miércoles, 2 de diciembre de 2015

9 - ASI TE CUENTO DE UN REGALO DE NAVIDAD






Aún ahora, ignoro en qué año empezaron a popularizarse las muñecas Barbie, pero a mis ocho años anhelaba tener una de esas muñecas, tan flaquitas como siempre he sido; aunque aclaro, no me estoy comparando con ellas.

Los mayores comentaban que era desagradable ver una muñeca, de cara bonita (reconocían), pero de extremidades tan delgadas que era imposible se sostuviera sola por sí misma y que iba a ser una mala influencia para las niñas, si es que la querían imitar, pues querrían dejar de comer.

Llegó la Navidad, pero en mi familia se acostumbraba obsequiar a los niños hasta el 6 de enero.  Sí, en mi familia, pero en la celebración en casa de mi abuelita, varios familiares -principalmente primas y primos- recibirían regalos (provenientes del Niño Dios) en la Nochebuena pues al pie del árbol navideño había ya varias cajas lustrosamente arregladas y sabía que habría también un presente para mí.

Sí, recibí un regalo pero no era la Barbie que tanto deseaba. Con asombro vi como una prima menor abría su obsequio y ahí estaba; sí, ahí estaba la muñeca más esbelta, con sus enormes ojos azules, su pelo rubio, su vestuario de pasarela, con su permanente y perfecta sonrisa.

Mi pequeña prima lloró desconsoladamente, ¡no le gustó su Barbie!

Cuánto deseé ser menos tímida y proponer un intercambio; para consolar a mi primita (sí, ¡cómo no!). Le daría mi obsequio y obtendría la anhelada muñeca, pero la voz se me escondió en el pecho; tanto, que sentí un dolor que se convirtió en lágrimas.  Quise abrazar a la pequeña pero sus papás la estaban consolando.

Mi mamá se inclinó hacia mí para preguntar el motivo de mi llanto y solo atiné a acurrucarme en sus brazos. Me preguntó si me gustaba mi regalo y mentí; sí, mentí de lleno al afirmar que estaba realmente encantada con el osito de peluche que desde entonces iba a dormir conmigo.

Los adultos usualmente no reposaban la noche del 24-25 de diciembre, pero a los niños “nos ganaba” el sueño.  Cerré los ojos acurrucada aún en los brazos de mamá.  Alguien me llevó a una cama y soñé que al abrir mi regalo había aparecido una Barbie. Pero al despertar me encontré con la dura realidad.

Ese 25 de diciembre los adultos sugirieron que el almuerzo se realizara en La Marquesa, parque maravillosamente boscoso, donde hasta hoy alquilan caballos y hay explanadas para todo tipo de juegos, así como cabañas con chimenea y todo lo necesario para calentar o incluso cocinar la comida.  Así que en varios vehículos la gran familia se trasladó a La Marquesa, con el gran alborozo principalmente de los niños. 

En la camioneta donde iba, junto a mi abuelita y mi mamá, también estaba la afortunada primita que llevaba consigo la tan ansiada muñeca.

No la trataba bien, le jalaba el pelo, le movía sin cuidado los brazos y las piernas, le quitaba y ponía las zapatillas, le rompió sus lentes para el sol … yo la veía con recelo, pensando que esa Barbie merecía el magnífico trato que yo le daría … si fuera mía.

Me faltaba valor para pedir prestada esa muñeca, así es que solo la miraba.

Llegamos a La Marquesa; los adultos eligieron el Valle del Conejo para pernoctar. Al descender de los vehículos rápidamente nos vimos asediados por los hombres que rentan caballos, también ofrecían un pony para el chiquillo que quisiera pasear en su lomo.

Vi un potrillo muy hermoso que esperaba ser rentado; me acerqué y pude ver tristeza en sus bellos ojos a pesar de que era imponente; parecía bien tratado, pero su mirada era triste. Le dirigía palabras tiernas cuando de manera abrupta me separaron de aquel caballo pues la conexión entre ambos fue tan fuerte que el equino quiso acariciar mi cara con su enorme lengua.

Reímos mucho por ese incidente, disfrutando la comida, los postres y los juegos; mi estado de ánimo mejoraba, mas de cuando en cuando echaba un vistazo a mi prima y su muñeca.  Ella jugaba con una prima mayor y las vi alejarse del grupo familiar rumbo a un arroyo.  Las seguí y al acercarme escuché su conversación. La pequeña decía que estaba inconforme con su regalo, que ella quería un “kit” para elaborar pasteles y le había llegado esa “tonta muñeca”.

La prima mayor propuso desaparecer la fea muñequilla y nada mejor que la corriente del riachuelo para que se la llevara lejos, muy lejos.  Con esa desaparición, los papás de la pequeña tendrían que consolarla y ella pediría la estufa y horno que tanto ambicionaba.

Mis primas no se dieron cuenta (o no quisieron hacerlo) de que a poca distancia me encontraba yo que disimulaba buscar algo en el piso terregoso pero estaba al pendiente de sus acciones.

Llegaron a una colina de poca altura donde el agua del arroyo caía hacia el otro lado de esa elevación; podía escuchar el sonido del agua, me pareció que era una cascada.  Corrí hacia el sitio donde podría rescatar a Barbie, si es que su dueña se deshacía de ella.

Sí, era una pequeña cascada que permitía que el agua corriera más velozmente cuando se convertía otra vez en arroyo.  Vi a mi prima mayor arrojar la muñeca desde lo alto; vi a Barbie desaparecer en el torrente y reaparecer cerca de donde yo estaba.  En ese momento se oyeron gritos llamando a las niñas que se habían alejado de la cabaña y vi que en lo alto mis primas ya no estaban.  Fueron segundos preciosos que perdí para rescatar a Barbie.  La vi que flotaba boca arriba; pero ya estaba fuera de mi alcance, ese viaje la estaba desgastando, temí que perdiera su ropa o su larga cabellera, incluso podría perder sus brazos o piernas.  Corrí a lo largo del riachuelo que me parecía caudaloso. Seguí y seguí, sin perder de vista a la deseada muñeca.  Llegamos (Barbie y yo) a un trecho donde el agua se detenía un tanto y entonces me metí a lo que llamaría un estanque, con zapatos y calcetas; lo importante era rescatar el preciado juguete.

El fondo era lodoso y resbaladizo; por fortuna, el agua me llegaba a las rodillas, aunque estuve a punto de caer y por supuesto que mi ropa estaba mojada. Era un pantalón de mezclilla con un peto, llevaba un suéter también.

Cada vez que parecía podía alcanzar a Barbie, se me escapaba, llevada por la corriente que movía el agua. Pensé que eso era lo que la muñeca quería, al sentirse desechada. Se dejaría ir por ese riachuelo que seguramente llegaba a un río mayor y ese río tal vez la llevaría al Océano Pacífico o al Golfo de México; todo eso cavilaba mientras permanecía empapada en esa alberca natural con fondo de lodo que me hacía resbalar.

Hice un esfuerzo más y la alcancé; por fin Barbie estuvo en mi mano.  Con grandes trabajos regresé a la orilla; me senté muy contenta en la tierra, revisé los estragos que sufría Barbie. Pronto oí los gritos de los familiares que habían venido a buscarme.

Después de la alegría de haberme encontrado, empezaron los regaños por mi imprudencia … “¿cómo se te ocurre escaparte?”, ¿no sabes que tu madre está angustiadísima?”, “¿cómo es que estás hecha un desastre”?, “¿te metiste o te caíste al agua?”, ¿qué tal si te hubieras ahogado?”, “¿por qué tienes la muñeca de tu prima?”.

Me di cuenta que estaba en riesgo de ser castigada de muchas maneras; desde una “pela”, hasta dejarme sin “Reyes”.  Pero lo que más me importaba es que había salvado a la maltrecha Barbie, quien había perdido sus pulseras y zapatillas. Sentí que tenía derechos sobre ella. Contaría a los mayores lo sucedido y la muñeca sería mía, por siempre.

En la cabaña me retiraron la ropa, zapatos y calcetas mojadas, todo sucio por el lodo; fui cubierta con frazadas.  Recibí un masaje con alcohol y me acercaron al fuego de la chimenea. Nunca solté a Barbie de mis manos pero la prima mayor, quien había arrojado a Barbie al riachuelo, vino hacia mí y me la arrebató. Se la devolvió a la pequeña quien me miraba desconcertada.  Dijeron que “por accidente” se les había caído la muñeca y que no sabían cómo había llegado a mí.

Creí que habían apagado la luz pues todo lo veía negro. No supe más de mí. Hice un viaje a un mundo desconocido; sentía mucho calor, después mucho frío, veía unos pequeños autos de carreras que circulaban a toda velocidad por las paredes; estaba delirando. Oía gente rumorando, sin entender lo que decían; otras veces escuchaba el silencio.

Desperté en una habitación de hospital, con paredes blancas y alba ropa de cama.  Vi el rostro sonriente de mi mamá; ella dijo, “despertaste”. Pregunté por qué estábamos ahí … “tuviste mucha fiebre y temimos que te deshidrataras, pero ahora estás bien, solo te faltaba despertar”.  Creí que había estado enferma varios días; ¡no, no!, solo habían sido 24 horas y aún estábamos en la semana de la Navidad.

Mi madre me contó que mis primas, al verme caer en cama, habían confesado que arrojaron la muñeca al riachuelo y que -de alguna manera- yo la había rescatado.
Recordé mis peripecias y quise refugiarme en los brazos de mi mamá pero del lado derecho me lo impidieron las conexiones del suero y del lado izquierdo, una pequeña muñeca se deslizó sobre las sábanas blancas … era Barbie, restaurada en toda su belleza pues mi mamá le había comprado un nuevo vestido, arreglado el cabello, repuesto sus zapatillas y agregado un lindo bolso de mano.

Le dije a mami que reharía mi cartita a los Reyes Magos …; con las mamás no hay que extenderse en explicaciones, creo que ellas entienden bien los por qué, pero eso sí, muy seria me dijo que no haría falta esa carta, porque no habría “Reyes” para mí por el susto que les había dado.

Mi madre volvió a sonreír y fue entonces que me pidió que le platicara, lo que ella adivinaba era mi aventura completa, con lujo de detalles, de cómo rescaté esa muñeca que su antigua dueña me había donado y al fin fue mía desde esa Navidad.

Cony Ureña
Diciembre de 2015


sábado, 26 de septiembre de 2015

8 - ASÍ TE CUENTO DE SER SECRETARIA




En el presente, cuando veo a una joven de 15 años, la miro tan niña, tan inexperta, tan necesitada aún de la protección familiar y recuerdo que a esa edad empecé a trabajar como secretaria; pero en aquel entonces “me sentía grande”, de mayor edad, tal vez por el maquillaje, la ropa, los zapatos de tacón alto, el peinado y las medias.

Me había graduado como secretaria en español. Al inicio de mi búsqueda de empleo recibí varios rechazos, inclusive desengaños pero al fin, un mes de febrero fui aceptada en una asociación como secretaria del gerente. Empecé a conocer el mundo de los oficinistas, las carreras de las mañanas para llegar a tiempo, las labores desconocidas que había que aprender, la atención al jefe, a los visitantes, los teléfonos, la interacción con los compañeros de trabajo y un sinnúmero de etcéteras.

En ese primer empleo destaqué y pronto me di cuenta que podría ascender a gestor ante una oficina gubernamental. Me armé de valor y con el respaldo de mi jefe directo fui a hablar con el director general para solicitarle la oportunidad de mi interés.  Él era un hombre muy alto y corpulento, mal encarado. Era la primera vez que le hablaba directamente.  Me miró después de haber hecho mi propuesta; sonrió y me dijo que pensaba que las mujeres aún deberíamos estar en casa porque creía en el refrán “las mujeres solo son buenas para el metate y el petate”.  (El metate es un utensilio de piedra en donde se muelen ciertos ingredientes de los alimentos; el petate es la cama de los muy pobres).

Con esas palabras salvajes creí que debía salir de su oficina inmediatamente, pero el director añadió:  “viendo el valor que has tenido al pedirme esto, está bien, tuyo es el puesto; tomando en cuenta que al primer error que cometas, te vas”.

Realicé un buen trabajo pues me esforzaba por cumplir todo rápidamente, bien hecho todo y de buen modo.

Mis horizontes se habían ampliado y a los dos años busqué otro empleo que quedara más cerca de la casa de mis padres, ya que la asociación se había mudado al sur de la ciudad.

Un sábado conocí al director de ventas de una compañía de iluminación. Era un ingeniero de grata presencia. Le simpaticé y me agendó una cita con su jefe, el dueño de la empresa.  Este otro ingeniero me dictó varias cartas, revisó mi taquigrafía, vigiló mi mecanografía, observó mi ortografía y me contrató.

Ahí conocí a Laura, ella me enseñó a trabajar más limpiamente, a ser ordenada, a anotar todas las instrucciones que recibía y a ser muy honesta, porque entre mis deberes estaba llevar “la caja chica” de los gastos de jefes y empleados. Recuerdo que me dijo, “no te debe faltar ni sobrar dinero”, “los fondos de la empresa, son sagrados”.

Al paso del tiempo me convertí en jefa de la recepción de pedidos, título rimbombante para un departamento de una sola persona, pero que interaccionaba con el de producción, el de embarques y sobre todo con los vendedores.

Seguía bajo las órdenes de mi primer jefe en esa empresa. Un día él me preguntó si no iba yo a seguir estudiando; le dije que tal vez, pero no sabía cuándo. Mi jefe era miembro del patronato de una exclusiva academia para secretarias; me ofreció una beca y todas las facilidades para estudiar hasta conseguir el título de secretaria ejecutiva bilingüe.

Recuerdo que el transporte escolar pasaba por mí a las 06.30, llegaba a la academia a las 07.00, asistía a las clases que terminaban a las 12.30. Comía apresuradamente y me iba a trabajar de 13.30 a 20.00 horas.

Al llegar a la oficina escuchaba los mensajes grabados en mi ausencia, elaboraba los pedidos recibidos, atendía las quejas de los clientes y sobre todo atendía a los vendedores.

A las 9.00pm estaba ya en mi casa, lista para hacer las tareas de la escuela. Usualmente me iba a dormir a las 0.00 horas. Estos horarios eran de lunes a jueves porque los viernes podía desvelarme más en caso de algún compromiso para divertirme. Aún ahora me sorprende la energía que derrochaba.

Me gradué con honores. Mi jefe y compañeros de trabajo me acompañaron a la recepción de mi título. Estuve muy contenta al sentirme centro de atención y ser felicitada por también la buena noticia de que mi salario se incrementaba, pues recibiría comisión por las ventas que se realizaran.

Pronto tuve una auxiliar y el departamento a mi cargo florecía y prosperaba.

En esos días era novia de un joven estadounidense quien vivió varios meses en México y después se instaló en Austin, Texas.  Venía dos veces al año a visitarme y yo iba a Austin otras tantas.  Viajamos mucho, pero yo no tenía tantas vacaciones, así que los permisos para ausentarme de mi empleo se fueron complicando al tal grado que tuve que renunciar, después de cinco años en esa empresa.

Mi novio estaba por graduarse como Attorney at Law y “casualmente”, mi siguiente empleo fue en una empresa de abogados, como titular del staff secretarial. Fue un empleo tranquilo, sin grandes responsabilidades pero también sin un buen sueldo; así, después de dos años emigré a otra empresa como secretaria del director de finanzas quien resultó ser un hombre muy exigente y rudo, pero con él pulí mis conocimientos del inglés, mi rapidez en la máquina de escribir y mi tolerancia a los malos tratos lo cual se compensaba con un buen sueldo, prestaciones institucionales altas y compañeros que se convirtieron en amistades de toda la vida.
Sin embargo, algo sobrepasó mi tolerancia. Fue una falta de sensibilidad de dicho jefe ante el fallecimiento de uno de mis hermanos.  Renuncié, pero el jefe del jefe no permitió mi salida y me convertí en la segunda secretaria de la presidencia de esa empresa paraestatal.

En esa posición practicaba aún más el inglés y era la “young lady” a quien se le tenían grandes consideraciones.

Lamentablemente, tenía aún que tratar con el antiguo jefe y este me molestaba cada vez que podía. Así que opté por buscar otro empleo.

Ingresé a una empresa de ensueño; era la época en la que México estaba “administrando la bonanza petrolera”. Mis nuevos jefes eran los magnates de la exploración en el Golfo de Campeche.  Mi desempeño ahí fue valorado, así como gratificado en reconocimientos y premios.

Pero, los sueños tienen un despertar y tanto para mi país como para la empresa donde laboraba, el derrumbe fue estrepitoso.  Mi jefe me ofreció una liquidación antes de que la compañía se declarara en bancarrota. Acepté.

En esa época, mi relación con el abogado norteamericano había pasado a la historia y ahora salía con un hombre mayor, viudo, padre de un hijo y de nacionalidad alemana. Con él viajé a su país y a otras ciudades europeas. Nuestra relación fue de casi 10 años.  Nunca nos casamos, cada uno vivía en su casa, pero la comunicación era muy estrecha.

Después de regresar de Europa, ingresé al centro de estudios económicos de un organismo empresarial. Mi nuevo jefe era un economista, reconocido como un genio de las matemáticas y la economía, desde luego. Creo que fue una gran época laboral porque los economistas son gente realmente amigables, solidarios; en una palabra, afables. Guardo bellos recuerdos y conservo amistades extraordinarias de ese empleo.

En esos días me hice socia de un Consejo de secretarias. Mi jefe me alentaba para alcanzar la presidencia de ese grupo, algo que conseguiría más adelante.

Pero no todo es para siempre. Sucedió una verdadera desgracia, mi joven jefe falleció en su domicilio, víctima de un sujeto desconocido que entró para robar.

Como las autoridades investigaron el homicidio, fui llamada a declarar. Buscaban al culpable.  No tenían ni la menor idea por dónde empezar y al parecer hasta los empleados éramos sospechosos.  Una tarde me llamaron a la estación de policía, me entrevistaron en un pequeño cuarto, con una luz que iluminaba fuertemente mi cara. Recuerdo que el agente comentó, “las secretarias son las tapaderas de los jefes”. 

Como personaje público, se había hecho saber que mi jefe había fallecido de un ataque cardíaco, pero al capturar al culpable, todo salió a la luz. Fue un gran escándalo. Fueron días muy amargos, superados solo por el respaldo del director general del organismo y de los subalternos de mi jefe. 

Ahora bien, ¿cuándo sucedió mi cambio? Hasta ese momento estuve siempre sonriente y era conocida por mi alegría. Sin embargo, a raíz de los funestos acontecimientos, empecé a sonreír cada vez menos, tanto por la amenaza de que el nuevo jefe traería a su gente, como por la experiencia desagradable con los detectives.

El nuevo jefe, un doctor en economía, era conocido por “su piel delicada”; además empecé a suplir a las secretarias de la presidencia de ese organismo empresarial. El trabajo era muy interesante pero en realidad tenía dos obligaciones que cumplir y un solo sueldo, mas todo lo realizaba bien y era reconocida mi labor aunque, repito, no se reflejaba en mi salario.

En el centro de estudios económicos también cayó una especie de sombra; varios empleados fueron despedidos; la gente bonita empezó a escasear y yo, iba y venía del centro a la presidencia y de esta al centro.

Soy injusta al decir que la gente bonita ya no estaba; fue sustituida por personal también muy agradable, sobre todo cuando el doctor renunció y fue ascendido un economista singular.  El ambiente mejoró muchísimo, el centro volvió por sus fueros y todos estuvimos trabajando mucho mejor.

El director general del organismo empresarial fue despedido y en su lugar nombraron a mi jefe quien me pidió acompañarlo en su nueva posición. Todo parecía miel sobre hojuelas.  El ascenso fue muy favorecedor y por esos días recibí uno de los más altos reconocimientos a mi labor, tanto en especie como en diplomas.

Fue la época en que contraje matrimonio y me sentía realmente bien; amaba mi trabajo, tenía magníficos compañeros, recibía el mejor de los tratos de todos los jefes pero algo sucedió … el joven y brillante director general de ese organismo, falleció en un accidente automovilístico.

Vino un nuevo presidente del organismo empresarial, con ideas nefastas para los empleados de la institución.  Despidió a la gente que tenía más años de servicio, desapareció centros de estudios, regaló el contenido de la biblioteca, considerada un tesoro prácticamente nacional y otros etcéteras desagradables.

Para mí habían pasado cerca de 17 años de servicio cuando salí de ese amado organismo.  Creí que por lo reconocida que era, no tardaría en encontrar otra posición, lo cual tardó cinco largos meses durante los cuales recibí varios rechazos.

Ya no era la joven que asistía a una entrevista de trabajo y era contratada enseguida. Comprendí el significado de la frase “nosotros le llamamos”.

Una mañana me entrevistó un empresario bastante mayor, conocido por su fuerte carácter e hiperactividad. Me contrató sin decirme que trabajaría también para uno de sus hijos y llevaría gran parte de la administración de su oficina.

Fueron nueve años difíciles. Pero amaba mi trabajo, a pesar de todo, lo amaba. Sabía lo duro que es no tener un empleo y valoraba enormemente esa nueva oportunidad.

Poco a poco fui ganando el respeto de mi jefe, de su esposa y de los doce hijos de ambos. Todos eran jefes, todos solicitaban un trabajo especial, además de que yo atendía un pequeño conmutador, abría la puerta, atendía a los visitantes, llevaba agendas, etc., etc.

Aún con el respeto que me tenían, en varias ocasiones escuché gritos, regaños fuera de lugar y el castigo injusto a mi salario.

Pero no todo fue negativo. A través del trato telefónico, conocí a personas maravillosas. Dios compensó mis esfuerzos mediante este obsequio de vida que valoro infinitamente.  

Volviendo a lo profesional, en México, varias de las profesiones ejercidas por mujeres, no son valoradas en absoluto.  Secretarias, peinadoras, meseras, bailarinas, entre otras muchas, son tratadas con menosprecio.  Aún falta mucho por hacer, empezando -por ejemplo- el que muchas secretarias prefieren ser llamadas asistentes y el que muchas peinadoras se dicen estilistas.

En el consejo empresarial, un jefe dijo acertadamente que la secretaria es la “guardiana de los secretos” y asistente es quien asiste a alguien en los últimos momentos de su vida … ¡mira nada más!

Respecto a mi último empleo, pocas eran las ocasiones que me permitían sonreír, inclusive tuve un problema con mi jefe directo porque una vez le sonreí. ¡Imagínate!

Varias personas me dijeron que mi carga de trabajo crecía y crecía porque yo absorbía las responsabilidades que me endilgaban mis jefes (porque ya sabes que no era uno solo).  Incluso asistí a diplomados sobre administración para manejar adecuadamente mis labores.

Y sí, es cierto, no sabía decir que no y cada vez tenía a mi cargo más tareas, hasta que un día dije que no y me pidieron mi renuncia.

Fue una negociación difícil el conseguir una liquidación conveniente para mí. El contador me ayudó a negociar un 85% de lo que me correspondía. Accedí y el día en que me dieron un cheque, salí de esa oficina que, a pesar de todo, tanto amé.

Supe que en mi lugar fueron llamadas tres personas para realizar las tareas que llevé sola por mucho tiempo. Que la oficina cayó en caos y los disgustos no se hicieron esperar.

Fui llamada para regresar. Había aprendido a decir no. Ahora gozo de una tranquilidad por tantos años perdida, me siento libre, contenta y satisfecha de haber salido de esa última oficina.

Ahora recuerdo lo sucedido en mi último empleo como anécdotas que me hacen reír, pero que en su momento, algunas me llenaron de angustia.

Acepté a colaborar con mi antiguo jefe como traductora de la fundación que también creó con mi colaboración en el tiempo que trabajaba para él. “La señora milagritos” (así me llamaba mi exjefe, sin que yo lo supiera), regresó por la puerta grande.  Desde hace un año, apoyo con traducciones, soy bien tratada y respetada por el personal de la fundación y también por mi antiguo jefe.  Asisto a reuniones institucionales en las que soy presentada como la maestra traductora y me quedo con un sabor de boca muy agradable.

Tengo entre mis recuerdos la enorme satisfacción de haber presidido un Consejo secretarial, haber instruido a secretarias recién egresadas, tanto en congresos como en salones de clase; haber recibido reconocimientos compensatorios a mis esfuerzos, haber sido animada para continuar aprendiendo acerca de mi profesión, de cuestiones administrativas y de traducción. Me siento contenta de haber entregado lo mejor de mí misma en mis diferentes empleos y ser bien recordada por ello.

Hace poco, en una reunión con empresarios, al estar sentada al lado de un prominente emprendedor, se inició entre ambos una interesante conversación sobre varios tópicos. Él sabía de mi actual labor como traductora de la mencionada fundación. La plática fue interrumpida por una llamada de su secretaria, él frunció el ceño, dijo algo desagradable a ella, colgó y me comentó que, según él, “las secretarias están un peldaño abajo en cuanto a conocimientos e iniciativa, que era lamentable que señoras y señoritas que antes eran sirvientas, ahora fueran secretarias” … notó mi sonrisa ante sus afirmaciones y dijo que lo bueno es que yo soy traductora, a lo que le contesté amablemente, “sí, ahora soy traductora, pero con mucho orgullo le comento que por cerca de cuarenta años fui secretaria, ¡a mucha honra!”.





miércoles, 12 de agosto de 2015

7 - ASI TE CUENTO DE MI PRIMERA GATITA






Su tamaño era tan chiquito cuando la encontré. Estaba por abrir sus ojos y se encontraba desvalida en la entrada de un edificio abandonado.  La primera noche en su nueva casa durmió dentro de un zapato mío, es que era tan pequeñita … no es  que calce yo muy grande, ¡eh!

La llamé “Juanita”, la alimenté con un biberón de juguete que llené con leche y al día siguiente le compré croquetas y arena para su toilet.  Cuando abrió los ojos por completo, en su mirada vi el amor.  De allí en adelante, en momentos especiales me regalaba esa mirada, que me indicaba cuán grande era lo que sentía por mi. La verdad es que más de una vez lloré al mirar la profundidad de sus ojos dorados y ver la pureza de un alma.

Creció, entró en celo, se marchó de casa una noche y regresó apaciguada. Dedicó los días siguientes a comer y dormir, no sin antes hacer otras de sus varias travesuras. Uno de sus “ejercicios” era correr por el pasillo, llegar hasta una larga planta que adornaba nuestro departamento y subir por el frágil tronco, que apenas aguantaba el peso de mi felina, pero al llegar a la punta se venían las dos abajo, causando que la tierra de la maceta se derramara en el piso. Igual hacía con las cortinas de las ventanas; ya sabes, correr, subirlas “de volada” y bajar velozmente bien agarrada de la tela con las uñas, desgarrando todo …

Tuvo varios partos. Todos sus bebés fueron preciosos; solo dos por evento. Por fortuna los pude colocar en hogares donde fueron bien recibidos.

Su primer parto fue especial porque ni ella ni yo sabíamos qué iba a pasar. Inició la labor maullando y ronroneando; la acompañé, acariciándola y hablando con ella para alentarla; su mirada era interrogante.  Vi su destreza al cortar el cordón umbilical, al “bañar” a su bebé, al colocarlo en la cama que había yo preparado para ese fin.  Me di cuenta de la sabiduría de la naturaleza porque al nacer el primer crío, mi gatita tuvo el tiempo necesario para atenderlo antes de la llegada del segundo, atender a este y hasta después nació el tercero.  Al final, la nueva mamá se colocó para que sus críos comieran. Ronroneaba plácidamente y por fin pudo dormir … habían pasado casi siete horas.

El último parto también fue único. Inició por la mañana cuando me iba  a trabajar. Como ya mi gatita había tenido otros partos solo la metí a su caja preparada para la ocasión y me fui. Regresé por la noche y juanita seguía en la labor, se veía exhausta, el crío no acababa de salir, solo se asomaban unas patitas.  Me fui corriendo con mi gatita al veterinario … operación cesárea fue la indicación … “quién sabe si el crío esté vivo” … cuando escuché el llanto de un gato recién nacido, ¡qué alegría!  Los dos estaban sanos y salvos.

Esa noche alimenté al bebé. Juanita estaba aún aletargada por la anestesia y cuando despertó no reconoció que había vuelto a ser madre y veía a su crío como a un extraño.  No lo alimentó, pero me encargué de que el bebé viviera, cobijándolo  y dándole calor con la luz de una lámpara, además de darle biberón con leche tibia.

Durante mis ausencias lamenté dejarla sola. Disponía recipientes de comida colocados estratégicamente porque si le dejaba uno solo con muchas croquetas, ella no comía. Se daba cuenta que mi viaje sería de varios días. A mi regreso me recibía con una serie diferente de maullidos, como reclamándome, como contándome lo que había sucedido en los días de su soledad. “ me pedía” que la cargara y no quería apartarse de mí.

Pocas veces enfermó en su larga vida de más de dieciseis años. Solo en dos ocasiones corrimos a consultar al veterinario … aparte del parto mencionado,  un día su estómago estaba muy mal. En la sala de espera me sentía impaciente y al fin llamaron por mi nombre.  El vet auscultaba a su peluda paciente y la llamaba cariñosamente “Cony Ureña”; aclaré que yo era Cony y mi gata “Juanita”.  Reímos mucho por la confusión causada por mí porque en la recepción preguntaron su nombre y yo había informado el mío. Ese vet me contó que no era raro que los dueños de mascotas las llamaran con nombre y apellido. Él mismo atendía a un perro llamado “Benito Mussolini”.

Tuve ciertas dificultades debido al nombre de mi gatita. Una compañera de trabajo me dijo que era un pecado llamar a un animal con un nombre humano.  En un grupo de colegas, había una joven llamada Juanita y cuando ese grupo me visitó en casa, tuve el cuidado de no mencionar que mi minina se llamaba así.

Una vecina comentó que Juanita viviría muchísimo porque era bien alimentada, bien tratada, vacunada a tiempo y consentida.  La verdad es que yo me enfermé más ocasiones que juanita porque, por ejemplo, tuve una alergia facial. Una dermatóloga me recomendó dar en adopción a mi gatita. Eso era imposible, era una gata adulta que había vivido conmigo tantos años. Sabía que moriría si yo la entregaba a un asilo. Entonces le pedí a Juanita que no se acercara a mí y que no entrara a mi recámara. Ella obedeció. Aún ahora me parece increíble que guardara una distancia considerable porque siempre le gustó estar cerca de mí y solo volvió a acercarse cuando estuve curada de esa alergia.  Anteriormente, por sus correrías, se había empulgado. Rápidamente le compré un collar anti-pulgas. Durante el tiempo de su padecimiento, no se acercaba a mí, a pesar de su costumbre de acurrucarse a mi lado cuando leía un libro o revista.

Otra anécdota es que estuvo encargada en la casa de una hermana mía.  Cuando la entregué corrió a esconderse y sólo dejaba su escondite por las noches para comer y beber agua. Tuve una operación y la convalecencia fue en el hogar de dicha hermana.  Mi gatita no aparecía, a pesar de mis llamados; solo por la noche, cuando las luces estuvieron apagadas, subió a la cama y se acurrucó cerca de mis pies.

Recuerdo otra ocasión en que un sobrinito estuvo conmigo varios días. Él había conocido a mi mascota en otra visita, cuando ella apenas había venido a vivir en mi casa.  Mi sobrino preguntó por mi gatita, le contesté:  “mira, ahí está”. Él me contestó: “no tía, esa no es una gata, es un tigre”.  Pues sí, mi gata había crecido muchísimo y su pelaje era atigrado.

Después nos mudamos. Tardó tiempo para que mi felina se acostumbrara a nuestra nueva vida. No volvió a salir a la calle por sí misma. Me esperaba en el balcón y maullaba tímidamente cuando abría yo la puerta.

Al día siguiente de nuestra mudanza, al levantarme no la vi. La busqué por todo el nuevo apartamento … no aparecía. Las ventanas estaban cerradas, la puerta también, no estaba debajo de los muebles … casi lloré por su ausencia … hasta que la vi … estaba arriba del librero … había observado todas mis maniobras para encontrarla, pero no había respondido a mis llamados.

El tiempo pasó, juanita vivía ahora tranquila y feliz.  Sus días de juerga habían quedado atrás. Mas tenía en mis recuerdos cómo antes tenía calculada la hora de mi regreso pues siempre la encontraba dentro de nuestra casa, pero un día había tenido un retardo.  Al terminar de estacionar el auto me di cuenta que en la esquina venía juanita a toda velocidad; entró al edificio por un espacio pequeño y debió subir apresuradamente la escalera hasta el  piso donde vivíamos. Sin embargo, la encontré cerca de nuestra puerta, acicalándose como si hubiera estado esperando ahí largo tiempo. 

Ah, a ver qué te parece este otro recuerdo, cuando acababa de parir otros dos críos, llegué a casa al no acostumbrado mediodía.  Encontré a juanita instalada en mi cama tomando en sol, como en la playa, acompañada por sus crías.  Se sorprendió muchísimo y desocupó mi cama con gran rapidez; maullándole a sus hijos como reprendiéndolos por estar ocupando un espacio que no era de ellos.

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que juanita me amaba. Lo podía ver en su mirada color de oro.  Sí, si alguien me ha mirado con tanto amor esa fue gatita.  Por eso la disculpé de sus muchas travesuras, como romper la cortina del baño, desgarrar el papel sanitario, jugar con mis medias, recostarse en la ropa limpia, beber leche de mi vaso y de mi yogurth tan pronto me descuidaba, romper objetos valiosos y otras innumerables pillerías.

En la mañana le servía su alimento, cambiaba el agua que bebería y limpiaba su arenero.  Al salir, la miraba y me despedía … muchas veces vi un rastro de tristeza en su hermosa carita.

A mi regreso, al abrir la puerta ella estaba esperándome. Caminaba delante de mí hacia la cocina, directo al rincón donde estaba su plato.  Le servía croquetas y atún para mininos. La acompañaba durante su merienda. Le hablaba y ella ronroneaba. Subía el volumen de su ronroneo o masticaba más fuerte su alimento cuando la elogiaba, diciéndole que era la gata más bonita, más educada y más cariñosa.  Creerás que estaba loca por juanita, porque también le cantaba una canción ranchera y le silbaba.  Ella parecía apreciar mis locuras.

Y creo que le contagiaba mi locura porque a la hora de mi cena, juanita, invariablemente, empezaba a correr por toda la casa. Subía a los muebles, patinaba sobre el piso y trataba de esconderse debajo de un sofá; casi siempre lo conseguía, solo que su cola quedaba a la vista.  Después de su maratón, iba a su camita y observaba mi ritual para irme a dormir.  Tenía que caminar con precaución porque sorpresivamente juanita me mordía levemente un tobillo, entonces empezaba el juego de perseguirla, alcanzarla y “boxear” con ella algunos minutos, nunca los suficientes para mi gatita, quien ronroneaba de placer.

¡oh sí!, ya en esta casa trató un día de escapar.  Al salir para irme a trabajar, ella corrió por el pasillo. Le grité, “alto ahí, ¿a dónde cree que va usted?”; juanita regresó y entró a la casa; en lo que cerraba con llave, me di cuenta que mi vecino del 204, estaba como congelado porque creyó que mi grito se lo había dirigido a él … ya comprenderás cuánto nos reímos.

Me preguntas por qué no la esterilizaron y tuvo cinco partos.  Fue inconsciencia mía.  Pero mira, cuando nacían sus hijitos ella los alimentaba y educaba. Sí, así como te digo, los educaba, llevándolos al arenero, por ejemplo; al crecer jugaba con ellos pero si le pedía que me dejaran dormir, se tranquilizaban y dormían.  Al empezar los críos a comer por su cuenta, los colocaba con otras personas, aun cuando juanita los echaba mucho de menos y sufríamos las dos, pero no podíamos quedarnos con los gatitos.  Pasaban pocos días y cuando juanita y cuando ya no tenía leche, volvía a escaparse.  En menos de lo que te platico, estaba nuevamente embarazada. Tantos partos dejaron huella en su abdomen. Una amiga me dijo que juanita “debería haber sido fajada” despúes de cada parto para que su barriga no estuviera colgando.

Un día viajé muy lejos. Contraté una persona que diariamente viniera a casa durante un mes a dar de comer a juanita y cambiar el agua de su cubeta. Porque era una cubeta de la que juanita bebía agua. Dejé abierta la puerta de la recámara, puesto que juanita dormía en una camita ahí instalada.
Fue un error el que le cerraran esa puerta a mi gatita. Cuando regresé la encontré flaquísima y enferma. Había pasado mucho frío y el veterinario dijo, “esta venerable anciana tiene pulmonía”.  Sufrió mucho y yo trataba de consolarla.  Ella me seguía con la mirada a todas partes de nuestro hogar con esos bellos ojos dorados y supe que la iba a perder.  Acordé con el veterinario que el sábado la llevaría al consultorio para la inyección final. El viernes traté de llegar pronto a casa pero el tráfico me lo impidió. Corrí a ver a mi gatita que tenía los pelos erizados. Maulló suavemente, ese era su saludo de siempre. Me miró con amor. La cargué y ella alargó su patita para tocarme. Su cuerpo deteriorado se estremeció entre mis brazos y falleció.  Solo me había estado esperando y se fue hasta que me dio su último maullido, su última mirada y su última caricia.

Siempre te estaré agradecida por tu paso en mi vida, ¡nunca te olvidaré, mi querida Juanita!

Cony Ureña
Agosto 2015


viernes, 29 de mayo de 2015

6 - O REI CANTANDO



DETALLES





COMO É GRANDE 
O MEU AMOR POR VOCÊ

                                 






5 - ASI TE CUENTO MI HISTORIA CON UN REY





Sí, aunque no lo creas, en mi vida ha existido una relación estrecha con un rey. Mis primeros recuerdos provienen de mi primera juventud y en lo nebuloso de mi memoria no distingo si el primer recuerdo es de cuando bailé con un chico Amada Amante, o fue cuando escuché “Namoradinha de um amigo meu”. De “Amada Amante” te puedo decir que hasta cierto punto fue un escándalo; ¿cómo un cantante romántico se atrevía a cantarle a su amante? Pero viniendo de un joven cantautor brasileño, se le disculpaba. ¿Ya te acuerdas? Aquello de introducir música de órgano en esta canción, era innovador; ¡se oye tan bello!

Esa voz suave tocaba mi corazón y ahora que me acuerdo, Enamorado de la Novia de un Amigo, la cantaba en portugués y bueno, en esos días la aprendí en ese bello idioma.  También, la canción “Quero me casar contigo”. Creo que nunca las grabó en español.

Por allá de 1972 una amiga me invitó al XV aniversario de la hija de un alcalde del Estado de México y fuimos hasta ese municipio de la periferia de la ciudad de México porque la cumpleañera había pedido como regalo a su papá que su cantante predilecto actuara en su fiesta.  Las mesas estaban colocadas muy cerca del improvisado escenario de un salón de fiestas. No recuerdo cómo se llamaba la festejada pero sí que terminada la cena aparecieron cinco músicos para tocar los acordes de las canciones del joven cantante que se presentó con un atuendo de piel en color negro, su camisa dejaba al descubierto parte de su pecho del que colgaba un deslumbrante medallón; enamoraba su largo cabello oscuro y ondulado, su sonrisa encantadora y su voz de terciopelo.  Admiré su estatura, su esbeltez y ¡sus piernas! Las jóvenes aplaudíamos a más no poder, le lanzábamos piropos y él, sí, él, sonreía, saludaba en español y su acento me parecía atrayente.

Cantó varias canciones y se acercó a la mesa de la festejada. No se cómo pero de pronto lo vi más de cerca mientras le cantaba a la quinceañera de quien ya podrás imaginar su alegría. ¿Cómo llegué a la mesa de honor? Es algo que jamás he podido explicarme.

El ídolo de la canción volvió al escenario pero sus interpretaciones empezaron a ser inaudibles por el griterío de las mujeres que nos encontrábamos ahí; solo gritábamos, porque ninguna nos atrevimos a subir al escenario, aunque puedo jurar que lo hubiéramos hecho si no nos lo hubieran impedido las buenas costumbres que en esos días prevalecían y no teníamos el valor de romper.

Al anunciar su despedida, las mujeres gritamos “no te vayas”; él replicó que le gustaría quedarse en México y no se cómo salió de mi garganta un potente “quédate conmigo”. El me miró y me dedicó la más amplia sonrisa de esa noche.  Tú que me conoces, sabes que nunca he tenido una voz fuerte, más bien hablo bajito … pero el grito de esa ocasión salió de mi alma.

No, no te rías; ya se que ahora suena alocado mi comportamiento, pero recuerda que estaba saliendo de la adolescencia.  Y así como tú, la amiga que me invitó a esa inolvidable velada, me dijo que le sorprendía mi transfiguración, jajajajajaja.  De ser una seriecita, había pasado a ser una fan prácticamente delirante. Creo que esa noche no pude dormir.

Me torné incondicional de ese cantante maravilloso; hasta mucho después supe que en esa época él ya estaba casado y tenía una hija llamada Lulu. Pero lo que me impresionaba eran sus canciones en español como “Detalles” y “La Distancia”. Mira, guardo este LP de acetato que es una reliquia.  Escuchaba y escuchaba esas canciones y las escribía para después cantármelas a mí misma.

Ya sabes que los mexicanos creemos que nuestro país es la plataforma de lanzamiento para los artistas extranjeros. Me parece que en el caso de él no es así, este gran cantautor ya era un ícono en su patria, así como en Argentina y Chile. Sus canciones habían traspasado fronteras, además cuando él llegó a México su fama estaba más que cimentada por el programa Jovem Guarda y muchísimos éxitos en radio, televisión, cine, presentaciones personales e incluso había ganado en 1968 el prestigiado Festival de San Remo (Italia).

Ahora comprendo y admiro su humildad porque en un principio no se presentó en los magnos escenarios, sino en lugares modestos, lo que fue la base de su grandeza porque pronto se ubicó como el número uno de la llamada Ola Brasileña.

Pasaron algunos años y solo de vez en cuando escuchaba noticias de él o nuevas canciones en español, que nos llegaban con atraso, precisamente por aquello de la traducción. Entre las que con particular cariño recuerdo, están El Gato en la Oscuridad, Propuesta, Cama y Mesa, ¿Qué Será de Ti?, Si el Amor se Va, Cóncavo y Convexo, La Montaña, Amigo, Jesús Cristo, Un Millón de Amigos … que hasta hoy oigo con deleite.

Quedaron atrás los días de él con sus cinco músicos, porque después fueron tantos que formaban una verdadera sinfónica, que un día impresionó a un gran cantante estadounidense.  Son muchos los músicos originales que hasta nuestros días lo acompañan, aunque en menor número por el  avance tecnológico, más la adición de un caballero y dos damas coristas.

A fines de los setenta, volví a entusiasmarme con él porque seleccionaron Amigo para cantársela a Juan Pablo II en su primera visita a México. Todos la cantábamos y en mí renacía la sensación de tener “mariposas en el estómago” al recordar lo cerca que había estado de ese cantante, algo que había platicado a mis hermanas quienes por su propia cuenta se convirtieron en fans de él y por ello tengo una sobrina Carla (27 años) y dos sobrinos segundos, Carlitos (9 años) y Roberto (3 meses).

Mas lo fui olvidando hasta hace relativamente pocos años en que anunció su retorno a México, después de una larguísima ausencia. Era indispensable que mis hermanas y yo asistiéramos a su concierto; así que compramos los boletos y me vi sorprendida por el culto, la devoción y fidelidad que mis hermanas le profesaban; me habían superado.

Mi hermana Tere me prestó artículos periodísticos que había recopilado acuciosamente. Por estos me enteré de los matrimonios de mi ídolo, de la sensible pérdida de su última esposa y creo la más amada, María Rita; así como su trastorno conductual que lo obligaba a vestirse de azul y blanco, entre otros “detalles”.  Creo que está dado de alta en el presente porque recién lo vi en la tele vestido con un traje convencional color gris, camisa blanca y corbata de colores. Recibió el mayor reconocimiento a un artista latino y dio las gracias, diciendo que era un honor para él … siempre modesto y lleno de nobleza.  La crema y nata de los artistas latinos lo aplaudieron de pie.

Volviendo a Tere, esta hermanita me platicó el conflicto que ella tuvo con su esposo porque un día les dijo a sus hijos, mostrándoles un periódico, “miren, este es su verdadero padre”.  Más adelante, uno de mis sobrinos se lo dijo a su papá y ya imaginarás la que se armó.

Por fin llegó el día tan ansiosamente esperado. Me percaté del tiempo que había pasado porque para grabar el concierto estaba la camioneta de la radiodifusora “El Fonógrafo, música ligada a su recuerdo”; estación dedicada a los éxitos de antaño. Sí, había pasado mucho tiempo.

En el concierto sentí algo que no logro describir. El conservaba su romántica suave voz y las canciones, muchas desconocidas por mí, eran “cantadas” por una audiencia de 10,000 fanáticos que abarrotaban nuestro máximo escenario musical.  Escuché por primera vez Emociones, Desahogo, Mujer Pequeña, Lady Laura,  El Día que me Quieras y desde luego las que me trajeron bellos recuerdos. Y habló con su público en español, con su encantador  acento brasileño que me fascinó desde aquella ya lejana e imborrable noche de principios de los setenta.

Al final, nos arremolinamos ante el gran escenario para recibir una rosa, obsequio de él; volví a verlo relativamente cerca. Había cambiado, tanto como yo misma había cambiado. Lo vi como todo un caballero, vestido impecablemente, con su cabello lacio y su carita con arrugas; pero eso sí, lo vi muy guapo.

Miré los rostros de mis hermanitas, así como las de todas y todos sus fans, llenas de emoción hasta las lágrimas. Estoy segura que como yo, deseaban que el concierto nunca terminara.

Al salir del Auditorio Nacional, las hermanas compramos souvenirs creyendo que con estos nos llevábamos un pedacito de nuestro ídolo. Compartimos nuestros sentires y supe, por ejemplo, que una sintió un cosquilleo particular en sus piernas, que la inmovilizó; otra sintió que su corazón latía más de prisa, otra no podía articular palabra, y yo … ¿qué te puedo decir?  También las hermanas discutimos sobre quién lo amaba más y bueno, más o menos, llegamos al acuerdo de que una es la namoradinha, otra es la amante y otra la amiga. Así, nos ilusionamos con la idea de rendirle un tributo a este ser que tanta alegría y romanticismo ha dado a nuestras vidas y … ¡a esperarlo hasta su próxima visita a México! Por fortuna, hemos asistido a todos sus conciertos aquí y últimamente hemos estado acompañadas de la segunda generación de incondicionales de este fascinante artista.

Después del primer concierto se despertó en mí el interés por saber qué había sido de su vida, así que por Internet me inscribí a su página oficial, para estar al tanto de sus actividades artísticas y leí muchos artículos acerca de él. Me enteré que existió una biografía no autorizada y la “bajé”, imprimiendo poco a poco las más de 600 páginas escritas en portugués que leí con gran entusiasmo. Así supe de su niñez, su adolescencia, su inicio azaroso en el mundo artístico, sus primeros éxitos, la historia de sus canciones, el entorno en que las escribió, sus “parcerías”, sus giras, sus triunfos, sus amores, sus matrimonios, sus hijos, sus amistades, su familia y un sinnúmero de etcéteras. 

Por ejemplo, de su infancia quedé prendada del niño que cantaba para las visitas escondido detrás de una puerta y después, cuando ganó un concurso radial cuyo premio consistió en una bolsa de “balas” (en ese momento no sabía yo que eran dulces). Conmovida por el accidente que sufrió, lo admiré todavía más porque logró triunfar a pesar de todo. Y así paso a paso, absorbí la tremenda recopilación de lo investigado ¡durante 16 años! por un gran fan.

En 2009, tuve la enorme fortuna de visitar Río de Janeiro y platiqué mucho de él con mi amiga María Claudia, una bellísima carioca quien me comentó que su mamá era también fan.  Conocí a la linda señora Odeneide quien me platicó largamente de nuestro cantante predilecto. Antes de casarse trabajó en una empresa relacionada con la música donde lo conoció y él le mostró mucho interés. Me enseñó una fotografía con él en medio de dos hermosas jóvenes. El miraba a una Odeneide en plenitud de belleza y simpatía. Por casualidad, él vestía un atuendo de piel color negro cuya camisa dejaba ver aquel medallón, tan conocido por mí. De igual forma, lucía esa larga cabellera oscura y ondulada. Así que coincidimos en que ese encuentro fue en la misma época en que yo también lo conocí.

Creo que esa foto quedó gastada de tanto que la miré; observé cada detalle y aún me impresiona la mirada de él hacia Odeneide quien nuevamente lo vió años más tarde en un concierto; ella esperaba ya a María Claudia en su vientre. El cantó con singular sentimiento Te ves tan Linda (esperando un bebé), que públicamente le dedicó a ella.

Mira, tengo un escaneo de esa foto. ¡Observa la mirada de él a Odeneide!

Ah, uno de los más grandes elogios que he recibido es que alguien me dijera que pocas extranjeras saben tanto como yo acerca de él, nombrado mi novio por mi gran amiga y hermana espiritual, Kao, una preciosa mineira. Ambas reímos porque a la vez de novio mío, ¡también es mi cuñado!

Ah, se que muchas personas -si leen mi historia, tendrán muchísimo que agregar-. Comprendo que solo soy una más de sus millones de fans, que sus contemporáneos brasileños y extranjeros, tendrán mucho más que decir y cada uno observará los faltantes en mi relato y habrá quienes recuerden que tal o cual canción de O Rei, ha marcado un momento inolvidable en sus vidas.

Y fue precisamente en Brasil donde confirmé que él sigue siendo O Rei; título que el público le otorgó  desde los años de la Jovem Guarda y que conserva merecida y majestuosamente.  Entre la multitud de detalles que de él retengo en mi memoria, sé que es el cantante de América Latina que más discos ha vendido mundialmente; que a donde quiera que va, dentro y fuera de Brasil, la gente lo admira y lo respeta. Sus CD’s y DVD’s son un verdadero tesoro para quienes nos deleitamos con sus bellas interpretaciones y como puedes ver, aquí tengo este MP3 que contiene ¡300 de sus canciones!


Con frecuencia escucho y/o veo la grabación de sus conciertos; me vuelvo a emocionar profundamente y me siento muy orgullosa de ser su súbdita, no siempre fiel, no siempre tan apegada a él, pero eso sí, muy agradecida porque mi petición para que no se fuera de México se ha cumplido, pues Roberto Carlos se quedó, sí amiga mía, se quedó aquí, dentro del corazón de esta mexicana.




martes, 7 de abril de 2015

4 - ASI TE CUENTO DE LA REINA DE LA PRIMAVERA






¿Recuerdas que desde hace tiempo quiero platicarte de mi hermana Maru? Ella se inscribió en un grupo de la tercera edad. Le preguntamos porqué si apenas tenía 53 años en ese 2013; “bueno, me gusta estar entre la gente mayor para alegrarla”, fue su respuesta. 

Aún recuerdo cuando nació Maru, por el asombro que causaron su pelo rubio, su piel muy blanca y sus lindas facciones.  La abuelita dijo que maru se parecía a la bisabuela y opinó que la recién nacida debería llamarse María Luisa.  Yo la veía con cierto recelo pues estaba tan bonita que pensé que en adelante ella sería la consentida de la casa y de la familia entera.

Al pasar de bebé a niña me gustaba peinar sus largos y claros cabellos, haciéndole trenzas.  Maru era dulce y muy risueña.

Cuando visitábamos la casa de la abue a los demás hermanos casi nos recibían con indiferencia, pero a maru le prodigaban más atención y cariño. No me quejaba porque antes había gozado también de esos privilegios, pero desde que nació maru todos en la familia decían, “¡qué bonita es!”.

Ya te había platicado que empecé a trabajar a mis 14 años y, no es por presumir, pero en aquel entonces traté de proveer a mis hermanas bonitos vestidos, zapatos u otros satisfactores, como aquel abrigo que le compré a tere.  Con mi primera cámara fotográfica, llevé a Paty y Maru a un campo cercano a una laguna, no lejos de casa. Tomé varias fotografías especialmente de Maru; lastimosamente, con el tiempo se perdieron.  Hubo una en particular de Maru sentada en un largo y frondoso tronco que estaba recostado en la yerba. Mi hermanita siempre estaba de buen humor y sonriente.

Por mi trabajo y porque estaba construyéndome una clase de vida que creía mejor, pasaba mucho tiempo fuera de casa. Mis hermanas que aún iban a la primaria, se unieron más entre ellas y Maru fue muy cercana a Yola, que es la que sigue de mi en la larga fila de hermanas y hermanos. Como te había dicho, ¡éramos diez!

Un sábado arreglé a Maru para algo especial. Fuimos a que conociera a aquel famoso cantante quien recibía a sus fans en el jardín de su casa.  Ese personaje comentó que mi hermana y yo éramos igualitas. ¡me sentí muy halagada!

Y como sabes, Maru salió de la casa paterna a los 15 años para vivir con José Luis, el único hombre en su vida. Cuando hablé con él me tranquilizaron sus palabras … “no tenemos mucho, pero nos tenemos el uno al otro y esto es para toda la vida”. Hasta la fecha viven muy unidos.  Pronto “encargaron” su primer hijo, cuando mi hermana aún usaba calcetas.  Después de Luis, llegó Nancy, quien como has visto está convertida en una mujer que parece modelo; después Chuy, un hombre esbelto y guapo como su hermano mayor; enseguida la preciosa Karla –quien ya sabes, ha sido mi compañera de viajes a lugares y a nuestro propio interior, pero esa es otra historia–. Por último llegó la bellísima Stefany, cuyo carácter fuerte y dominante de adolescente, atrajo hacia ella misma y a la familia algunas consternaciones, mas en la actualidad, como te he platicado, es una admirable profesionista, linda esposa y además madre de Carlitos (un niño extraordinario), así como de Camilita, quien ha heredado la hermosura de su mamá y, en parte, también su carácter. También mi relación con Stefany es otra historia …

Después de que sus hijos crecieron, Maru estudió la carrera secretarial. Mi cuñado le pidió que no trabajara fuera de casa pero ella se las ingenió para colaborar en la escuela de sus hijos y también aprendió a crear verdaderas obras de arte en tarjetería, pintura en tela, pero sobre todo con la técnica del popotillo ... Mira, aquí está una de sus obras.

Cada uno de sus hijos ha tenido su propia historia en la que Maru ha sido parte importante, como cuando nació Carlitos, quien como te decía, es hijo de Stefany, quien se embarazó a los 16 años.  La historia de Carlitos y lo que ha significado para toda la familia es también capítulo aparte y muy relevante en mi vida; ya te he contado algunos detalles.

Bueno, me aparté de lo que inicialmente te quiero contar. La integración de Maru a un grupo de la tercera edad al cual lleva su alegría y aporta su gusto por el baile y el canto. Además es líder, de los que imponen sus ideas sin que los demás se den cuenta.

En específico, te comento lo que pasó el 21 de marzo del año pasado. Días antes Maru organizó a sus compañeras para que participaran en el concurso “reina de la primavera de la tercera edad” del área donde viven. Las compañeras no querían participar pues consideraban que ya no tenían la suficiente belleza ni presencia y no querían hacer el ridículo.

Maru ya se había fijado en una señora un tanto gruñona llamada Alicia, quien hacía comentarios desagradables respecto a las actividades de costura, pintura y cerámica a las que también se dedica el grupo, pero cuando participaron en un bailable, Maru se dio cuenta de que Alicia bailaba bien, aunque al parecer no le gustaba participar en nada; sin embargo, asistía al grupo para no estar en su casa padeciendo el carácter de su esposo quien aún en la tercera edad la cela y la insulta constantemente.

Maru propuso que alicia fuera la reina del grupo y concursara con las demás reinas de otros grupos.  Fue difícil convencer a las demás y más aún a Alicia pues pretextaba que de su familia, nadie la apoyaría. Maru le recomendó que no dijera nada y que antes del 21 de marzo sacara de su casa el vestido que iba a usar en el concurso. Maru la maquillaría.  La señora dijo que lo iba a pensar y por primera vez mi hermana vio cómo se dibujaba una sonrisa en la cara adusta de la amiga que estaba conquistando.

Para la siguiente reunión Alicia trajo un cetro y una corona que conservaba de una nieta. Le pidió a Maru que  los guardara para el gran día. Después trajo el vestido largo que usaría en el concurso. Maru lo adornó un poco más.

En la gran fecha, Alicia llegó a casa de Maru para que la peinara, la maquillara, le colocara la corona y le enseñara cómo llevar el cetro. Pero sobre todo Maru la animó, porque en el concurso habría que dirigir unas palabras. Alicia temblaba y parecía que iba a llorar.  Maru la animó para que dijera “buenos días, soy xxxx y como su reina represento al grupo xxxx “.

Entre 7 señoras, la amiga de Maru quedó como princesa. Entre las autoridades ahí presentes estuvieron varios señores que fueron animados para ser los chambelanes de la reina y las princesas.  Alicia bailó mucho y hubo momentos en que Maru oyó sus risas y hasta carcajadas de alegría.

Desde ese día  alicia se muestra más alegre, dice que ya “se le resbalan” los insultos de su esposo, participa más en las actividades del grupo y en otros festivales baila hasta cansarse.

¿qué te parece mi pequeño homenaje para mi hermanita maru?, ella está bendecida con el don de la alegría de la que hace gala, es entusiasta por naturaleza, líder de su grupo y de su familia. Donde quiera que se presenta el lugar se ilumina con su presencia y cuando noto el efecto que causa en las demás personas, me siento orgullosa y doy gracias a dios por haberme dado una hermana así.

Por último, comento que mi cuñado José Luis me dijo hace poco que cuando regresa agotado a casa, a veces desanimado por los rechazos que recibe, porque al pasar de los años su trabajo como herrero no es tan valorado como antes, maru siempre lo recibe con una sonrisa, le hace alguna broma, lo abraza calurosamente y habla con él con tanta afabilidad que él olvida las vicisitudes del día y se siente muy feliz de estar en ese hogar que desde hace tantos años fundó con mi hermana.

Así piensa su marido y así lo siento yo, no porque maru sea mi hermana, sino porque a lo largo de nuestras vidas he atestiguado que ella es una de esas personas especiales que cuando cruzan por el camino de alguien dejan una huella inolvidable; así te cuento de Maru, mi querida hermana.

CONY UREÑA

MARZO DE 2015