viernes, 13 de enero de 2017

17 - ASÍ TE CUENTO DE MIS TÍAS







Creo que muchos seres en la niñez fabricamos héroes y heroínas; ellos nos guían en nuestro crecimiento y deseamos serles parecidos en la adultez. Algunos de estos personajes son ficticios, pero otros son completamente reales –como mis tías–.

Te hablaré primero de mis tías maternas, Carmen y Matilde, hermanas mayores de mi mamá.

Todos los lunes, Carmen (nunca se casó) ayudaba a mi madre en las labores hogareñas.  Era una mujer fuerte, de buena estatura, tez blanca y cabello oscuro. No recuerdo haberla visto maquillarse, pero sí usaba carmín en los labios. Su voz y su carácter eran dulces y por sobre todas las cosas, amaba a su hermana menor.

Algunos domingos, Carmen era invitada a pasear con mi familia. Recuerdo un día que fuimos a Chapultepec y nos tomaron fotos. Aparezco tomada de su mano.

Cuando llegó mi adolescencia, mi tía Carmen estuvo conmigo. Junto con mi madre, recibí sus consejos para afrontar los cambios de mi vida de ese momento en adelante.

Carmen era lo opuesto a su hermana Matilde (quien una vez casada dio a luz a mellizos). Mujer muy guapa que sabía sacar partido a sus rasgos físicos.  Era el prototipo de la fémina de moda en su época.

Viene a mi memoria un día en que jugaba en un patio y Matilde llegó a visitarnos. Me pareció que arribaba una princesa; vestía un fino traje sastre y su cara estaba perfectamente maquillada. Me causó una gran impresión, porque estaba acostumbrada a las caritas lindas pero sin realce de mi mamá y de tía Carmen.

Mi mamá tenía una cajita con polvo para usarlo en ocasiones especiales, también tenía un labial. Ambos estaban guardados en un ropero, bajo llave. Esto último no fue impedimento para que me hiciera de ellos y los usara en mi rostro y labios, queriendo copiar el “look” de mi tía Matilde.

Creo que mi audaz comportamiento, solo lo llevé a cabo una vez. Mi mamá guardó en otro escondite sus tesoros.

Por el lado paterno había más mujeres. Ya te he comentado del personaje maravilloso que fue mi abuelita. De sus hijas, empezaré por contarte acerca de Josefina.

Jose, así la llamaban, era administradora de un Café Turco, donde se reunían árabes y judíos en sana convivencia, consumían mucho esa bebida que daba nombre al lugar, jugaban dominó y devoraban comida originaria de sus respectivas nacionalidades.

En el mencionado Café obtuve mi primer empleo a los 11 años. Fui la lava-platos más joven que pasó por ahí.  Imagina el alborozo que sentí cuando recibí mi primer salario, mismo que alcanzó para comprar golosinas para mis hermanos y una falda.

Jose, quien estuvo casada y tuvo un hijo -mi primo Daniel-, se separó de su esposo y dedicó su vida a ser extremadamente generosa, sostenía a buena parte de la familia. Su función como administradora le concedía un buen sueldo que repartía entre sus hermanos, su hijo y sus sobrinos.  Varias veces la acompañé a hacer las compras necesarias para el Café y atestigüé lo basto de su despensa. Asimismo, la acompañé al banco donde depositaba las ganancias del negocio que dirigía y llegué a pensar que esa mi tía, era la mujer más poderosa del mundo.

Cuando me gradué de mis primeros estudios profesionales, Jose me obsequió los zapatos que usaría en la noche de mi primer baile formal e igualmente colaboró en la confección de mi vestido de gala.

Tendría que escribir muchas páginas para dar a conocer todos y cada uno de los hechos que mi tía Josefina realizó en favor de sus familiares. Así que continúo con mi tía Natalia. Una mujer alta, de figura espectacular. Trabajó también en el Café Turco que dirigía su hermana mayor.  Tuvo dos hijas y un hijo con su esposo que era taxista, pero su abdomen siempre fue plano. De sonrisa fácil y deslumbrante, atendía a los clientes del Café con diligencia y recibía magníficas propinas. 

En la época en que Naty trabajó allí, fui ascendida a mesera. Así que de Naty aprendí a tomar una orden, a “trabajarla” ante las cocineras y a servir de manera adecuada. Laboraba los fines de semana y mi salario más propinas, eran como un regalo del cielo.

Natalia me llevaba al “salón de belleza”; me obsequiaba un “manicure” y pedía a las encargadas que me enseñaran a maquillar. Estaba apenas entre mis 14-15 años.

Después de graduarme, empecé a buscar trabajo como secretaria en español. Varias veces, tanto Josefina, como Natalia me acompañaron a las entrevistas laborales.

No creas que ha sido a propósito que me he “saltado” a mi tía Bertha, la hermana mayor de mi papá.  Ella tenía una tienda de abarrotes y un enorme departamento antiguo donde habitaba con su esposo y los cinco hijos de ambos.

Bertha también era de sonrisa fácil y carácter alegre. Su hija mayor, mi prima Rosita, trabajaba en una dependencia gubernamental y recibía un salario que en esa época era considerado como muy elevado. Rosita me enseñó a caminar con zapatos de tacón alto y me recomendó para ingresar en su oficina, pero no fui aceptada. Era demasiado joven.

Bertha tenía “ojos de gato” y pecas en sus mejillas. Su carácter bonachón contrastaba con la seriedad de su esposo. Ambos fueron tíos maravillosos.

Enseguida de Bertha estaba Virginia, mujer fuerte, de facciones firmes y ojos verdes.  Su risa era muy contagiosa y su comprensión aún mayor.  Mi tía Virginia estuvo con mi familia en momentos que, con lo lindo de su carácter hizo menos difíciles. Reía con mis gustos por la música de moda y sus hijos fueron grandes compañeros de juegos.

Virginia (fue madre soltera de tres hijos), también trabajó en aquel Café Turco. Era la que preparaba los platillos árabes y judíos pero su especialidad era precisamente el café turco que se servía en pequeñas tazas. Esta amada tía fue mi tutor en mi segundo año de primaria. Recibía las boletas de calificación y delante de la maestra me dirigía una sonrisa de complicidad que entendía cuando comentaba con mis padres que yo era una niña aplicada.

La última de las hermanas de mi padre fue María del Refugio, mi también amada tía Cuquita.  Pequeña de estatura, pero con un corazón enorme y ojos color miel, muy coquetos.  La recuerdo cuando era jefa de meseras en el Café Turco y era novia de Antonio, hombre con el que se casó para toda la vida.  Muy risueña, bailadora, generosa y comprensiva. Su hija Martha es una de mis primas más afines, al igual que su hermanita Chelo.

Cuquita decretó que no iba a envejecer jamás y lo ha cumplido.  Ha perdido la cuenta de su edad y en cada uno de sus cumpleaños, le comento que muy pronto ella será menor que yo … (jajajajaja).

Aunque Cuquita recientemente vivió una etapa muy dura (sufrió cáncer de seno), nunca ha perdido su enorme alegría y disfruta de lo bueno de la vida. Así también, en varias reuniones me ha enseñado a bailar Cha, cha, chá y Mambo. Ah, también me ha enseñado a cocinar.

Cada vez que hablo con ella, o está por iniciar un viaje o acaba de regresar de uno ¡Sí! Junto a mi tía Virginia, Cuquita viajó por toda la república y ahora viaja con sus hijas, visitando inclusive Tierra Santa. Las anécdotas de sus viajes son extraordinarias e invitan a disfrutar como ellas, de esos paseos.

Reflexiono hoy las enseñanzas que recibí de mis adorables tías y espero estar  practicando lo que les aprendí.  Como Carmen, Bertha, Virginia y Josefina, trato de ayudar a mi familia en todo lo posible. Como Matilde y Natalia, gusto del arreglo personal, de la ropa y la comida. Como Cuquita, me fascinan los viajes y el baile aunque no sea tan buena para bailar.

Cada una de mis tías ocupan un lugar especial en mi vida, aunque actualmente, solo me queda Cuquita.  Las demás se han ido poco a poco, dejando un vacío entre las personas que tanto las quisimos, pero su legado de alegría, sus enseñanzas, su ejemplo de mujeres valiosas, queda vivo aún.

En contraste, al platicar con mis hermanas sólo Yola ha coincidido conmigo. Maru no tiene recuerdos de su infancia y mis demás hermanitos eran muy pequeños en la época de esta plática. Únicamente, Tere guarda una memoria triste. Recuerda que nuestras tías la regañaban, que no éramos bien recibidos en su casa, ni al visitarnos eran tan amables con nosotros como yo me acuerdo… Me pregunto si mi historia con las tías la he teñido de rosa al paso del tiempo…


Lo cierto es que mis tías dejaron una huella imborrable en mi infancia y primera juventud. Recordar las navidades con esos seres maravillosos creo que es algo digno de contar. Vienen a mi memoria las imágenes de Jose saliendo de una gran tienda, cargada de cajas y bolsas de regalos para repartir entre sus familiares. De Natalia, organizando a los niños para pedir “Posada” y romper la piñata. De Bertha y Cuquita enseñándonos a cantar y bailar. De Virginia, mostrándonos cómo degustar las ricas viandas, así como de Carmen y Matilde, extendiendo sus brazos para apapacharnos con motivo de la celebración del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.


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