, hace mucho tiempo se fueron yendo los originales mayas, dejando abandonado Palenque y otras ciudades que yo no conozco pero que dicen los ancianos que son tan grandes y tan magníficas como la nuestra.

Dicen que nadie sabe por qué abandonaron sus construcciones, que más bien eran tumbas y había palacios donde vivía el gobernante y la nobleza; alrededor, en chozas, vivía el pueblo. Entre los nobles estaban los que estudiaban las estrellas, los que inventaron el calendario maya, los consejeros para la agricultura y claro, los sacerdotes quienes eran los guías del rey y del pueblo.

Pero mi abuelo cree saber por qué se fueron los mayas. Las amenazas de los envidiosos pueblos vecinos tuvo mucho que ver y los gobernantes de Otolum salieron primero para localizar dónde se podían establecer. Más adelante se llevarían al pueblo en sí, cuando ya estuvieran ellos bien asentados.

El pueblo, sin un guía, sin un control, empezó a portarse mal, a faltar a sus labores, a dejar crecer la selva, a emborracharse, a abusar de los más débiles…
Aun cuando, se supone que los gobernantes enviaron por su pueblo, este ya había abandonado sus hogares, vagado a la deriva y perdido para siempre su patrimonio, se dispersaron sin dejar rastro.

Esto se lo conté a la señora que me invitó a comer. Y después de la comida le dije que para otra vez viniera tempranito, para que escuchara todos los sonidos que hacen al amanecer los pájaros, los monos aulladores, venados y otros animalitos. Yo no he oído ninguno, pero dicen que a veces se escucha el rugido del jaguar.

Le ofrecí a la señora acompañarla a su autobús, porque su grupo tal vez ya había salido de la selva. Me preguntó si podía tomarme una foto y le dije que no, porque nosotros creemos que la fotografía se lleva nuestro espíritu. La señora no insistió.

Caminamos a un lado de la carretera, ella iba admirando la inmensidad verde del bosque espeso, con sus hojas reflejando el sol de la tarde. Se asombró al ver muchísimas plantas de Hoja Santa; así, silvestres, a un lado de ese camino de carros.  Estaba cansada pero contenta cuando algunas personas vinieron a su encuentro, preguntando dónde había estado.

Algo dijo y volvió su cara hacia mí. Vi cómo brillaron sus ojos. Yo no quería recibir un pagó por ser su guía, pero estrechó mi mano y acepté. Agradeció mis pláticas y compañía. Yo le di las gracias también por la comida. Me habló de sus mejores deseos para mí, mi hija y mi familia. Dijo que nunca me olvidará.

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viernes, 13 de enero de 2017

18 - ASÍ TE CUENTO DEL HOMBRE DE MIS SUEÑOS






Vienen a mi mente imágenes de una noche de 1999. Me veo a mí misma bajar de un auto convertible, uso un vestido de amplio vuelo y voy ilusionada a reunirme con mi novio quien está filmando una película. Entro al estudio, cuya iluminación se centra en los intérpretes. Alguien me llama la atención por el taconeo de mis zapatos. Mi novio se da cuenta de mi presencia y detiene la escena. Se encienden más luces y él, sí él, viene hacia mí. Veo su galanura y su atrayente sonrisa. Me abraza y miro muy de cerca su rostro, me impresiona ver sus ojos verdes. Mi emoción es grande, pero en ese momento desperté.

Todo fue un sueño, muy vívido, muy real. Aún ahora suspiro al recordarlo.

En el año 2000, en el cine vi Amores Perros, la primera película de Gael García Bernal. Quedé muy sorprendida al ver en la pantalla al hombre con quien había soñado al año anterior. Quizás había visto su cara en alguna revista y aunque no recordara  haber sabido anteriormente de él, era el “novio” que había ido yo a encontrar en aquel set de ensueño y cuyos ojos verdes me habían impresionado.

Una persona me dijo que los sueños no se cuentan, que son vivencias solo para quien los experimenta, pero ¿cómo dejar de comentar ese bello sueño?

Gael se convirtió en una gran estrella, su actuación en Amores Perros le valió un gran reconocimiento. Pronto emigró al extranjero y ha triunfado en cualquier lugar donde se presenta.

Pero te cuento, la aparición de Gael en ese mi sueño de 1999 no es la única.

No recuerdo la fecha de cuando un mediodía estaba comiendo con una amiga en un restaurante. En la mesa contigua se hallaba una mujer que llevaba zapatos descubiertos que dejaban ver las plantas de sus pies.  Me llamó la atención el color verdoso y desagradable de aquellas plantas pero estábamos consumiendo nuestros sagrados alimentos y no era momento de comentar nada desagradable. Sin embargo, mentalmente me preguntaba qué sucedía con los pies de aquella mujer.

Por la noche soñé que me encontraba en aquel mismo restaurante, frente a  mí, en lugar de mi amiga estaba Gael.  Yo veía a la mujer con los pies enfermos y sin preguntar a Gael qué le sucedía a ella, él me dijo discretamente al oído, “tiene pie de atleta”. En ese momento desperté y la risa que me causó dicho sueño, se repite cada vez que lo recuerdo. 
¡Así que mi cerebro se encarga en sueños de contestar mis preguntas no formuladas conscientemente, en la voz y la presencia de Gael García Bernal! Curioso, muy curioso.

Quiero decirte que no soy una seguidora de Gael; admiro su trayectoria pero no soy especialmente su fan. Me pregunto, ¿por qué aparece en mis sueños? Porque no son solo dos sueños, eh. Pero antes te comento algo sobre este actor.

Se ha convertido en ciudadano del mundo. Para mí su mayor logro es haber sido presidente del Festival de Cannes hace pocos años. Recién ganó un Globo de Oro por su actuación en Mozart in the Jungle, no reside en México sino en Buenos Aires y constantemente trabaja en USA.

En nuestro país ha producido series de televisión muy exitosas, promueve películas fuera de lo común, muy divertidas. Posee una poderosa productora y distribuidora de filmes (Canana Films) junto a otro joven actor mexicano (Diego Luna, su “charolastra”) y puede decirse que es un exitoso hombre de negocios. 

Como muchas estrellas de cine no le gusta hablar de su vida privada pero trascendió que hace tiempo tenía un romance con Natalie Portman, a mí me parecía que hacían una linda pareja.  Sin embargo, cuando ella filmaba en Europa y él en Argentina, Natalie quiso darle una gran sorpresa visitándolo en Buenos Aires. La sorprendida fue la bella actriz porque encontró a Gael viviendo en unión libre con su coestrella Dolores Fonzi. Leí que Natalie quedó muy afectada.  Actualmente, Gael está separado de la guapa actriz argentina, con quien procreó dos hijos.

Y te cuento otro suceso relacionado conmigo y Gael (jajajajaja); se refiere a que el año pasado fui a una gasolinería a cargar combustible para mi auto. Pedí cierta cantidad de litros de gasolina y que por favor revisaran la presión de las llantas. Sin bajar del carro vi que el joven que me atendía sostenía una manguera que supuse era para suministrar aire a las llantas. De pronto, del auto surgió gran cantidad de vapor, el muchacho me pidió abrir el cofre, lo hice y salí del coche para saber qué sucedía. El joven estaba ya regando agua para disminuir el vapor, me dijo que el anti-congelante se había acabado, que había que lavar el radiador y cambiar una manguera interna que estaba por reventar. Revisó también el nivel del aceite y encontró que estaba disminuido considerablemente. Todo esto en pocos minutos de angustia para mí. La amabilidad del muchacho me consolaba pues me pedía no preocuparme. Lavó el radiador, cambió la manguera descompuesta, niveló el aceite y el anti-congelante y después de 40 minutos pagué una cuenta bastante alta … yo sólo había ido a cargar gasolina. Me conforté pensando que lo bueno era que el vapor había surgido ante quien me pudo ayudar … hubiera podido pasar en otro lugar … no sé.

Esa noche, en sueños “platiqué” a Gael lo sucedido en la gasolinería. Él me miró fijamente y me dijo,“te hicieron un fraude”.  Su voz sonó tan fuerte que desperté sobresaltada.  Repasé mentalmente el incidente y me di cuenta que aquel muchacho tenía consigo una manguera para agua, no para aire. De alguna manera había rociado agua para provocar el vapor que me asustó …  A la mañana siguiente revisé el nivel del aceite, había de más.  Poco a poco me fui percatando de que, en efecto, había sido víctima de un fraude. 

No sabes cuánto me río de las ocurrencias de mi subconsciente, de esos sueños tan locos, mismos que recuerdo como si hubieran sido sucesos reales.

Del actor Gael García Bernal, te cuento que en México tiene fama de presentarse poco arreglado y ser arisco con la prensa; cuando está aquí emite opiniones de izquierda pero se le agradece que de realce a un festival cinematográfico que él mismo impulsó.

Respecto a los periodistas, te platico que una importante entrevistadora conversó con él cuando Gael estaba filmando bajo la dirección de Almodóvar (cuya película no me gustó).  Vi en la tele como esa intelectual mujer, siempre propia y distinguida, devoraba al actor con la mirada. Me percaté del impacto que produce, debe ser un hombre bello en persona. Solo en “El Crimen del Padre Amaro”, me pareció tan guapo como lo veo en mis sueños.  En “Rudo y Cursi” admiré su vena cómica y creo que canta mal, pero justo por una canción de esa película, fue nombrado “cantante revelación”.


Lo más cerca que he estado de Gael García Bernal fue un día en que abordé el elevador del edificio de oficinas donde trabajaba. Iba con prisa y me sentí ansiosa porque el elevador bajó al piso del estacionamiento donde entró un hombre con zapatos sin lustrar, jeans rotos y rostro sin afeitar. Pensé en Gael al recorrer con la mirada la figura del joven quien me saludó sonriente. Era Diego Luna, “charolastra” (amigo incondicional) del hombre de mis sueños.


17 - ASÍ TE CUENTO DE MIS TÍAS







Creo que muchos seres en la niñez fabricamos héroes y heroínas; ellos nos guían en nuestro crecimiento y deseamos serles parecidos en la adultez. Algunos de estos personajes son ficticios, pero otros son completamente reales –como mis tías–.

Te hablaré primero de mis tías maternas, Carmen y Matilde, hermanas mayores de mi mamá.

Todos los lunes, Carmen (nunca se casó) ayudaba a mi madre en las labores hogareñas.  Era una mujer fuerte, de buena estatura, tez blanca y cabello oscuro. No recuerdo haberla visto maquillarse, pero sí usaba carmín en los labios. Su voz y su carácter eran dulces y por sobre todas las cosas, amaba a su hermana menor.

Algunos domingos, Carmen era invitada a pasear con mi familia. Recuerdo un día que fuimos a Chapultepec y nos tomaron fotos. Aparezco tomada de su mano.

Cuando llegó mi adolescencia, mi tía Carmen estuvo conmigo. Junto con mi madre, recibí sus consejos para afrontar los cambios de mi vida de ese momento en adelante.

Carmen era lo opuesto a su hermana Matilde (quien una vez casada dio a luz a mellizos). Mujer muy guapa que sabía sacar partido a sus rasgos físicos.  Era el prototipo de la fémina de moda en su época.

Viene a mi memoria un día en que jugaba en un patio y Matilde llegó a visitarnos. Me pareció que arribaba una princesa; vestía un fino traje sastre y su cara estaba perfectamente maquillada. Me causó una gran impresión, porque estaba acostumbrada a las caritas lindas pero sin realce de mi mamá y de tía Carmen.

Mi mamá tenía una cajita con polvo para usarlo en ocasiones especiales, también tenía un labial. Ambos estaban guardados en un ropero, bajo llave. Esto último no fue impedimento para que me hiciera de ellos y los usara en mi rostro y labios, queriendo copiar el “look” de mi tía Matilde.

Creo que mi audaz comportamiento, solo lo llevé a cabo una vez. Mi mamá guardó en otro escondite sus tesoros.

Por el lado paterno había más mujeres. Ya te he comentado del personaje maravilloso que fue mi abuelita. De sus hijas, empezaré por contarte acerca de Josefina.

Jose, así la llamaban, era administradora de un Café Turco, donde se reunían árabes y judíos en sana convivencia, consumían mucho esa bebida que daba nombre al lugar, jugaban dominó y devoraban comida originaria de sus respectivas nacionalidades.

En el mencionado Café obtuve mi primer empleo a los 11 años. Fui la lava-platos más joven que pasó por ahí.  Imagina el alborozo que sentí cuando recibí mi primer salario, mismo que alcanzó para comprar golosinas para mis hermanos y una falda.

Jose, quien estuvo casada y tuvo un hijo -mi primo Daniel-, se separó de su esposo y dedicó su vida a ser extremadamente generosa, sostenía a buena parte de la familia. Su función como administradora le concedía un buen sueldo que repartía entre sus hermanos, su hijo y sus sobrinos.  Varias veces la acompañé a hacer las compras necesarias para el Café y atestigüé lo basto de su despensa. Asimismo, la acompañé al banco donde depositaba las ganancias del negocio que dirigía y llegué a pensar que esa mi tía, era la mujer más poderosa del mundo.

Cuando me gradué de mis primeros estudios profesionales, Jose me obsequió los zapatos que usaría en la noche de mi primer baile formal e igualmente colaboró en la confección de mi vestido de gala.

Tendría que escribir muchas páginas para dar a conocer todos y cada uno de los hechos que mi tía Josefina realizó en favor de sus familiares. Así que continúo con mi tía Natalia. Una mujer alta, de figura espectacular. Trabajó también en el Café Turco que dirigía su hermana mayor.  Tuvo dos hijas y un hijo con su esposo que era taxista, pero su abdomen siempre fue plano. De sonrisa fácil y deslumbrante, atendía a los clientes del Café con diligencia y recibía magníficas propinas. 

En la época en que Naty trabajó allí, fui ascendida a mesera. Así que de Naty aprendí a tomar una orden, a “trabajarla” ante las cocineras y a servir de manera adecuada. Laboraba los fines de semana y mi salario más propinas, eran como un regalo del cielo.

Natalia me llevaba al “salón de belleza”; me obsequiaba un “manicure” y pedía a las encargadas que me enseñaran a maquillar. Estaba apenas entre mis 14-15 años.

Después de graduarme, empecé a buscar trabajo como secretaria en español. Varias veces, tanto Josefina, como Natalia me acompañaron a las entrevistas laborales.

No creas que ha sido a propósito que me he “saltado” a mi tía Bertha, la hermana mayor de mi papá.  Ella tenía una tienda de abarrotes y un enorme departamento antiguo donde habitaba con su esposo y los cinco hijos de ambos.

Bertha también era de sonrisa fácil y carácter alegre. Su hija mayor, mi prima Rosita, trabajaba en una dependencia gubernamental y recibía un salario que en esa época era considerado como muy elevado. Rosita me enseñó a caminar con zapatos de tacón alto y me recomendó para ingresar en su oficina, pero no fui aceptada. Era demasiado joven.

Bertha tenía “ojos de gato” y pecas en sus mejillas. Su carácter bonachón contrastaba con la seriedad de su esposo. Ambos fueron tíos maravillosos.

Enseguida de Bertha estaba Virginia, mujer fuerte, de facciones firmes y ojos verdes.  Su risa era muy contagiosa y su comprensión aún mayor.  Mi tía Virginia estuvo con mi familia en momentos que, con lo lindo de su carácter hizo menos difíciles. Reía con mis gustos por la música de moda y sus hijos fueron grandes compañeros de juegos.

Virginia (fue madre soltera de tres hijos), también trabajó en aquel Café Turco. Era la que preparaba los platillos árabes y judíos pero su especialidad era precisamente el café turco que se servía en pequeñas tazas. Esta amada tía fue mi tutor en mi segundo año de primaria. Recibía las boletas de calificación y delante de la maestra me dirigía una sonrisa de complicidad que entendía cuando comentaba con mis padres que yo era una niña aplicada.

La última de las hermanas de mi padre fue María del Refugio, mi también amada tía Cuquita.  Pequeña de estatura, pero con un corazón enorme y ojos color miel, muy coquetos.  La recuerdo cuando era jefa de meseras en el Café Turco y era novia de Antonio, hombre con el que se casó para toda la vida.  Muy risueña, bailadora, generosa y comprensiva. Su hija Martha es una de mis primas más afines, al igual que su hermanita Chelo.

Cuquita decretó que no iba a envejecer jamás y lo ha cumplido.  Ha perdido la cuenta de su edad y en cada uno de sus cumpleaños, le comento que muy pronto ella será menor que yo … (jajajajaja).

Aunque Cuquita recientemente vivió una etapa muy dura (sufrió cáncer de seno), nunca ha perdido su enorme alegría y disfruta de lo bueno de la vida. Así también, en varias reuniones me ha enseñado a bailar Cha, cha, chá y Mambo. Ah, también me ha enseñado a cocinar.

Cada vez que hablo con ella, o está por iniciar un viaje o acaba de regresar de uno ¡Sí! Junto a mi tía Virginia, Cuquita viajó por toda la república y ahora viaja con sus hijas, visitando inclusive Tierra Santa. Las anécdotas de sus viajes son extraordinarias e invitan a disfrutar como ellas, de esos paseos.

Reflexiono hoy las enseñanzas que recibí de mis adorables tías y espero estar  practicando lo que les aprendí.  Como Carmen, Bertha, Virginia y Josefina, trato de ayudar a mi familia en todo lo posible. Como Matilde y Natalia, gusto del arreglo personal, de la ropa y la comida. Como Cuquita, me fascinan los viajes y el baile aunque no sea tan buena para bailar.

Cada una de mis tías ocupan un lugar especial en mi vida, aunque actualmente, solo me queda Cuquita.  Las demás se han ido poco a poco, dejando un vacío entre las personas que tanto las quisimos, pero su legado de alegría, sus enseñanzas, su ejemplo de mujeres valiosas, queda vivo aún.

En contraste, al platicar con mis hermanas sólo Yola ha coincidido conmigo. Maru no tiene recuerdos de su infancia y mis demás hermanitos eran muy pequeños en la época de esta plática. Únicamente, Tere guarda una memoria triste. Recuerda que nuestras tías la regañaban, que no éramos bien recibidos en su casa, ni al visitarnos eran tan amables con nosotros como yo me acuerdo… Me pregunto si mi historia con las tías la he teñido de rosa al paso del tiempo…


Lo cierto es que mis tías dejaron una huella imborrable en mi infancia y primera juventud. Recordar las navidades con esos seres maravillosos creo que es algo digno de contar. Vienen a mi memoria las imágenes de Jose saliendo de una gran tienda, cargada de cajas y bolsas de regalos para repartir entre sus familiares. De Natalia, organizando a los niños para pedir “Posada” y romper la piñata. De Bertha y Cuquita enseñándonos a cantar y bailar. De Virginia, mostrándonos cómo degustar las ricas viandas, así como de Carmen y Matilde, extendiendo sus brazos para apapacharnos con motivo de la celebración del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.


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