Recuerdo a Cassius Clay cuando retó al mismísimo
gobierno de los Estados Unidos, negándose a ir a la guerra de Vietnam. Fue una
noticia que hasta a los niños nos llamaba la atención. El señor Clay, para mí
Sr. Barro o Arcilla (porque había buscado el equivalente en español de su
apellido), me llamaba la atención porque había cambiado de religión y por
añadidura de nombre; de ahí en adelante se llamó Mohamed Alí.
En esos días me eran incomprensible muchas “cosas de
adultos”; el que existiera un “deporte” llamado boxeo, el que hubiera otras
religiones, el que hubiera guerras, etc. Bueno, todavía ahora no logro
entender.
Me llamaba la atención ese personaje tan alto, tan
fuerte, tan bravucón, burlándose, antes de la pelea, de un peleador mayor que
él, llamado Sonny Liston. Recuerdo que le gritaba que era feo y que lo iba a
destruir en el cuadrilátero. Esto último, me parece que lo cumplió.
Pues sí, te confío que al paso del tiempo nunca he
comprendido el por qué llaman deporte al boxeo; no me agrada ver a un par
golpearse hasta el cansancio por una bolsa de dinero. Aunque he sabido que es
un medio con el que cuenta una persona muy humilde, para salir adelante.
Esa furia que descargan con los guantes, creo que
proviene del enorme anhelo por emerger -en muchos casos- de la agobiante
miseria. Sé de muchos boxeadores que han provenido de los barrios bajos para
convertirse en ídolos en esa actividad; su única arma para sobresalir han sido
sus puños.
Aún así, continúo sin apreciar todo el valor que
debe tener dicha práctica y menos comprendo que muchas mujeres se hayan
incorporado a la misma.
He leído que diversos boxeadores han enriquecido a
sus “managers”, promotores y corte que los rodea; sé que son realmente pocos
los que han continuado en bonanza su vida fuera del box. Varios son los que
incluso han fallecido en la miseria de la que surgieron.
Películas como la serie de Rocky, han ensalzado esta
profesión y estoy segura que han inspirado a muchos jóvenes a perseguir el
sueño de convertirse en reyes de un mundo de oropel que, a mi parecer, esconde
algunos fraudes, aunque honestamente con nada puedo sostener mi percepción.
Perdón por haberme apartado de mi idea original de
platicarte acerca de este personaje llamado Mohamed Alí, dueño de una
personalidad extravagante, quien tuvo el valor de enfrentarse a un gobierno
poderoso que enviaba a sus jóvenes a una guerra por demás sangrienta.
En respuesta, le quitaron su título pero no le
pudieron arrebatar el ser ejemplo, no sólo para la gente de color, sino también
para varios otros y sobre todo, trascender en la historia.
Mucho tiempo después supe que un enamorado mío, de
padres irlandeses, también se había negado a enrolarse. A cambio, lo enviaron a
cuidar enfermos mentales a un hospital del sistema penitenciario.
Sobre el señor Alí, supe que volvió a ser campeón y
activista social. También recuerdo que grabó canciones, aunque únicamente sé el
título de una, “Stand by me”.
Fue hasta 1996 que lo ví muy deteriorado, cuando
encendió el pebetero de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Tenía ya mucho tiempo
sufriendo la desgarradora enfermedad de “Parkinson”. Fue conmovedor ver a un
hombre, en otros tiempos tan imponente, caminar temblorosamente y sostener la
antorcha con demasiada dificultad. Admiré su valiente decisión de lograrlo.
Nadie puede quitarme de la cabeza que su profesión
le arrancó lo más valioso con lo que cuenta el ser humano: La salud. No hay un
lugar en el que -aun teniendo millones de dólares- se puedan adquirir algunos
gramos de salud. La ciencia todavía no ha alcanzado a desentrañar muchos
misterios para lograr la cura de diversos padecimientos.
Ignoro si el señor Alí se casó una o varias veces,
creo que tuvo hijos e hijas; desconozco cómo fueron sus últimos días antes de
ingresar al hospital, y si siguió siendo feliz, como aparentaba serlo -en sus
buenos tiempos- ante sus rivales y ante el público. Espero que sí y que las
puertas del cielo se abran para él.
CopyrightConnieUreñaCuellar
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